La generosidad de JEP

Opinión

Daniel Rodríguez Moya

28 de enero 2014 - 01:00

LOS primeros versos de La tierra baldía de Eliot, "Abril es el mes más cruel", se me tornan hoy poco precisos, porque empieza a parecerme que el mes más cruel, al menos para los poetas que quiero y admiro, es enero. En enero de 2008 murió Ángel González dejándonos más huérfanos, y en este terrible enero nos dejó, hace unos días, Juan Gelman. Ayer, poco antes de la madrugada española, me llegaban las peores noticias: José Emilio Pacheco había muerto.

Tuvimos en Granada la suerte de que el jurado en el segundo año del Premio Lorca acertara de pleno concediéndole el galardón. Pudimos disfrutar aquellos días de un poeta gigante y también descubrir que detrás de aquel grande de las letras, de aquel ser tremendamente despistado que no era capaz de terminar de leer sus poemas sin interrumpirse una y otra vez con notas a propósito de los versos o de cualquier otra cosa, como bien recordaba hoy mi amigo el poeta mexicano Mario Bojórquez, que tras esa figura de la historia de nuestra literatura había una persona extremadamente generosa.

A pesar de que llegó a Granada con mal pie -una ambulancia tuvo que recibirlo en el aeropuerto- no escatimó en encontrarse con todo aquel que le pidió un rato de su tiempo. El día antes de marcharse, cuando pensaba que tendría que esperar a otra ocasión para pasar un rato tranquilo de charla con él, me llamó por teléfono y me dijo que no se quería ir de Granada sin que platicáramos. Me citó en su hotel, para desayunar. Muy temprano. Tenía algo más de una hora antes de que el coche le recogiera para llevarle al aeropuerto. Y allí me presenté, acompañado de Javier Bozalongo. Fue un rato extraordinario. Charlamos sobre poesía latinoamericana, sobre los pocos puentes que existían entre la poesía de un lado y otro del idioma. Se despidió de nosotros diciéndonos que le enviáramos poemas, pidiéndonos que no perdiéramos el contacto.

Tiempo después Javier Bozalongo publicó su libro La casa a oscuras y José Emilio, con el que seguíamos manteniendo contacto epistolar, le regaló un precioso texto para la contra. Cuando varios jóvenes poetas de distintos países de América Latina y España publicamos en 2011 Poesía ante la incertidumbre, José Emilio fue el maestro que más lo celebró. Su generosidad nos desbordó a todos. Dedicó una doble página al libro en la revista Proceso, la más importante publicación en México. Tuvo un guiño a aquella conversación sobre la poca conexión entre los poetas españoles y latinoamericanos. Se atrevió a escribir, a pesar de la polémica que arreciaba ya contra esa antología por nuestra defensa de una poesía clara, que allí había una "nueva poesía trasatlántica como no se veía desde los tiempos del modernismo".

Es triste saber que ya no podremos verlo más en ese México con "diez lugares, cierta gente, puertos, bosques de pinos..." por el que habría dado la vida. Allí, junto a los escritores más jóvenes, que lo admiraban, y a los que él seguía de cerca. Nos quedan sus poemas, es verdad. Y a ellos hay que agarrarse más que nunca.

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