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Zarzuela
Celebrado por multitud de espectáculos como Sweeney Todd, La muerte de un viajante, Un tranvía llamado deseo, Las troyanas o Follies, por apuntar tan sólo algunos títulos de su extensa y ecléctica carrera, el veterano Mario Gas (Montevideo, 1947) asocia sin embargo sus raíces, cuando hace memoria, a un género: la zarzuela. "Mi padre era cantante y empresario teatral, y yo me he criado entre bambalinas. Y recuerdo que si una temporada no empezaba bien, decían: Vamos a poner ‘Los gavilanes’, que llenamos", recuerda Gas, que dirige, precisamente, una producción del Teatro de la Zarzuela de Madrid basada en la obra de Jacinto Guerrero que se representa el jueves y el sábado en el Maestranza. Un título "capital" del repertorio con el que el coliseo del Paseo Colón salda una "deuda", dice el responsable del espacio, Javier Menéndez, ya que será la primera vez que esta pieza se suba al escenario sevillano, donde sí se vio en 2004 otra propuesta del mismo compositor, La rosa del azafrán.
Mario Gas destaca la "vena lírica" y la "facilidad" que tenía Guerrero "para ponerse al piano y componer melodías que la gente tarareaba al salir de una función", expone el director sobre un creador que "saboreó las mieles del éxito" hasta llegar a construirse un rascacielos en la Gran Vía de Madrid que contendría su vivienda y el Teatro Coliseum. Un tirón popular que algunos intelectuales observaban con desconfianza en su momento y por el que al toledano se le acusó de ser un músico "arrevistado", como se recordó en la rueda de prensa en la que se presentó este montaje, y en la que el director musical Óliver Díaz, que guiará con su batuta a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS), elogió la "increíble inspiración melódica y también teatral" de Guerrero.
Los gavilanes llega a Sevilla avalado por un equipo de lujo en el que destacan la escenografía de Ezio Frigerio, que falleció en 2022 y aquí firma uno de sus últimos trabajos; el vestuario de Franca Squarciapino y la iluminación de Vinicio Cheli, cuya labor da lustre a la historia de un indiano, Juan, que hizo las Américas con el deseo de prosperar y labrarse un destino junto a la mujer a la que amaba, Adriana, un idilio que no pudo ser. "No son departamentos incomunicados entre sí. Todo conforma, valga la redundancia, un todo", asegura Gas sobre estos profesionales con los que ha colaborado en varias ocasiones y que en Los gavilanes ahondan en el contexto en el que se estrenó la pieza. "1923, en España, es el año del golpe de Estado de Primo de Rivera; en Italia Mussolini se afianza, la revolución industrial entra en el mundo rural. Todo eso está presente en el espectáculo, pero con sumo gusto, muy sutil", añade Gas, un director que para Squarciapino, ganadora del Oscar por Cyrano de Bergerac, "siempre tiene ideas para ayudar" y que aquí propone "un juego" en el que tienen cabida "la pintura futurista y la pintura española".
"Intento que los textos respiren, y si hay que modificar algo para que conecte con el público, se hace", prosigue Mario Gas, que resalta la ligereza de Los gavilanes pese a hablar de los amores perdidos, el peso de la edad y el desengaño. "Si esto fuera un dramón centroeuropeo, Rosaura se habría acabado suicidando y el joven habría matado al indiano", bromea el director escénico. Esa liviandad se advierte también en la duración del espectáculo: "Tres actos que se suceden sin un intermedio en una hora y cuarenta minutos, que fluyen de una manera natural. Los espectadores van a disfrutar muchísimo", anticipa Javier Menéndez.
Javier Franco, que interpreta al indiano Juan, defiende que Los gavilanes es una de esas piezas del repertorio "que todo el mundo conoce", y define a su personaje, en una charla sin miedo a los spoilers, como "un señor serio que pierde los papeles" y que, cegado por la belleza y la nostalgia, decide casarse con Rosaura, la hija de Adriana, su viejo amor. "Pero afortunadamente ese hombre tiene amigos que le hacen entrar en razón", desvela el barítono.
Completan el reparto, en los papeles principales, María Rodríguez (Adriana), Alejandro del Cerro (Gustavo) y Sofía Esparza (Rosaura). Para Rodríguez, Los gavilanes refleja "algo que siempre digo, que la zarzuela es más difícil que la ópera. Además de cantar tienes que ser un actor", sostiene la soprano. Con su complejidad y sus melodías irresistibles –una partitura diversa en la que entran un tango milonga o un fox-trot–, Jacinto Guerrero vuelve un siglo después del estreno para recordarnos algunas lecciones de vida que siguen siendo pertinentes: que no se compran "con dinero la juventud ni el amor".
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