García entre el teatro y la iglesia
NUMEN ENSEMBLE | CRÍTICA

La ficha
****Femàs 2025. Programa: ‘Ave María’, de H. Eslava; ‘Salve Regina’ y ‘Ave María’, de G. Rossini; Misa nº 4 en Re menor, de M. García. Solistas: Carmen P. Romero, Marina Pardo, César Arrieta y Enrique Sánchez. Órgano: Silvio Salado Labella. Numen Ensemble. Director: Jerónimo Marín. Lugar: San Luis de los Franceses (Capilla Doméstica). Fecha: Domingo, 6 de abril. Aforo: Lleno.
Si poco conocido era hasta hace poco el Manuel García compositor de óperas, aún menos lo sigue siendo su faceta de compositor de música religiosa. Aunque minoritaria en su catálogo, esta música (misas, responsorios y otras composiciones más o menos circunstanciales) nos depara sorpresas por su calidad y su buena factura, como lo demuestra esta cuarta misa compuesta en Londres en 1818 para las ceremonias católicas dominicales en la única iglesia habilitada para ello en Londres en aquellos años.
Jerónimo Marín y el granadino Numen Ensemble llevan ya cuatro años rescatando estas misas y, por lo tanto, están familiarizados con el estilo de este García entre sagrado y profano que tanta inventiva melódica y estructural presenta.
Sirvieron de preludio tres breves piezas de Eslava y Rossini en el que el coro fue rodando el empaste y perfilando su sonido, aunque las sopranos tardaron más de la cuenta en definir su sonido y homogeneizarlo con el resto del coro (a tres voces por parte). Pero también sirvieron para mostrar la ductilidad del grupo, preciso en la respuesta a las indicaciones de un Marín cuidadoso en las regulaciones dinámicas y atento a la claridad en el desarrollo de la polifonía. Todo ello encontró su mejor manifestación en la misa de García, con un espléndido cuarteto de solistas. La voz dulce y con squillo de la soprano Carmen Paula Romero (muy delicado su canto en El incarnatus, adornado de ágiles coloraturas) encontraba su perfecto complemento en la voz oscura y resonante, de graves rotundos, de Marina Pardo. Ambas firmaron momentos muy bellos como el Quoniam tu solus o el Agnus Dei y también se movieron con soltura por las a veces intrincadas líneas ornamentales de sus partituras. El tenor César Arrieta cantó con bravura y una gran línea cantabile, con sonido potente de bellos perfiles tímbricos, con pasajes espectaculares como su entrada en el Gloria y delicados como en Qui tollis. Fue especialmente emotiva su repetida invocación Miserere. Por último, el casi más bajo que barítono Enrique Sánchez expandió el volumen y garra de su voz por toda la iglesia, pero también su línea de canto y su legato. Solistas y coro resolvieron con exactitud tonal las no sencillas modulaciones con las que García pone a prueba el oido y afinación de los cantantes.
Marín fue desgranando los números de la misa con atención a las dinámicas y los acentos apropiados a cada momento y cada frase, con regulaciones muy sensibles como el ataque en piano de Qui tollis. Los efectos retóricos descendentes sobre descendit o mortuorum (con un eficaz ritardando añadido en este último caso) fueron claramente señalados. Y en los pasajes fugados de los últimos versículos del Gloria y del Credo la conducción de las voces y la transparencia de la polifonía fue sobresaliente. Quizá sólo le faltó un poco más de solemnidad, con acentos más marcados, en el Sanctus.
Silvio Salado prestó desde el órgano positivo un colchón siempre preciso y de sedoso colorido. Si en el Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza se han interpretado ya en años anteriores las cuatro misas del sevillano Manuel García, no sería descabellado pedir que aquí se pudiese pensar en algo similar. Y si fuera en el Salvador, donde García aprendió música de niño, mucho mejor.
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