Furores, tormentas y bel canto

ORQUESTA BARROCA DE SEVILLA | CRÍTICA

Aurora Peña y la Orquesta Barroca de Sevilla.
Aurora Peña y la Orquesta Barroca de Sevilla. / Luis Ollero

La ficha

*****Programa: Obras de G. F. Haendel, A. Vivaldi, F. J. de Castro, J. de Nebra, N. Porpora y R. Broschi. Soprano: Aurora Peña. Intérpretes: Ignacio Ramal y Leo Rossi, violines; Pablo Prieto, viola; Mercedes Ruiz, violonchelo; Ventura Rico, contrabajo; Alejandro Casal, clave. Lugar: Espacio Turina. Fecha: Viernes, 18 de octubre. Aforo: Lleno.

En aquellos años treinta del siglo XVIII Londres era la capital mundial de la ópera. Con Haendel y Porpora al frente de sendas compañías rivales y con los mejores cantantes de Italia contratados, el nivel de las producciones nunca fue sobrepasado por ninguna otra ciudad. Y con Farinelli como cabeza de cartel y a caballo entre ambas compañías, nunca se escuchó mejor canto.

Algo de esto se pudo intuir en este concierto de apertura de curso de la Universidad Hispalense que se abrió con la sonata op. 5 nº 4 de Haendel en una versión que, como nos tiene acostumbrados la OBS, estuvo lena de detalles articulatorios, de contrastes dinámicos y de atención a los acentos. Y a algo tan expresivo como son los silencios, por ejemplo en el Allegro inicial. Tras la elegancia en el fraseo sinuoso y lánguido del Passacaille vino la delicadeza y la línea ligada del Menuett. La atención al peso de cada nota y el valor expresivo de la ornamentación (sensacional en este aspecto toda la noche Ignacio Ramal) caracterizaron la versión de la primera sonata de Castro.

Aurora Peña escogió un programa sumamente exigente para su primera actuación sevillana. La voz tiene brillo en toda la gama y ofrece corporeidad en su sonido, para nada ligero. Su fraseo en las arias más patéticas fue delicado, a flor de labios, mientras que en las furiosas y tempestuosas abrumó por la riqueza de recursos de su coloratura, la exactitud de los saltos interválicos, su amplio fiato y, ante todo, su capacidad para transmitir los afectos mediante los reguladores, la claridad de su dicción y su atención al matiz necesario en la palabra clave. Su versión de la infame aria "Son qual nave ch'agitata", que Ricardo Broschi escribió para el lucimiento de su hermano Farinelli, fue modélica y espectacular, tal fue la cantidad de notas que supo la soprano emitir, articular y ligar en todo un despliegue de recursos técnicos y de maestría en la ornamentación del da capo, lo que en un aria ya de por sí tan ornamentada podría parecer imposible. Y aún tuvo ánimos y energía para dar dos propinas, una delicada versión casi susurrada al oido de "Lascia la spina" de Il trionfo del Tempo e del Disinganno y otra nueva efusión de pasiones encontradas en "Da te parto", de Flavio, ambas de Haendel.

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