Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
Cineasta blanco, Corazón negro.Jesús Lens. Ultramarina (Almed), Granada, 2013. 576 págs. 19 euros
Antes de regresar al corazón de las tinieblas con el recuerdo, Marlow confiesa a sus oyentes que de joven había sentido una irrefrenable fascinación por los mapas: "Podía pasar horas enteras reclinado sobre Sudamérica, África o Australia, y perderme en los proyectos gloriosos de la exploración -leemos en Joseph Conrad-. En aquella época había en la tierra muchos espacios en blanco, y cuando veía uno en un mapa que me resultaba especialmente atractivo (aunque todos lo eran), solía poner un dedo encima y decir: Cuando crezca iré aquí"... Para el cinéfilo, el séptimo arte ha sido, al igual que los atlas de antaño, una ventana permanentemente abierta a otras geografías que, al acabar la película y encenderse las luces, nos ha hecho entonar una cantinela menos resuelta: Antes de morir, me gustaría ir allí... En espera de que alguno de estos sueños se digne a hacerse realidad, el propio cine ha saciado el gusanillo viajero: yo me he adentrado en los bosques más recónditos de Japón a la zaga de Akira Kurosawa, he hollado las arenas eternas de Monument Valley junto a John Ford y estuve en la Roma de Federico Fellini mucho antes de conocer la Roma de verdad. Y he recorrido África de Norte a Sur gracias a mil y una ficciones, que es precisamente el plan propuesto por Jesús Lens en Cineasta blanco, Corazón negro. Aventuras y desventuras cinematográficas del continente africano (Ultramarina).
África fue la tierra de la aventura en nuestra niñez. África era la tierra de Tarzán de los monos, las minas del rey Salomón, las nieves del Kilimanjaro y los amaneceres zulúes. Una vez más, la culpa debe echársele a Hollywood que alimentó (y alimenta todavía) una imagen decimonónica del continente africano, una estampa de romanticismo fotogénico y exotismo patinado, de la que tenemos un buen ejemplo en títulos melifluos como Memorias de África, por la cual Lens muestra un arrobo que no comparto (una discrepancia que a buen seguro daría para un par de horas de discusión al calor de un café). Me resulta más fácil estar de acuerdo con sus entusiastas acercamientos a clásicos firmados por John Huston (La reina de África), Howard Hawks (¡Hatari!) o incluso John Ford (a pesar de que, en efecto, Mogambo se encuentra entre los títulos menos distinguidos del Maestro). Estos cineastas convirtieron el rodaje en tierras africanas en una experiencia vibrante; a veces, tentando a la suerte. Del anecdotario de Cineasta blanco, Corazón negro entresaco estos ejemplos: todos los miembros del equipo de La reina de África cayeron enfermos en algún momento del rodaje. Por su parte, Hawks perdió varias cámaras mientras filmaba las secuencias de la caza del rinoceronte en Hatari!, una palabra swahili que significa "peligro". Y durante el rodaje de Mogambo -que significa "pasión" en esta lengua-, un accidente con un jeep le costó la vida a tres personas...
La África de romances bajo tiendas de campaña que usan como reclamo las agencias turísticas nada tiene que ver con la de verdad, forzosamente más compleja, subyugante o hiriente, según los casos. Considero un acierto que Jesús Lens inicie su recorrido por la (para muchos) puerta de atrás de Europa, el estrecho de Gibraltar, recorriendo esos catorce kilómetros que separan las costas españolas de las norteafricanas, una distancia ridícula donde se han dejado la vida miles de personas -nunca sabremos con exactitud cuántas- en el legítimo empeño de buscarse un porvenir. La historia de África es la de una larga retahíla de iniquidades; en la película Diamantes de sangre, un personaje la resume ejemplarmente: "Cuando se encuentra algo de valor [en este continente], los africanos sufren y mueren en masa. Esto ha sucedido con el marfil, el caucho, el oro y el petróleo. Y ahora sucede con los diamantes. Con esas piedras se compran armas y se financian guerras civiles"... Occidente jamás pagará la deuda histórica contraída con una tierra que ha esquilmado a voluntad desde hace siglos para, acto seguido, ignorarla de un modo que provoca desazón y vergüenza ajena. Esta otra África ha inspirado películas menos vistosas, pero necesarias; entre ellas, Lens señala títulos apreciables como El jardinero fiel o Disparando a perros...
Lo ideal sería que los propios africanos contaran estas historias, pues son sus historias, pero no lo han hecho. No pueden hacerlo. No hemos permitido que tengan una industria cinematográfica propia.
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