ROSS. Gran Sinfónico 4 | Crítica
La ROSS arde y vibra con Prokófiev
Lorenzo Silva. Escritor
Verano de 2014. Brutal convulsión en la base española en Herat, Afganistán: un soldado acaba de aparecer muerto, degollado con una hoz plegable, de las que usan los autóctonos para cortar la amapola de la que luego alguien más extraerá la droga (heroína) que constituye la principal fuente de ingresos del país. ¿Un talibán infiltrado? Tras las primeras y muy acaloradas especulaciones, los mandos sobre el terreno llegan a una conclusión incluso más incómoda: puede haber sido cualquiera, y además todo apunta a que tras el crimen hay oscuras razones personales. Del caso se ocuparán Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, los guardias civiles cuyas andanzas le han granjeado más lectores a Lorenzo Silva, que ahora, en Donde los escorpiones (Destino), el nuevo título de su exitosa serie negro-detectivesca, los envía a investigar su primer crimen en el extranjero.
-Conoció la base de Herat hace un par de años. ¿Tenía claro ya cuando llegó que de aquella visita saldría una novela?
-No, no. Hice entonces varios reportajes para distintos medios e iba a documentarme para otra novela, que acabó siendo Música para feos. Me rondaba desde hacía años la idea de hacer una novela de Bevilacqua en Afganistán, pero no terminaba de verlo claro. Sólo allí me di cuenta de que sí: veía la historia, era capaz de creérmela yo mismo. Recorriendo la base, hablando con la gente, palpando el ambiente y observando las relaciones que se tejen allí, poco a poco, me convencí.
-¿Qué encontró allí?
-Me llamaron la atención muchas cosas, muchas sensaciones que han acabado alimentando al libro. Para empezar, el calor, el polvo, el viento, el paisaje tan árido e inhóspito y brutalmente áspero para el forastero. Pero sobre todo las experiencias que ha tenido allí la gente. Muchos han estado unos meses, pero yo conocí a varios que llevaban ya, no sé, cinco y hasta diez años allí. Una base militar es un microcosmos donde hay gente muy diversa, más de lo que desde fuera tiende a creerse, y donde hay una curiosa relación con el exterior, que está separado por una valla y muchísimas medidas de seguridad... pero no deja de estar ahí, al lado, y lo puedes escuchar y lo puedes ver si te subes un poco al parapeto. Me interesó escribir sobre esos mundos contiguos.
-Ha lamentado que la presencia española en guerras o conflictos internacionales no hayan tenido mucho eco en nuestras ficciones nacionales...
-Es que es curioso. La de Afganistán es una misión que ha durado 15 años y por la que han pasado decenas de miles de españoles, y no exagero, decenas de miles. Me parece sorprendente que un episodio de ese porte haya generado un relato tan pobre por parte de los contadores de historias españoles, ya sean novelistas, cineastas, guionistas de televisión e incluso periodistas. La política del Gobierno al respecto ha sido hermética, pero además por parte de la prensa creo que ha habido una cierta conformidad ante el hecho de no saber. Vale que la misión era teóricamente humanitaria, pero hubo combates. Nadie quería pronunciar la palabra maldita, como ahora las guerras no se declaran... Pero cuando tú mandas a gente armada a un sitio donde, nada más plantar el campamento, tiene que defenderse a tiros... Eso no tiene para mí otro nombre, y ha pasado una y otra vez. Pero el ciudadano español sabe muy poco de lo que ha sido la misión en Afganistán.
-¿Por qué es tan escéptico ante el sentido, y no digamos ya ante el éxito, de intentar implantar allí una democracia homologable a cualquiera de Occidente?
-Para empezar, hay grandes territorios en el país a merced de los talibanes. Además, es un país con una estructura de poder en muchos casos tribal. Con modos de vida que suponen en la práctica, por ejemplo, la ausencia absoluta de derechos para las mujeres. Cuando estuve en Herat me contaron que uno de los que se presentaba a las elecciones tenía que viajar rodeado de 40 hombres armados. En fin... No hay condiciones a corto ni medio plazo para pensar con fundamento que vaya a surgir una democracia y que además ésta venga, no nos engañemos, de la mano de una coalición internacional que entró por la fuerza.
-Éste es el noveno título de la serie. Quién lo habría pensado a mediados de los 90, cuando escribió el primero y encontró enormes dificultades para publicarlo...
-Pues sí... Lo acabé en el 95 y no vio la luz hasta el 98, esos tres años se los pasó sufriendo rechazos. En aquella época la novela negra tenía muy poca proyección editorial en España, con algunas excepciones como Vázquez Montalbán o Juan Madrid, y por otra parte era bastante difícil venderle al lector común al guardia civil como héroe literario, entre comillas. Pero la situación se invirtió por completo. Los editores han tratado de luchar contra el cataclismo que ha supuesto perder el 40% de facturación, es decir, la desaparición de casi la mitad del mercado, apostando por la novela negra. Y les está funcionando. Por otro lado, curiosamente la Guardia Civil es hoy la institución mejor valorada por los españoles, y no lo digo yo, sino las encuestas.
-¿Qué clase de vínculo emocional tiene con Bevilacqua y para qué le sirve el personaje literariamente, más allá de para haber conseguido tantos lectores?
-El personaje es ya una presencia bastante autónoma. El personaje tiene una voz, y la he hecho yo, sí, pero ya no puedo salirme de esas coordenadas. Siempre me preguntan si es mi álter ego, pero yo creo que más que preguntarse qué tiene de mí el personaje, habría que preguntarse, yo mismo lo hago conforme van pasando los años, cuánto tengo yo de él, cuánto me ha traído a mí el personaje. Me ha obligado a profundizar en realidades, en ambientes, en cuestiones que me eran completamente ajenas. Por eso procuro cuidarlo. Por ejemplo, no saco una novela suya todos los años porque esa especie de extorsión anual sería contraproducente. Bevilacqua me ofrece la mirada de un servidor público y la de alguien que ha visto muchas cosas, relacionadas sobre todo con la doblez de la condición humana. Un punto de vista magnífico para abordar una realidad social, cualquiera, española o de cualquier otro lugar. Ante una cuestión compleja, con aristas, pienso siempre en Bevilacqua para contarlo. El personaje me viene bien sobre todo para entrar en los charcos profundos y en los afectos y asuntos vidriosos.
-Dentro del género, usted siempre ha apostado por lo autóctono, por decirlo así. Pero sigue habiendo muchas novelas españolas que asumen esquemas y arquetipos que parten de una especie de standard internacional, es decir, anglosajón. ¿Se debe esto más a cierta pereza o a la pervivencia de ciertos complejos?
-Al final en la literatura siempre hay una influencia exterior y un componente autóctono: para Chandler, hablar del condado de Los Ángeles era hacer literatura autóctona... Además de la influencia anglosajona, muy poderosa en todo el siglo XX, hemos tenido más recientemente el auge de los nórdicos, que a su vez están muy influidos por los americanos. Y se han creado una serie de patrones muy fuertes, no ya sólo la figura clásica del detective, que se remonta a Poe, sino más recientes, como el serial killer tortuoso. Todo eso forma parte de una determinada técnica de hacer ficciones que, bueno, no es la mía. Mi fuente no está en los modelos literarios, sino en la calle y en el periódico. Me interesan más esos homicidios comprensibles por razones que son, bueno, siempre ilegales, ilegítimas e inmorales, pero cercanas, que ese otro crimen alambicado, truculento, escabroso. Entre otras cosas, me parecen menos creíbles. Por poner un ejemplo, para mí tiene mucha más fuerza el magnicidio de la presidenta de la Diputación de León, cometido por una ama de casa, que Hannibal Lecter.
-En el libro se cuelan ráfagas del ambiente político de 2014, con la irrupción de Podemos, por ejemplo. ¿Cómo está viviendo la repetición de elecciones?
-Creo que como la mayoría de los ciudadanos: con resignación, mezclada en algunos momentos con tedio. Con esa sensación de día de la marmota y de incompetencia de los representantes públicos que le piden al pueblo que vuelva a trabajar para no hacerlo ellos. Más allá de eso, lo que veo es que se va poniendo cada vez más de manifiesto que el surgimiento de las nuevas fuerzas políticas tiene que ver con un desgaste, un hartazgo y a veces con una especie de inoperancia de las tradicionales. Más allá del acierto o el desacierto de unos y otros, qué hay sobre la mesa: un modelo que no ha acertado a renovarse a tiempo, y todo aquello que no acierta a renovarse a tiempo se expone a conmociones. No sé cuál será el nivel de la conmoción que está en curso, pero desde luego irrelevante no es.
También te puede interesar
ROSS. Gran Sinfónico 4 | Crítica
La ROSS arde y vibra con Prokófiev
Salir al cine
Manhattan desde el Queensboro
Lo último