Fuego controlado

Casa en llamas | Crítica de cine

Una imagen del filme de Dani de la Orden.

La ficha

** 'Casa en llamas'. Comedia dramática, España, 2024, 105 min. Dirección: Dani de la Orden. Guion: Eduard Solá. Fotografía: Pepe Gay de Liébana. Música: Maria Chiara Casà. Intérpretes: Emma Vilasarau, Enric Auquer, María Rodríguez Soto, Macarena García, Alberto San Juan, Clara Segura, José Pérez-Ocaña.    

Resulta inevitable echar a pelear esta Casa en llamas del todoterreno Dani de la Orden (Hasta que la boda nos separe, Papá o mamá, El test, 42 segundos) con la también reciente La casa de Álex Montoya basada en la novela gráfica de Paco Roca. Donde aquella entraba con cierta hondura, emoción y honestidad en la crisis de una familia de clase media-trabajadora a la hora de desmantelar la casa paterna, esta lo hace asumiendo el perfil pequeño-burgués de su familia algo pija y netamente catalana y los roles y problemas bastante estereotipados de cada uno de sus miembros en una función de esquema teatral (el guion lo firma Eduard Solá) que busca su particular catarsis colectiva después de unas jornadas de convivencia en la que afloran, uno por uno, todos esos roces, reproches y secretos que hacen posible el funcionamiento y los quiebros del mecanismo dramático entre pinceladas de comedia.

Digámoslo claro: Casa en llamascelebra siempre sus pequeñas miserias intrafamiliares de manera liviana y autocomplaciente, ya desde ese arranque algo inverosímil en la casa de la abuela y luego en todo ese desarrollo en el chalet frente al mar diseñado como escenario polivalente donde hacer una radiografía de las familias-bien venidas a menos pero finalmente reunidas y purificadas por el fuego (literal). Pero nada duele ni quema demasiado en el lanzamiento de dardos cruzados entre padres, hijos, hermanos, novias o yernos, nada traspasa los límites del juego (innecesariamente) estilizado y acolchado, nada termina de ponernos ante el espejo verdadero de las rencillas o las frustraciones nacidas de los vínculos de sangre. Tal vez sea el tono interpretativo general, los desequilibrios y forzamientos (cuesta ver y creer a Alberto San Juan como padre de Enric Auquer y María Rodríguez Soto), tal vez la distancia que no es capaz de articular una mirada crítica o satírica sobre unos personajes que rozan lo patético, incluso esa madre sacrificial (Emma Vilarasau) que se convierte en la protagonista.

Allí donde algunas películas se contentan con echar el candado oxidado a los recuerdos, otras parecen disfrutar con la profesionalidad y el fuego (digital) en un espacio donde se intuye que nunca hubo vida ni memoria verdaderas.    

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