Atardecer rojo en Arizona
Lecturas para el confinamiento
El extremeño Francisco Serrano propone una relectura del 'western' con la novela 'En la costa desaparecida', un relato más interesado en "los márgenes" que en la peripecia del "héroe típico"
El escritor Francisco Serrano (Guareña, Badajoz, 1982) era un niño cuando vio por primera vez La muerte tenía un precio (Sergio Leone, 1965) y quedó fascinado por el carisma y la maldad despiadada del personaje al que encarnaba Gian Maria Volonté. De aquella tarde le quedarían a aquel muchacho dos ideas: a partir de entonces concebiría los westerns como una suerte de lienzo en el que se plasmaban los sentimientos más turbios y la complejidad del alma humana y asumiría el formato "como un género bastardo, como una película que hacían italianos en suelo español sobre lo que pasaba en América".
Pese al entusiasmo que le provocan los relatos "cinematográficos y literarios" ambientados en el Oeste, Serrano nunca imaginó que escribiría un western ambientado en la Arizona de finales del siglo XIX y que a priori –la sensación será engañosa– parece responder a todas las convenciones. "Me lo llegan a decir hace dos años y no me lo creo", reconoce. Pero el autor, que ha firmado propuestas tan insospechadas como el "pulp espacial" Perros del desierto o Hajira, una ficción sobre el cambio climático que se desarrollaba en una España inundada, encontró en ese territorio mítico "la oportunidad de hablar de todo lo que me gusta. Todo no, porque dejé a un lado las naves espaciales –bromea–, pero sí ha sido un proceso gozoso y espero que los lectores disfruten tanto como yo de este libro".
En la costa desaparecida (publicada por el sello Episkaia) se pliega en un principio a la mitología del western "porque un género como ése te proporciona un marco para contar lo que quieres. La gente ya sabe que va a haber un conflicto, y tú a partir de ahí puedes explorar lo que te interese, volcar tus inquietudes". La acción arranca así con un forajido, una cantina, la noticia de un crudo enfrentamiento en el que ha habido muertes. Eugene Sonny Fletcher, "asesino de al menos nueve hombres, tahúr profesional, antiguo miembro de la banda de Chuck Kerrigan, y por cuya cabeza se ofrecía bastante dinero en los estados de Texas, Nuevo México y el Territorio de Arizona", se detiene en Coppercreek, un pueblo minero en el que acaban de matar al sheriff. Los habitantes se preguntan quién representará a la ley a partir de ahora, si Andy, el joven ayudante, tendrá las agallas para hacerse cargo. Pero a Sonny esa cuestión deja de importarle: se topa con la viuda del fallecido y esa visión que le estremece trastoca sus planes. ¿Qué esconde esa mujer, Clara Hooper? ¿Conseguirá que su pasado no dinamite la paz que ha conquistado?
Serrano empezaría a esbozar En la costa desaparecida tras leer relatos de Elmore Leonard.Elmore Leonard "Había uno en especial", comenta, "una historia en la que unos villanos asaltan un rancho. La hija del propietario de esas tierras es un personaje interesante, pero en realidad está ahí como un interés romántico, nada más. De aquel texto me interesaban los malos, ella, pero no el héroe, del que ya había leído otras veces. Corregir a un autor buenísimo como Leonard es una osadía, pero me pregunté:¿Qué pasa si quitas a ese protagonista y obligas al autor a hablar de ella? Si te vas a los márgenes, si te centras en las ausencias, en lo que se omite. No es casual que mi novela empiece cuando el sheriff ha muerto", asegura el escritor.
Así, En la costa desaparecida parte de un "imaginario colectivo" en el que se entrecruzan bandoleros, asesinos y supervivientes. "Todo el mundo conoce las claves del western, incluso aquellos espectadores que piensan que no es lo suyo han visto más películas de las que creen, tienen ese universo bien interiorizado. Tú, como autor, tienes ese terreno ganado, y, a partir de lo que ya se conoce, puedes buscar caminos que no sean aburridos y contar historias que no sean las de siempre. Lo que planteaba, por ejemplo, una película como Winter’s Bone (Debra Granick, 2010), en la que una adolescente [Jennifer Lawrence], que no es el héroe típico, se enfrenta a una comunidad", analiza Serrano.
El autor se mueve entre el respeto y la reinvención, "con un pie puesto en el romanticismo del género y otro en lo desmitificador", en una novela escrita con "el mínimo de documentación posible" y "escandalosas libertades", porque, para Serrano, "un western no es una novela histórica. El Salvaje Oeste y la frontera funcionan como territorio mítico de la misma manera en que lo hacen las historias de la Tierra Media o Cimmeria [donde se desarrolla Conan]". En esa Arizona soñada a la que aún no ha llegado el tren pese a que es 1898, el narrador sí se puso una condición: no ser "cínico. Aunque esté escribiendo de disparates, y a veces lo hago, siempre me obligo a ser honesto". Así, la pandilla de criminales que se reúne en el libro "es gente racista, machista, homófoba, pero yo no quería cebarme en eso para impactar al lector. Otros autores jugarían más con eso pero ahí fui fiel a mis intereses y mi sensibilidad".
En la costa desaparecida, que cuenta con una cubierta e ilustraciones de Eva Vázquez, bebe de las fuentes más dispares: los bolsilibros de Curtis Garland, El topo de Jodorowsky, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford de Andrew Dominik, el Salambó de Flaubert o las Mujercitas de Louisa May Alcott. Referencias que Serrano espera "estén muy integradas en la narración". Sus personajes también leen, se pasan un librito, Los bandidos enamorados, con "un punto de tragedia shakespereana", e incluso protagonizan con sus peripecias novelas que la sociedad consume con devoción. "Sí, Jesse James y Billy el Niño eran sociópatas, pero sus hazañas e historias entusiasmaban al público. Yo no he querido caer en esa idealización: aquí son seres complejos, malas personas, pero tienen entre ellos unos vínculos afectivos muy fuertes. Como en la vida".
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