Una forma del eco
Periférica publica 'La voz sombra', breviario de Ryoko Sekiguchi en torno a la naturaleza de la voz, después de haber tratado el gusto y la vista en Nagori, su anterior obra, dedicada a la gastronomía
La ficha
La voz sombra. Ryoko Sekiguchi. Periférica. Cáceres, 2024. Trad. Regina López Muñoz. 114 págs.12 €
En su anterior obra, Nagori, Sekiguchi abordaba escuetamente cierta impronta melancólica derivada de la gastronomía. Nagori es “la nostalgia por la estación que se va”, apercibida y saboreada en los últimos frutos de temporada. Hashiri, sakari y nagori serían, pues, las distintas etapas con que se abre, esplende y se agosta cada estación. Etapas que tienen su reflejo en el paisaje, pero cuya naturaleza es también gustativa y olfativa. En la presente colección de aforismos y pensamientos -La voz sombra-, es otro el sentido que se explora, no sabemos si deliberadamente. Si entonces dijimos que Nagori era el esbozo de un ensayo, La voz sombra es, acaso, la enunciación de una perplejidad y la cosignación de un hecho paradójico, anotado con brevedad y urgencia.
La voz sombra trata de explicar cierta forma paradoxal del presente
Esta modulación sentenciosa del pensamiento está cercana a la forma oriental del haiku. Sin embargo, el hecho a tratar es, en buena medida, su contrario. Nagori detallaba la difícil articulación del tiempo circular de la cosecha y el tiempo lineal del hombre, cuyo lugar de encuentro es, como decimos, bien el remanso estético del paisaje, bien la honesta alquimia de la gastronomía, penetrados ambos por un punznante y melancólico sentido de la fugacidad, propio del haiku. Por contra, La voz sombra trata de explicar cierta forma paradoxal del presente. El presente continuo, reiterado e inactual de la voz, cuando la voz es la voz de un muerto. Lo que formula, pues, Sekiguchi en estas sentencias y percepciones, es la percusión inmediata, la cualidad táctil de las voces amadas (a través de la radio, del teléfono, de una grabación), cuya reiteración se despliega en el presente de la propia voz, arbolando, de alguna manera, el mundo que se contiene en ella. Según Sekiguchi, esta proximidad física -la voz nos toca con sus ondas-, no es posible en la imagen fotográfica o pictórica de los muertos. En la imagen se contiene el tiempo, visible en la distancia creciente que guarda respecto de nosotros. La voz, sin embargo, sería siempre la misma voz. Una voz que no envejece y que se extrae, oscuramente, a la muerte.
¿Pero no envejece a nuestros oídos el mundo en que se sustenta una voz grabada? Según Sekiguchi, la voz vive en un tiempo a salvo del tiempo, enunciándose siempre de nuevo, como si nunca hubiera sido dicha. Como si nos interpelara -quién a quiénes- por primera vez.
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