Solas | Crítica de danza
Carne fresca para la red
DAVID FERNÁNDEZ MEJÍAS Director de Diario de Jerez
El flamenco es hoy por hoy la materia prima con que cuenta la cultura para generar industria y crear riqueza en Andalucía, y el baile es su motor. Si la confidencialidad es el valor añadido de los suizos, el flamenco es nuestra marca más prestigiosa, aunque aún muchos no lo quieran ver, para producir empleo y bienestar. Cada vez son más las compañías que giran compitiendo en igualdad de condiciones con cualquier disciplina artística y en los mejores escenarios. Y si ya nadie duda que el flamenco ha conquistado medio mundo, ahora resta quizá lo más complicado: ajustar la oferta a la demanda por medio de una sólida industria. Una vez que ya no sorprende que se inaugure un tablao en Tokio o una academia de baile en Detroit, en Andalucía hay que aspirar a algo más que contar con las mejores voces, manos y piernas para ganar dinero cantando, tocando la guitarra y bailando. Hoy siguen siendo muy pocos los promotores que han fiado su suerte al arte jondo con rigor y esfuerzo. Y los pocos que lo hacen, por cierto, ven recompensada su fe con creces. Valga como ejemplo el Flamenco Festival, que ha puesto en pie Miguel Marín de unos años a esta parte, para triunfar igual en Londres que en Nueva York con espectaculares montajes de primera que cuelgan casi siempre el cartel de "No hay billetes". Las administraciones públicas colaboran con este tipo de eventos sabedoras de que su reto, en complicidad con la inversión privada, necesariamente pasa por "fabricar" el flamenco desde la más solvente profesionalidad, a no ser que nos conformemos con aparecer en el negocio como mera mano de obra para que otros exploten el negocio, como ya sucede en la actualidad.
Los artistas, por su parte, cada vez son más conscientes de su potencialidad y de su caché, pero siguen sin organizarse como es debido. A cantaores, bailaores, palmeros, músicos, discográficas, directores de escena, iluminadores, productores..., se les exige en el mercado cada vez mayor profesionalidad, como en cualquier otro ámbito de la actividad económica. De ahí que la Consejería de Cultura haya puesto en marcha un plan estratégico admitiendo, de entrada, que el flamenco está "en tránsito". "Se sabe de dónde venimos pero no adónde vamos", admiten sus dirigentes. Y en la misma línea son muchos los expertos que subrayan que la materia prima flamenca se trabaja aún hoy como en las cavernas.
En este contexto, en la tarea de articular todas las herramientas necesarias para incentivar y potenciar la que es sin duda la industria cultural más distintiva de Andalucía, están administraciones como la Junta de Andalucía, los ayuntamientos, y el propio Ministerio de Cultura, que ya sí saca pecho a la hora de anunciar la inversión prevista en los Presupuestos Generales del Estado para divulgar y fomentar el arte jondo. Y más allá de repartir ayudas, ahora se apuesta por cambiar la filosofía de pedir por la de proponer proyectos a las diferentes baterías de subvenciones que se resuelven y, muy especialmente, por obtener el máximo jugo del flamenco como elemento dinamizador en una tierra, Andalucía en particular, de servicios vinculada estrechamente al turismo. Muchas otras regiones del mundo presumen de sol y playas, pero sólo Andalucía "produce" un arte tan de moda y universal como el flamenco, capaz de atraer por sí solo a un sinfín de visitantes en busca de algo exclusivo con lo que se identifican en la mayoría de casos. El problema, ya detectado, es que muchas veces los turistas no encuentran lo que buscan. Sirva de ejemplo Jerez, la capital del flamenco por su incomparable nómina de artistas. En esta ciudad no existe una programación a lo largo del año que garantice al aficionado espectáculos de gran calibre durante las cuatro estaciones. Apenas existen un par de tablaos, unas pocas tiendas especializadas y, salvo por su festival de baile del Teatro Villamarta, pocos son los ciclos con proyección razonable. Poseemos oro negro alrededor de cualquier peña flamenca, una materia prima excelente con artistas que no se encuentran en ningún otro rincón del planeta; sin embargo, existe más industria en Japón que en Andalucía, ya que muy poco se elabora y se comercializa en nuestra comunidad autónoma. Algunas administraciones tratan de cambiar la tendencia de un tiempo a esta parte. El Ayuntamiento de Jerez, por seguir con el mismo ejemplo, ha presentado un ambicioso proyecto ligado al Año Mundial del Flamenco, que se celebrará en 2013, para justamente potenciar la industria cultural alrededor del flamenco a fin de que toda la ciudad se implique en un objetivo común: consolidar Jerez como cabecera internacional del arte jondo y erigir éste como revulsivo de la sociedad jerezana, capaz de generar empleo y riqueza en torno a una industria de la cultura.
El proyecto morirá si no nos lo creemos todos. Los gobernantes son conscientes de que algo falla cuando el flamenco es hoy el cuarto o quinto reclamo por el que nos visitan los turistas y el fin es situarlo en el primer escalafón como principal atractivo turístico, implicando, en particular, a los empresarios de la zona. Otro ejemplo a seguir son las Noches Blancas de Córdoba, con el flamenco y el caballo como protagonistas. Si ya nadie discute que la industria cultural tiene que pasar necesariamente por el flamenco, lo más urgente y necesario es empezar por conocer sus números, su incidencia en el PIB, para convencer a los empresarios de una vez por todas de que no hay un negocio más rentable que el flamenco. Si son beneficiosos los festivales de Nimes, Mont de Marsan o la cumbre flamenca que se celebra en Madrid, ¿por qué los empresarios andaluces mantienen aún sus reservas a la hora de invertir en algo tan nuestro como el arte jondo, que inspira tanta confianza en el exterior? Al calor por ejemplo del Festival de Jerez o Córdoba o de la Bienal de Sevilla, han surgido muchas actividades privadas que, con el paso de los años, van más allá de aprovechar las pocas semanas que dura el evento. Cada año, sólo durante la muestra jerezana del baile flamenco y la danza española, son más de mil los cursillistas que visitan la ciudad, procedentes de 30 países diferentes. La Bienal de Sevilla es otra fecha señalada en los calendarios de los aficionados. En Andalucía, atraídos por los mejores artistas y maestros, muchos alumnos son los primeros en ver sus festivales como puro negocio. Llegan para invertir alrededor de mil euros –cursos de baile, entradas para los espectáculos y alojamiento– al objeto de aprender a bailar junto a artistas de la talla de Mercedes Ruiz, Merche Esmeralda, Matilde Coral, Israel Galván o El Pipa, entre otros. Y de vuelta a su país de origen, cuelgan los diplomas en sus propias academias, donde transmiten los conocimientos adquiridos con mayor prestigio y, por supuesto, caché. El negocio ha surgido sobre el área formativa en gran parte, pero hay mucho más detrás de una muestra flamenca: discos, libros, trajes, instrumentos y, sobre todo, la posibilidad de presenciar de cerca a sus ídolos.
Aunque se ha tardado mucho tiempo en detectar el potencial del flamenco, nunca es tarde para que las empresas, sobre todo las que cuelgan directamente del sector servicios, dejen de mirar hacia otro segmento donde no somos tan competitivos y apuesten por la plusvalía flamenca. Baste recordar que en Jerez se vendieron en tiempo récord todos los solares anexos al terreno donde se alzará la Ciudad del Flamenco, un exclusivo proyecto firmado por Herzog y De Meuron, arquitectos que por sí solos ya son un atractivo. Si escépticos e indecisos querían alguna prueba más, ahora sí que ya no tienen excusas.
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