“El flamenco me ha enseñado a celebrar la vida”
Arcadi Espada | Periodista y escritor
Renacimiento publica ‘Molde roto. Una conversación con flamencos’, colección de entrevistas realizadas por Arcadi Espada y Antonio España a artistas como Mairena, Camarón o Paco de Lucía
Sevilla/Con poco más de 20 años, el arrojo y la soberbia propia de la juventud y la intuición de emprender una hazaña heroica –la de poner a los flamencos a hablar de sí mismos–, el periodista y escritor Arcadi Espada y su amigo, el librero Antonio España, emprendieron hace cuarenta años un viaje por la baja Andalucía del que, como ahora reconoce, “no volvimos siendo los mismos”.
Así, entre la primavera del 80 y el verano del 82, “como dos extraterrestres”, estos aficionados abiertamente gitanistas entrevistaron en la intimidad de su oficio a los artistas más ilustres del momento desde Camarón a Mairena, pasando por Farruco, Tía Anica la Piriñaca, Chocolate, Fernanda y Bernarda, El Lebrijano o Paco de Lucía, entre otros, y construyeron así el sorprendente relato de la época dorada del género. Ahora estos testimonios ven la luz en Molde roto. Una conversación con flamencos, que acaba de publicar la editorial Renacimiento
–Reconoce que su afición le viene por su padre, pero justo se sitúa en las antípodas de sus gustos, ¿fue su gitanismo un acto de rebeldía?
–(Risas) A mí padre le gustaba un flamenco completamente distinto. Más mayor y habiéndole perdido, he hecho esfuerzos para que me gusten esos artistas, como Valderrama que era admirable, pero es que nunca me han atraído las voces melismáticas. Es verdad que en aquel tiempo y siendo de Barcelona, que te gustara el flamenco era tan raro que uno lo disfrutaba, podía resultar chic (risas).
–Es más, en el prólogo llega a admitir que despreció a Pepe Marchena, al que su padre adoraba, “por cursi y por payo”.
–Hombre, es un desprecio artístico. Pero sí, este libro fue hecho bajo el criterio de nuestro gusto. Luego podríamos teorizar sobre cómo este gitanismo se produce en un momento en el que se está construyendo la identidad andaluza y formando la Andalucía moderna y hasta qué punto hay asuntos culturales, sociológicos y políticos detrás, pero nosotros entrevistamos a quienes nos gustaban y fin. Muchos me preguntan por ejemplo por qué no está Morente. Pues porque no me gustaba y me sigue sin gustar.
–Entre otros temas inciden en los orígenes humildes de los protagonistas, ¿necesita el flamenco esa pobreza para que le conmueva?
–El flamenco, contrariamente a lo que popularmente se piensa, no es un arte popular. Es una música de élites, de artistas grandiosos, económicamente muy pobres y socialmente marginales... Creo que en ese decir tiene mucho que ver el contexto en el que fue creado. De un lado, por la propia capacidad rítmica de los gitanos y esos soníos negros que, desde luego, son heredados cultural y genéticamente. Y, de otro, porque es un arte difícil, que no lo puede cantar todo el mundo, y exigente, porque requiere atención.
–Sorprende que haya cuestiones que sigan tan vigentes, ¿tan poco hemos cambiado?
–Estos asuntos forman parte de la naturaleza misma del flamenco. Es decir, no hay momento en que este debate no surja. A mí lo que me parece resaltable es la libertad con la que los entrevistados encaran temas que hoy serían políticamente incorrectos. Ahora la gente se expresa con mucho más cuidado, entre otras cosas, porque las redes sociales crean una vigilancia extrema. Si esto sucede con los mediocres tiene poca importancia, pero cuando se vigila al genio corremos el riesgo de que pierda parte de su genialidad. De ahí la tontería con que muchos grandes artistas de nuestra época encaran asuntos políticos, estéticos o artísticos.
–A Farruco, sin embargo, le leemos contando temas personales peliagudos, opinar de quien le pellizca o no o incluso reconocer la carga sexual del baile... ¿cómo se consiguen estas confesiones?
–En las entrevistas ocurre algo muy peculiar y es que no siempre las preguntas inteligentes funcionan. Una de las gracias del libro es que las preguntas que se plantean son fáciles, ingenuas. Preguntas que uno no haría cuando sabe más porque no quiere hacer el ridículo. Pero, claro, cuando tienes 20 años te da lo mismo, porque la juventud es arrogante y dogmática. Nosotros estábamos aprendiendo, aunque Antonio (España) sabía bastante más que yo, y creo que incluso podíamos despertar cierta ternura.
–Por cierto, que vemos a Mairena hablar de evolución y revolución, ¿piensa como defiende aquí Agustín Gómez que el mairenismo le ha hecho un flaco favor al artista?
–El mairenismo, como todo los ismos, hace flaco favor al sustantivo que representan. Tú oyes la seguiriya de Terremoto que acompaña la playlist del libro y efectivamente no hay nadie que la iguale, es imposible, es lo máximo. ¿Mairena canta así la seguiriya? No. Pero es que hace infinitamente más cosas, conoce todos los cantes, frasea de una manera admirable. Era gigante. ¿Es siempre genial? No.
–El libro se publica después de otro de José María Velázquez-Gaztelu con entrevistas realizadas durante su carrera, ¿es necesario escuchar a los mayores?
–En mi caso, la publicación es circunstancial porque estaba realizando un libro de memorias de mi juventud y la democracia y cuando llamé a Antonio para recordar estos tiempos su mujer me informó que había fallecido hace unos meses. Lo que me he dado cuenta es que estas grabaciones recogen el testimonio del 90% de una generación irrepetible, como no ha habido otra. Tratamos de hacer algo que ellos no hacían con frecuencia porque eran personas que no estaban acostumbradas a reflexionar sobre sí mismos.
–¿Cómo ve el panorama flamenco actual?
–Le pongo un ejemplo. A mí me gusta mucho comer y tuve la suerte de ir durante 20 años al Bulli. Ahora cuando voy a restaurantes modernos no es que estén mal, pero es que comí en el que era y sigue siendo el mejor restaurante del mundo, aunque ya no esté. Con el flamenco me pasa igual. Soy un optimista convencido, pero es que esta generación no se ha repetido. El único eco presente de cante que me interesa es el de La Macanita que debería estar en este libro sino fuera porque era una niña.
–Entonces, como vaticinaban hace cien años Lorca y Falla en el Concurso de Granada, ¿es verdad que el flamenco está en fase de extinción?
–A decir verdad, no acabo de entender las razones de ese interrogante. Claro que el flamenco está originalmente asociado a unas condiciones de vida precarias y a una ecología comunicativa formada en ese triángulo mágico entre Jerez, Los Puertos, Sevilla… pero hay una cuestión importantísima: el flamenco se emancipa de todo eso, como lo hace el jazz o el blues. Es una gran música del mundo, no como pretende ese lamentable artículo del Estatuto de Autonomía. Por tanto, esa constante sobre si se está muriendo no tiene sentido.
–Bueno ahora que menciona lo del Estatuto podemos hablar de la apropiación cultural...
–Es asombroso que los gitanos, que no han hecho otra cosa que apropiarse fértilmente de todo lo que han ido encontrando en su vagabundeo por el mundo, acusen de apropiación cultural a artistas como Rosalía. El arte es apropiación y, sobre todo, es la apropiación del genio. El genio es un ladrón.
–Por último, ¿cuál diría que ha sido el gran aprendizaje que le ha dado el flamenco?
–Los viajes a veces sirven para mudar de piel. Tengo la sensación de que volví algo distinto de lo que era porque el flamenco me enseñó muchas cosas. Por ejemplo, estéticamente, el valor del laconismo. Los jóvenes tenemos tendencia al amaneramiento y las letras de flamenco tienen una cosa que me gusta mucho y es que son navajazos. Luego, en la vida, el flamenco me ha enseñado la importancia de la alegría. El flamenco es una fiesta, incluso aunque se estén cantando las cosas más terribles, hay siempre una superación que se sobrepone a cualquier desgracia. Esto es fundamental porque que es una buena filosofía, hay que celebrar la vida.
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