De la identidad como especulación

Ficcionario americano | Crítica

Impedimenta recupera el ‘Ficcionario americano’ de Dubravka Ugrešić, apenas un mes después de su muerte, con la edición revisada por la propia autora en 2018

La herida del tiempo

Tristeza y alegría de la luz

La escritora Dubravka Ugrešić (Kutina, 1949 - Ámsterdam, 2023).
La escritora Dubravka Ugrešić (Kutina, 1949 - Ámsterdam, 2023). / Jerry Braun
Pablo Bujalance

16 de abril 2023 - 07:02

Con la muerte de Dubravka Ugrešić el pasado 17 de marzo a los 73 años en Ámsterdam, Europa perdió no sólo a una de sus escritoras más notables, autora de libros fundamentales para comprender el presente como El museo de la rendición incondicional (1996), El ministerio del dolor (2005) y No hay nadie en casa (2005); también a una de las voces que con más autoridad, rotundidad y claridad se han manifestado en las últimas décadas contra el nacionalismo que pulverizó su país y que constituye, todavía hoy, azuzado por populismos infames, el principal estercolero ideológico de la misma Europa. Nacida en Kutina, un pueblo cerca de Zagreb, Ugrešić denunció los abusos de los desvaríos nacionalistas de los que hacían gala Croacia y Serbia en los 80, cuando nuestra escritora se había convertido ya en una autora reconocida en su lengua en una Yugoslavia todavía unida, aunque no por mucho tiempo. Precisamente, Ugrešić luchó de forma activa e incansable contra la independencia de Croacia y a favor de la unidad de Yugoslavia, lo que, tras el estallido de la guerra en 1991, tuvo las consecuencias que cabía esperar: políticos, periodistas y escritores nacionalistas consideraron a la escritora una traidora a la causa y la convirtieron en objeto de ataques furibundos hasta que Ugrešić se abrazó en 1993 al exilio al que se mantuvo fiel hasta su muerte. Antes, entre 1991 y 1992, ya en plena guerra, la autora pudo vivir un preludio de su propio exilio cuando viajó como conferenciante invitada a Ámsterdam y luego a Middletown, en Connecticut, una estancia estadounidense que se prolongó después en Nueva York. Fue allí donde Ugrešić escribió su Ficcionario americano, que publicó primero en Zagreb en 1993 y al que regresó, con una nueva edición revisada por la propia autora, en 2018. Ahora, apenas unos días después de la muerte de Ugrešić, la Editorial Impedimenta publica esta segunda puesta de largo del Ficcionario con la traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek. Y conviene subrayar, de entrada, que el lector encontrará aquí uno de los testimonios más estremecedores sobre la crueldad del exilio y la suerte trágica de los refugiados.

Dubravka Ugrešić tejió su obra literaria, de una profunda y singular conmoción poética, en la misma ósmosis que interpela a la ficción y a la experiencia, en un cruce de caminos entendido como flujo continuo que abraza también a la tradición oral y al folklore. El Ficcionario americano es una obra preñada de esta premisa: su título, tal y como explica la autora en las primeras páginas, se debe a un error mecanográfico, ya que, donde creía haber escrito Diccionario, Ugrešić encontró impresa la expresión Ficcionario, jugada del azar que la escritora reconoció reveladora y a su gusto. El libro sigue, a su modo, la estructura de un diccionario, con ordenación y disposición absolutamente libres, en torno a distintos conceptos en los que la autora explora la alucinante percepción americana del mundo y el papel extraño, pequeño, indiferente aunque a menudo incómodo que se reserva a los refugiados en esa función. La alucinación comienza, eso sí, ya en Holanda antes de la partida a Estados Unidos. Durante una entrevista, un fotógrafo pregunta a Ugrešić por la ubicación de Zagreb y la autora considera al respecto: “Cierto, ¿dónde esta eso? En Croacia. En un país que ya no existe. ¿Y dónde está? En Yugoslavia. Un país que ya no existe. Si un país no existe, entonces lo que sucede en él tampoco sucede. No hay muertes, las ciudades destruidas no se han destruido, no hay víctimas, los refugiados no han abandonado sus hogares, los generales rabiosos del ejército yugoslavo no existen”.

La condición del refugiado se parece aquí, de manera escalofriante, al absurdo definido por Albert Camus
Portada del 'Ficcionario americano'.
Portada del 'Ficcionario americano'. / Impedimenta

La condición del refugiado cada vez que es interrogado por la guerra en su país fuera del mismo se parece, de manera escalofriante, al absurdo definido por Albert Camus: “Por fin nos reconocen. Durante años he observado a los yugoslavos y su deseo de ser reconocidos. En un primer momento crecimos convencidos de que todo el mundo nos conocía. Tuvimos que cruzar la primera frontera y enfrentarnos al hecho decepcionante de que nadie sabía de nosotros (…) Y, en estos momentos, ¿cómo demostrar que no somos peligrosos, nosotros los de allí?” Con su tarjeta de identidad en la mano, Ugrešić comprende en la distancia hasta qué punto su identidad real se ha convertido en especulación para terceros. Sin embargo, el absurdo se despliega aquí en un doble sentido. Primero en Middletown, pero especialmente en Nueva York (en un capítulo añadido en la edición de 2018, la autora considera que el título Ficcionario neoyorquino habría sido más honesto), Ugrešić asiste a la proyección espectacular de una sociedad obsesionada por el culto al cuerpo, la organización significativa, el trabajo en red, la exposición casi pornográfica de sentimientos íntimos en los entornos menos adecuados, la adscripción a los mitos más insólitos como verdadera profesión de fe y el consumo desproporcionado de productos industriales de alimentación a los que se confiere una razón histórica y excepcional igual que se introducen en envoltorios de plástico (“Y todo es tan crispy, mmmm, y todo es tan crunchy, mmmm, y todo es tan fluffy, mmmm, y todo es tan delicious, ohhh, y todo es tan irresistible”). La mirada de una refugiada yugoslava, a la que nadie logra ubicar, cuyo destino no parece importar a nadie, demuestra que esta otra identidad también se ha construido desde la más pura especulación. Los mitos ejercen su función de gruesa cortina de humo tras la que sólo se halla el vacío.

En esta odisea americana, cualquier tentativa de rutina, adopción, integración, rito y liturgia forma parte de la más estricta ensoñación. Todo se manifiesta como una convención que amenaza con venirse abajo en cualquier momento, igual que un escenario destartalado en casas ajenas, bajo la constatación de que ahora ningún otro país podrá existir jamás: “Hoy, 21 de mayo, estoy sentada en el piso neoyorquino de mis amigos, no tengo llaves, me da miedo salir. Miro a hurtadillas las ventanas de los edificios vecinos, abro el frigorífico, mordisqueo los restos de comida ajena, siento al hacerlo una tibia alegría de ratón, me envuelvo en una manta, me acuesto en una cama ajena. Tengo miedo de que, si salgo, si me muevo, si hago cualquier cosa, tiraré de otro hilo y destejeré el último trapito de realidad que queda”. Esta prosa precisa, rigurosa, espléndida, capaz de llamar a emociones tan desquiciadas por su nombre, abre heridas en el corazón cuyas cicatrices, lo sabemos, nos acompañarán siempre. Frente al terror de las naciones, Dubravka Ugrešić enciende en el otro mundo una luz para un reconocimiento de lo humano más allá de las enseñas. El futuro es suyo.

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