La hora de Esparta

Fervor del acero | Crítica

La nueva entrega de Fernando Castillo aborda los testimonios de cuatro escritores soldados que exaltaron el valor y la violencia en el convulso periodo de entreguerras

Ernst Jünger en 1920.
Ernst Jünger en 1920.

La ficha

Fervor del acero. Fernando Castillo. Renacimiento. Sevilla, 2023. 300 páginas. 24,90 euros

De la mano de autores como Remarque, Roth, Graves o Rolland, la literatura declaradamente pacifista tuvo un señalado auge en los años de entreguerras, marcados por el recuerdo del horror y su formidable impacto en la conciencia europea, pero hubo una corriente paralela de sentido diametralmente opuesto, integrada por los escritores, muchos de ellos también excombatientes, que lejos de condenar la destrucción exaltaron la experiencia bélica como partera de un mundo nuevo. Enarbolando la bandera de la trincherocracia, celebraban la superioridad moral de los soldados que se habían jugado la vida en el campo de batalla frente a las reticencias de la denostada retaguardia. Los intelectuales, no menos que los burgueses a los que se acusaba de tibieza y falta de patriotismo, eran los enemigos, en parte compartidos por los bolcheviques no refractarios a las aspiraciones nacionales. La acción, y no las ideas, era el fundamento de su visión apenas política, acogida a la nostalgia de un orden aristocrático en cuya cúspide estarían los guerreros. La combinación de nacionalismo radical, desprecio de los valores liberales, vitalismo neorromántico o nietzscheano y culto de la violencia y de la guerra como "higiene del mundo", en la consabida formulación de Marinetti, sedujo a estos "estetas en armas", como los ha llamado Maurizio Serra, que en algunos casos preludiaron el fascismo y en otros compartieron el malestar del que surgió la llamada revolución conservadora.

Los autores seducidos por la mística de la guerra habían pertenecido a cuerpos de élite

Gran conocedor del periodo de la "guerra civil europea" y en general de la historia política y cultural del siglo XX, Fernando Castillo ya abordó algunos de los temas citados en Los años de fuego, publicado también por Renacimiento. En su nueva recopilación de ensayos, Fervor del acero, profundiza en los rasgos de esta literatura belicista a través de cuatro autores que dejaron testimonios autobiográficos referidos a la milicia: Ernst Jünger, Benito Mussolini, Ernst von Salomon y Rafael García Serrano. Antes de analizar sus figuras, distintas pero nacidas de un sustrato compartido, Castillo abre el volumen con una introducción panorámica donde propone una breve historia de los enfrentamientos armados y se detiene en la novedad que supuso la Gran Guerra, en la que la irrupción de las masas y el desarrollo de la industria y de la técnica elevaron el potencial aniquilador a una magnitud inimaginable. Herederos de los "jóvenes bárbaros" y a la vez impregnados del nihilismo posterior a la catástrofe, muchos de los autores seducidos por la mística de la guerra habían pertenecido a cuerpos de élite como las Sturmtruppen alemanas o los arditi italianos, escogidos cuerpos de asalto a los que se les encomendaban las misiones más expuestas. En parte fueron adelantados de los movimientos totalitarios, o sea defensores de una de las formas que adoptaba entonces la modernidad, pero al mismo tiempo, en tanto que contrarrevolucionarios, tenían la mirada vuelta al pasado.

Se pretendían de avanzadilla pero veneraban el espíritu y los códigos de la Caballería

Ninguno como el más grande y mejor conocido de todos ellos, Jünger, que llevaba en el bolsillo del uniforme una edición del Orlando furioso, ejemplifica mejor la contradicción, el paradójico anacronismo de unos perfiles que se pretendían de avanzadilla pero veneraban el espíritu y los códigos de la Caballería, razón por la que el legendario alférez, autor de un libro fundamental sobre la contienda, Tempestades de acero (1920), se mantuvo al margen de los criminales nazis. Del un tiempo socialista Mussolini, combatiente en el poco recordado pero durísimo frente del Isonzo, donde las tropas italianas sufrieron más bajas que las británicas en el frente occidental, cita Castillo un mediocre libro de crónicas, Mi diario de guerra (1923), de escaso valor literario pero alta significación en los años posteriores a lo que D'Annunzio llamaría la vittoria mutilata. Ernst von Salomon, por su parte, el autor de Los proscritos (1930), fue un perfecto exponente del militarismo prusiano, que por edad no había llegado a luchar en la Gran Guerra pero formó parte de los Freikorps y combatió a los bolcheviques en el Báltico, junto a veteranos descontentos o inadaptados que reprimieron la revolución espartaquista y no mucho después integrarían las filas de los camisas pardas, alentando la teoría de la puñalada por la espalda que responsabilizaba de la derrota a quienes habían traicionado a un ejército invicto para pactar la rendición humillante. Con su habitual precisión sintética, Castillo ofrece excelentes retratos de estos escritores soldados a los que podrían sumarse otros como Drieu La Rochelle, figuras que reflejan, cada una a su manera, el humus ideológico y estético que alimentó el fascismo. Todos sintieron, desde una profunda desconfianza hacia la democracia y sus procedimientos, que había llegado la hora de Esparta.

Paramilitares de los Freikorps en Munich, 1919.
Paramilitares de los Freikorps en Munich, 1919.

Vida de milicia

Si en Los años de fuego encontrábamos un capítulo dedicado a La guerra colonial de Luys Santa Marina, el autor de Tras el águila del César (1925), una descarnada y personalísima "elegía del Tercio" que puede relacionarse, por su exaltación de la violencia y su canto a la fraternidad de la trinchera, con esta misma corriente literaria, Fervor del acero cierra con un ensayo dedicado al también falangista Rafael García Serrano, a quien Castillo define como un "cruzado castizo". Integrado desde los primeros días en las filas de la sublevación, el escritor navarro había publicado en plena Guerra Civil la novela Eugenio o la proclamación de la primavera (1938), una suerte de preámbulo a La fiel infantería (1942) donde dejó, entreverado con páginas de enardecida militancia, un fiel testimonio de sus vivencias bélicas, confrontado por Castillo con otras obras como Diccionario para un macuto (1964) o los datos aportados por el propio García Serrano en sus tardías memorias, La gran esperanza (1983). El propio Santa Marina o especialmente Giménez Caballero, el inefable Gecé, se cuentan entre los referentes de un autor cuyos valores, más allá de las variantes ideológicas que distinguen cada caso, son muy próximos a los de otros predecesores o coetáneos europeos para los que la experiencia de la milicia –la guerra como forma de vida– fue el acontecimiento decisivo.

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