“El joven escritor que fui no aceptaría la literatura que hago hoy”

Fernando Aramburu | Escritor

El autor de ‘Patria’ firma una de las novedades literarias más esperadas de la temporada con ‘Los vencejos’, una novela que conecta de manera reveladora con su dilatada trayectoria

Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), el pasado lunes, en Málaga. / Domingo Mérida
Pablo Bujalance

15 de septiembre 2021 - 06:52

Entre el joven Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) que militaba en el grupo de agitación surrealista CLOC y el autor de Los vencejos (Tusquets) hay fenómenos editoriales sin parangón como Patria, otros libros como Años lentos, El trompetista del Utopía o Los peces de la amargura y hasta objetos artísticos de su invención como los chestoberoles (atrévase el lector a investigar por su cuenta la naturaleza de tales artefactos). Aramburu presentó esta semana en Málaga y SevillaLos vencejos, el diario escrito en primera persona de un hombre que programa su suicidio en el plazo de un año; una historia que conecta de manera singular y reveladora con la fértil trayectoria del autor.

-En los tiempos del CLOC usted anunció su propia muerte en el diario Egin. ¿Cómo encaja esa premisa en la historia de un hombre que programa su suicidio?

-Éramos muy gamberros y provocadores en aquel tiempo. Lo que hicimos fue anunciar que el grupo entero había sido asesinado en una ciudad de Francia. Que alguien nos había golpeado con un quinqué hasta matarnos. Y sí, salió publicado en Egin. Pero todo el mundo se dio cuenta de que era una boutade de las nuestras. El texto que publicamos era surrealista y absurdo. Era la manera que teníamos de hacer un cierto humor, muy cerca de lo negro, o a veces en el corazón mismo de lo negro, que yo sigo practicando.

-Pero sí hay en ese episodio una toma de perspectiva para contemplar la propia muerte, como sucede en Los vencejos.

-La muerte no es un tema que me obsesione. Es algo que nos acompaña toda la vida desde que tenemos uso de razón y de vez en cuando uno le presta cierta atención racional. Pero no es una cuestión que pese demasiado en mi literatura. Tal vez pudo pesar más en mi juventud, cuando tenía mucha salud. Se ve que me iba bien en la vida y necesitaba un contrapeso en forma de asuntos inquietantes. En realidad, lo que me parecía más relevante a la hora de escribir Los vencejos es que alguien viviera sabiendo el día y la hora de su muerte. Eso plantea una serie de preguntas que yo quería resolver. Y para poner en práctica este experimento acudí a un ciudadano normal y corriente. La cuestión del suicidio tiene cierta importancia al comienzo de la novela, pero lo más relevante es la situación que atraviesa el protagonista, una situación que me ofrecía una cierta distancia narrativa.

"Pegar fuego a un contenedor es una rebeldía inacabada; después hay que reponer y reconstruir"

-¿Asumió de entrada el riesgo que entraña crear un personaje poco amable cuando hay una tendencia a poner en duda los mecanismos propios de la ficción?

-Esa tendencia está vigente desde que Don Quijote se lía a espadazos con un teatrillo cuando olvida que lo que está viendo es una representación. Aunque sí parece que se ha extremado últimamente no sólo en toda España, sino en todos los territorios en los que hay un sistema democrático, ya que donde no lo hay las restricciones son evidentes. Se da un proceso de reconstrucción de viejos tabúes en otros nuevos que lleva a algunas personas a vigilar moralmente a otras, e incluso a denunciarlas por haber dicho esto o lo otro. Lo que yo ofrezco es ficción y, en este caso, sin un deseo explícito de provocar, cosa que por lo demás me da igual. Lo que yo quería era poner dentro de una novela la confesión de un señor convencido de que no la va a leer nadie y que de vez en cuando se confiesa con su mejor amigo. Y, en ambos casos, este hombre hace lo que hacemos todos: contar la verdad, sin falsas cortesías. Eso está en el centro de mi novela, el día a día de una persona que hace su trabajo, respeta las normas y se guarda para su intimidad lo que verdaderamente piensa sobre estas cuestiones.

-En ese contexto, ¿la sustitución de las relaciones personales por las virtuales representa una tragedia aún mayor?

-Sí, pero la gente no es tonta y sabe a lo que se arriesga si suelta su opinión a las bravas en determinados foros. Una afirmación contraria a la corrección política en Twitter puede desencadenar una tormenta de insultos y ofensas. Las redes sociales tienen una influencia muy grande en la sociedad, de manera que lo que antes decía uno tranquilamente en la barra del bar sin sufrir represalias puede generar ahora situaciones incómodas si lo expones en una red.

-¿Comparte la idea de Albert Camus de que el suicidio es el tema filosófico más importante?

-No, por supuesto que no. A ver, Camus es un escritor fundamental en mi vida. Tanto, que mis criterios morales, los que tienen que ver tanto con mi vida pública como con mi vida privada, están construidos a partir de su obra. Ahora bien, esa cita con la que abre El mito de Sísifo es un golpe de timbal y nada más. El protagonista de Los vencejos se ríe de esta frase, pero no de su autor, al que el personaje y yo veneramos.

-Pero sí hay una idea camusiana muy presente en Los vencejos: el único artículo de fe al que debe aspirar el ser humano es el afecto de otro ser humano.

-Sí, Camus postulaba la convicción de que no se debe hacer daño al otro. Ésta es una idea central en su obra y yo la he asumido como tal, el rechazo a cualquier decisión que pueda conducir al perjuicio del otro. Y le estoy muy agradecido a Camus, porque esta convicción me liberó de tentaciones a las que los jóvenes de mi generación solíamos estar expuestos, por el atractivo estético, por presión grupal o porque está en el ambiente y uno se aferra a ciertas ideas que asume con tal vehemencia que se cree con derecho a ejercer la crueldad. Ahí Camus me proporcionó un freno: el otro siempre tiene que quedar intacto. Respecto a Los vencejos, encontramos a un hombre que opta por la soledad, un hombre decepcionado por el matrimonio, la paternidad, la cultura, todos los valores en los que creyó y que le han conducido a una enorme insatisfacción. En esta coyuntura, lleva adelante un acto quijotesco por el que desafía a la vida a un pulso, y al otro lado está la vida con su brazo fornido. Una cosa que tengo que decir a favor de este personaje es que nunca sucumbe al nihilismo, a pesar de estar tan desquiciado. Se mantiene siempre como un ser moral: detesta su trabajo pero sigue acudiendo cada día, pone la foto de su padre en el vestíbulo como admitiendo su autoridad, se desprende de sus bienes pero no los tira a la basura para que puedan aprovecharlos otros.

El escritor firmó ejemplares de ‘Los vencejos’ en la puerta de la librería malagueña Proteo. / Domingo Mérida

-¿Ha tenido que decir usted muchas veces que no?

-Yo empecé diciendo que no. Pero Camus define en qué consiste la verdadera rebeldía, que no es un mero decir que no a todo, sino que en el mismo movimiento legítimo del no el rebelde añade un sí. En cada acción rebelde uno hace algo positivo para los demás. Pegar fuego a los contenedores no es rebeldía, o lo es sólo en un primer paso, de una manera inacabada. La tarea está hecha cuando uno repone y reconstruye la mejor situación posible para todos. Albert Camus contribuyó de esta forma a que la tentación de la violencia nunca fuese fuerte en mí. Con un ojo puesto siempre en los perdedores de la Historia, fuesen quienes fuesen, pensasen como pensasen.

-Hay otra premisa interesante a Los vencejos en su libro Autorretrato sin mí, en el que expone usted de manera personal ciertas confesiones. ¿Se da un cauce directo entre ambas obras?

-Eres el primero que lo ve, nadie me lo había comentado hasta ahora, pero así es. El Autorretrato sin mí son mis vencejos. Ahí soy yo el que se expresa, ese libro está lleno de mi verdad personal, sea positiva o negativa. En cada uno de los asuntos que trato en ese libro me expongo abiertamente, es Fernando Aramburu el que cuenta lo que piensa y lo que siente sobre los grandes temas de la vida de cualquier ciudadano, ahora, en el pasado y en el futuro. Lo titulé Autorretrato sin mí precisamente porque, aunque es una confesión personal, es también el retrato de una persona que está en su mundo, en contacto con la naturaleza, que ha tenido padres e infancia, que asume sus temores y es consciente de su condición perecedera. El proceso de escritura cotidiana que lleva a cabo el protagonista de Los vencejos es exactamente el mismo. El personaje es otro, tiene sus propias circunstancias y desde tales se expresa, pero de igual forma.

-¿Es posible de abstraerse de un fenómeno como el de Patria cuando se emprende la escritura de un nuevo libro?

-No. Patria se ha portado muy bien conmigo, especialmente en el plano humano. Me ha proporcionado muchos lectores y me dio una dimensión internacional con la que hasta entonces ni había soñado. Pero donde mejor se ha portado Patria es en el escritorio, quedándose fuera, sin condicionar mis siguientes proyectos. Ahora bien, es cierto que preferí que transcurriera un tiempo dilatado para que mi siguiente novela no fuese juzgada con relación a Patria y para que yo no tuviese que pagar esa factura.

"Donde mejor se ha portado ‘Patria’ es en el escritorio, quedándose fuera, sin condicionar mis nuevos proyectos"

-¿Ha hecho más chestoberoles?

-No. Mantengo tres, que conservo como oro en paño. Mis amigos me piden que haga más, incluso hubo quien quiso comprarme uno, pero no están en venta. Sí que he solicitado a la RAE que incluya el término chestoberol en su diccionario, pero parece que aún no es lo suficientemente popular.

-Le jugaron una mala pasada en el aeropuerto de Hannover cuando intentaba traerlos a España.

-Sí, me costó mucho explicarles qué era aquello. Lo peor fue que cuando les convencí de que se trataba de una creación artística tuve que demostrarles que el creador era yo. Y, claro, no tenía ningún documento acreditativo. No fue fácil que se quedaran conformes.

-¿Cuánto queda del Aramburu del CLOC en Los vencejos?

-Tengo el convencimiento de que entre aquel chaval con el pelo hasta la cintura que luchaba por sacar la literatura a la calle y llevarla ante los transeúntes para que participaran en ella quisieran o no, y el señor maduro, calvo y novelista que soy ahora hay una continuidad. Nunca he roto con mis orígenes como escritor incipiente. Siempre he ido evolucionando y adoptando modificaciones cuando me interné por caminos equivocados. Soy muy aficionado a las probaturas, a los experimentos formales. Me he aventurado en temas que eran nuevos para mí, pero nunca rompí radicalmente con nada, nunca me convertí en un escritor distinto de la noche a la mañana. Es verdad que ahora practico un tipo de literatura que aquel joven no habría aceptado, pero si me encontrara con ese chaval que fui en una cafetería y tuviera la oportunidad de hablar con él, le explicaría cómo he llegado paulatinamente de ser él a ser lo que soy ahora. Y si me reprochara algo le replicaría que he puesto todo mi empeño en cumplir su sueño de ser escritor. Si no soy lo que él pensaba, lo siento mucho. Al menos, yo he sobrevivido y él no.

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