Fernando Alfaro: “Intento agradar en la vida, pero en el arte no quiero complacer a nadie”

Libros

El líder de bandas míticas como Surfin’ Bichos y Chucho presenta ‘Mundo turbio’, una novela sobre personajes en búsqueda, esa ‘gente abollada’ que ya deambulaba por sus canciones.

Dentro de la red oscura

Fernando Alfaro (Albacete, 1963), en una fotografía promocional de ‘Mundo turbio’.
Fernando Alfaro (Albacete, 1963), en una fotografía promocional de ‘Mundo turbio’. / Toni Villar

“Por primera vez en mucho tiempo se sumergió en la memoria. Pero lo hacía a la inversa en la cronología de los hechos: desde sus últimos devaneos hacia atrás, a través de sus caídas, sus dichas, sus amores, todo lo que le había pasado, hacia atrás, fechándolo todo, hasta aquellos años de la infancia (...) Y le parecía que, ahí tumbado encogido y sudoroso, esa epifánica remembranza era una rama larga estirada en el suelo, con hojas de un verde brillante a ambos lados, los recuerdos”. El músico Fernando Alfaro, que ya había exhibido su músculo para la literatura en las letras escritas para sus grupos Surfin’ Bichos y Chucho y en algunos textos, publica Mundo turbio (Contra), una novela acompasada al pulso de la vida sobre la búsqueda y los peajes que supone la existencia –esa gente abollada que retrata en sus discos– y los asideros a los que nos agarramos en el camino. Alfaro hablará sobre su libro –un volumen que también reúne sus canciones– este viernes en Sevilla, en una charla con el periodista David Saavedra programada a las 19:00 en la librería La Fuga, a la que seguirá un concierto (21:00) en el Bar Mutante. El domingo, al albaceteño le espera un programa doble en Córdoba, en el restaurante La Boca: a las 12:00, mantendrá una conversación con Curro Bernier y a las 17:30, presentado por Fernando Vacas, interpretará ese repertorio amargo, socarrón y lúcido que ha jalonado su trayectoria.

Pregunta.–Carlos Zanón afirma en el prólogo que la “solvencia literaria” de Mundo turbio está asegurada, que el libro “no es el capricho de un músico”.

Respuesta.–No me corresponde a mí decidir eso [ríe], pero de todos modos yo no tengo muchas certezas. En la literatura y, en general, en la vida. Yo hice lo que necesitaba hacer, y de una manera incluso un poco suicida. No he querido complacer a nadie, porque en el libro hay una especie de placer en narrar momentos truculentos, se describen ciertas formas de administrarse la droga, o ciertas violencias, lo que puede verse como una provocación. Supongo que soy igual como músico, con mis canciones. Yo intento agradar en la vida, pero en el arte tengo una especie de alergia a contentar al público. Me ha llegado a pasar que he compuesto alguna melodía que sonaba a hit, y he pensado entonces que si orientaba la letra en una dirección propiciaría ese éxito, y por ese instinto vagamente suicida del que hablo lo evitaba. El mundo comercial no me interesa, tampoco en la escritura.

P.–Más allá de su voluntad de no complacer a los demás, la infancia a finales de los 60 y principios de los 70 no era precisamente idílica...

R.–Ahora los niños están jugando con aparatos electrónicos o en la piscina, en entornos más controlados, pero nosotros nos embarcábamos en unas guerras infantiles terribles. Los niños teníamos más libertad, pero esa libertad llevaba a la violencia. Y yo he contado eso, y cómo esas dinámicas se prolongaban en la vida adulta.

P.–El lector sospecha que Ángel Turbio es su alter ego, pero usted no ha tenido un drama familiar como el del personaje, ni ha pasado por la cárcel, que se sepa...

R.–No, no. Hay material autobiográfico, pero cualquier creación tiene siempre algo de autobiografía. Puede ser más o menos explícita, más o menos reconocida, más o menos cercana, porque pueden ser vivencias tuyas o de gente de tu entorno las que cuentes. Es normal, uno habla de lo que sabe. El personaje hace dibujos y escribe historias, porque necesita explicarse ese retorcimiento que es la existencia [ríe]. Un retorcimiento que no tiene por qué ser malo, me refiero a que la vida da muchas vueltas. Esa necesidad de contarse el mundo es mía.

Yo no tengo certezas, ni en la literatura ni en la vida. En este libro hice lo que necesitaba, de un modo casi suicida”

P.–Ángel, se dice, “siempre vería en los solares, en los pudrideros, en los barrios o poblados, entre la mugre los corazones brillantes”. ¿Usted es así?

R.–Yo también comparto ese impulso. Por alguna razón, igual que las flores crecen en el estiércol, en los ambientes difíciles te encuentras gente estupenda. También hay personas terribles, porque todo está dentro de nosotros, del ser humano, la luz y las sombras. Yo quería hablar en esta novela del mundo turbio, pero también de los refugios que nos buscamos. Exponer que la vida es complicada, pero los entornos del amor, la amistad, se nos presentan como asideros en ese malestar.

P.–La contraportada del libro sitúa su estilo “entre la novela picaresca y Céline”. ¿Se siente reconocido?

R.–Lo de Céline son palabras mayores, lo admito. Se han cargado mucho las tintas sobre cómo era él como persona, pero debemos centrarnos en su obra... y resulta que en su obra también era un cabronazo [ríe]. Era muy cruel, pero también consigo mismo. Yo no me parezco en nada a él como narrador, más quisiera, pero escribo también con cierta rabia. Imagino que de ahí la comparación.

Cuando alguna vez he compuesto una melodía que me sonaba a ‘hit’, he intentado huir de lo comercial”

P.–¿Cómo se plantea los conciertos que va a dar en Sevilla y en Córdoba?

R.–Creo que el de Sevilla es el número 15 y me quedan 10 o 12 ciudades por visitar. En los conciertos parto de la novela, voy contando la historia, al modo de los romances de ciego de antaño, y la ilustro con la interpretación de las canciones. En este caso, el juego consiste en convencer a la gente de que eso que sucede en las canciones le ocurrió a los personajes, aunque cuando yo escribí estos temas no existían estos personajes, no existía la novela, pero hago ese ejercicio y creo que queda interesante. El recital se alarga cerca de las dos horas, y sé que un tipo con una guitarra acústica puede resultar algo monótono, pero los espectadores me dicen que se les pasa rápido, quizás porque en las canciones, en mi música, hay saltos estilísticos radicales. Eso, envuelto en una especie de monólogo, creo que resulta curioso. El otro día se me ocurrió bautizarlo como El club de la tragicomedia, porque hablo de cosas terribles, pero sin renunciar al humor. Exactamente como en la vida.

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