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El hombre sin rostro. Luis Manuel Ruiz. Salto de Página. Madrid, 2014. 224 páginas. 16,90 euros
Admite Luis Manuel Ruiz que se había educado "muy mal" cuando empezó "a publicar a los 25 años, nada menos que con Alfaguara". El autor pudo desarrollar en el catálogo de este sello una sólida carrera en la que la amenidad de las páginas no estaba reñida con un poso de erudición o cierta densidad reflexiva: obras como Sólo una cosa no hay, La habitación de cristal y Tormenta sobre Alejandría no revelaban precisamente a un autor que elaboraba ficciones siguiendo el dictado de las modas. Pero, tras un largo paréntesis debido al escaso tiempo que le permitía la paternidad, también por "el estallido de la burbuja literaria", Ruiz regresa a las librerías con la grata certeza de haberse liberado de antiguos prejuicios. "Tenía muchos proyectos que reprimía, porque decía: Esto no me lo van a querer publicar. Ahora siento que puedo retomar todas esas historias que antes no me atrevía a contar", explica el sevillano. Los nuevos planteamientos se deben, en parte, a haberse encontrado en el camino a Pablo Mazo, el editor de Salto de Página, con el que saca la primera muestra de esa reinvención que ha vivido el escritor, El hombre sin rostro. La segunda llegará en unas semanas: Ruiz ganó hace unos días el Premio Málaga de Novela con Temblad villanos, que publicará la Fundación José Manuel Lara.
El hombre sin rostro se ambienta en el Madrid de 1908, donde un periodista que ejerce su oficio a escondidas de su familia busca el reportaje que le aleje de la mediocridad. La clave para dar un poco de lustre a ese porvenir que le obsesiona puede estar en el accidente registrado en el Museo de Historia Natural: un profesor, una "de las mayores mentes de la nación", aparece sepultado por los huesos de un dinosaurio que se ha desmoronado. Detrás de todo se esconde un proyecto científico "más propio de la CIA o de la KGB, dudo mucho que España tuviera ese nivel, es parte de la guasa del libro", asegura Ruiz, que confiesa haberse divertido a lo grande con sus personajes, inspirados en clichés. Elías Arce, el reportero de El Planeta, sería "el periodista en plan Tintín"; el profesor Fo, viejo compañero de andanzas del primer fallecido de esta intriga y amenazado por las circunstancias, "el científico loco, el profesor Bacterio. También necesitaba el papel del detective y se lo adjudiqué a la hija de éste, Irene. Me gustaba romper el estereotipo, que el personaje del detective fuera una jovencita y que el hombre fuera un poco más tonto", expone el escritor, que cierra el cuarteto protagonista con Orlok, un criado vampiro, y que reconoce que Irene, conductora temeraria, boxeadora algo impúdica en los vestuarios y mujer descreída sin intención de caer en la debilidad del romanticismo, es "la estrella" de la función.
Tintín y Mortadelo y Filemón no son las únicas influencias de esta aventura trepidante y deliciosa, en la que también planea la sombra del Sherlock Holmes de Miyazaki o la de Q.E.D., una miniserie que protagonizaba Sam Waterston sobre otro profesor chiflado "que ponían cuando éramos pequeños, a la hora de la siesta, cuando nuestro padre se dormía y nos prohibía taxativamente hacer ruido", cuenta Ruiz. ¿Acaso hay que volver a la infancia para reencontrarse, como le ha ocurrido al narrador? "Yo no soy muy de nostalgia, pero en mi caso creo que sí. Quería desinhibirme, hacer lo que me diera la gana, y al final me ha salido una cosa que tiene muchos elementos infantiles y contenidos de adolescente", concede. En el híbrido se cuelan también, en inesperado maridaje, H. G. Wells y Baroja. "Para hacer una trama de ciencia ficción cosmopolita, ambientada a principios del siglo XX, sólo podía irme a Madrid o a Barcelona. Me fui a Madrid, y me alimenté para ello de los autores del 98, principalmente de Pío Baroja, que me gusta mucho. Lo que hice fue injertar toda esa información en novelas fantásticas o de detectives, que no se hacían mucho en España. Lo curioso es que hay varios autores, como Félix J. Palma, que han retomado con el steampunk el universo de H. G. Wells, pero han ambientado sus historias en Londres o en la Revolución Industrial".
A raíz de la publicación del libro, "en el que siempre confié, pese a los rechazos que tuvo inicialmente", Ruiz está teniendo contacto "con gente que se dedica al fantástico y la verdad es que en España se escribe mucho, y lo más arriesgado y novedoso se está haciendo en este género. Lo que pasa es que todo este movimiento es muy indie". Pero la literatura de género, lo está comprobando en estos días el autor, tiene también ciertos patrones que se repiten. Como su personaje, Elías Arce, que trabaja ideando crucigramas y anda obsesionado con el lenguaje, a Ruiz también le preocupa el estilo, algo que ha sorprendido a algunos. "Si haces una novela de género tienes que someterte a la planicie en cuestión de prosa. Yo me he esforzado por no cargar demasiado los párrafos, pero estilísticamente me ha salido una novela exigente. La mayoría destaca eso como algo bueno, pero hay lectores que te dicen: es que es... un poco decimonónico", concluye con una sonrisa de resignación.
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