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"Tengo fe en el ser humano, pero hoy la economía lo dirige todo"

Marina Perezagua. Escritora

La autora se pasa a la comedia con 'Don Quijote de Manhattan'. La escritora valora "el respeto" y "la ternura" en los personajes de Cervantes.

Marina Perezagua (Sevilla, 1978), residente en Nueva York, visitó esta semana su ciudad natal.
Braulio Ortiz

18 de septiembre 2016 - 05:00

Marina Perezagua, celebrada como una de las voces más poderosas y turbadoras del panorama literario actual gracias a los relatos de Criaturas abisales y Leche y la novela Yoro, lleva esta vez al lector a territorios inesperados: revive a Don Quijote y a Sancho Panza y los traslada al Nueva York del siglo XXI. La deliciosa aventura de Don Quijote de Manhattan (Los libros del Lince) no hace sino confirmar, ahora en una clave más cómica, el inmenso talento de esta sevillana que aquí se muestra cautivada por la ternura de los personajes cervantinos.

-Cuando estrenaron Ninotchka, de Lubitsch, la promocionaron con aquella idea de "Garbo ríe": después de todos aquellos dramas que la habían hecho célebre, la actriz se reía abiertamente. Aquí podríamos decir algo parecido, que usted se pasa a la comedia...

-Sí, por fin. Me apetecía mucho cambiar de registro, era como un reto. Ya tenía una fórmula que veía que más o menos funcionaba; los tres libros anteriores habían tenido aceptación. Pero, por un lado, estaba en un momento personal un poco triste y necesitaba escribir sobre algo que me aliviara. Y por otro no quería seguir en la misma dinámica, esa donde tenía cabida lo sórdido. Quería ir contra mí misma en ese sentido y decir: esa Marina existe, pero también hay otra, como autora y como persona, que es risueña y alegre. Quería mostrar esa otra parte.

-Hay pasajes hilarantes, pero dentro de su ligereza el libro esconde mucha hondura.

-Yo digo siempre que es una comedia pero también trata temas muy profundos que a mí me preocupan bastante, sobre todo viviendo donde vivo, en Nueva York. Muchas de las historias que cuento son reales. Cuando hablo de los donativos que se piden en el Walmart para los empleados, eso ocurre. Es un detalle muy significativo de la sociedad americana, que no tiene ningún tipo de Seguridad Social.

-Usted sufrió de cerca el tema de la Sanidad...

-Sí, lo he sufrido. 50.000 dólares por diez días en el hospital, donde ingresé con una neumonía grave. Y lo que me pusieron fue antibióticos, no me operaron... No quiero pensar en la factura si lo hubiesen hecho.

-Este recorrido del Quijote y de Sancho por Manhattan le permite señalar algunas cuestiones de la sociedad norteamericana como el despilfarro de comida o la venta de armas.

-En un principio me planteé situar la narración en Sevilla, pero los últimos 14 años he vivido en Nueva York y estoy más al tanto de lo último, de los locales que se abren. En Nueva York encuentras lo mejor y lo peor. Es una sociedad solidaria en muchos sentidos, muy diferente a otros sitios de Estados Unidos. Otra ciudad igual no habría acogido a un personaje como Don Quijote. Él, ahí, sí podía liberar sus locuras.

-"El hidalgo estaba loco por poder arreglar el mundo", dice usted, "y el mundo, desocupado lector, ya no tiene arreglo". ¿Es hoy peor que cuando vivía Cervantes?

-Yo confío mucho en el ser humano, pero lo veo mal porque la economía lo dirige todo. No sé, por ejemplo, si el planeta va a aguantar. Podríamos estar tratando de evolucionar diez mil años más, pero si no tenemos ya planeta... Por eso el tema ecológico me preocupa. No es sostenible todo esto. Tengo fe, pero no sé si tenemos el tiempo.

-El tiempo es precisamente uno de los asuntos que explora el libro. Cómo somos tanto el presente como el pasado y el futuro...

-El tema de la sincronía me nteresa porque rompe la linealidad y hace el relato más dinámico. Pero también porque uno es muchas personas y muchos tiempos a la vez. Hay una escena en que cientos de libros de la Biblioteca Pública han inundado la avenida, y el Quijote ve en ellos el curso de la Historia.

-Es curioso: ha mezclado en una narración los dos libros más leídos en el mundo, la Biblia y el Quijote.

-Siempre me ha interesado la Biblia como ficción, como ciencia-ficción. Me andaba rondando por la cabeza hacer una recreación con personajes de hoy. Pero eso lo haría muy bien la Marina de Yoro, de Leche... y me iba a aburrir [ríe], por lo que he dicho antes de que quería dejar atrás la crueldad. Se me apareció la imagen del Quijote, que en vez de tener en la mano el Amadís de Gaula tenía la Biblia. Utilizar ésta como una novela de caballería me parecía oportuno. No había que forzar nada. El Amadís de Gaula era anacrónico en tiempos de Don Quijote; la Biblia lo es hoy.

-Después de este tiempo de convivencia con el Quijote y con Sancho, ¿qué es lo que más valora en ellos?

-El respeto que se tienen ambos personajes. A pesar de la absoluta diferencia, forman una pareja estupenda porque se respetan el uno al otro. Aquí he intentado hacer más protagonista a Sancho, al que le tengo mucho cariño. Disfrutaba mucho viendo sus conversaciones, con esa ternura que es al final lo que salva las diferencias.

-En el epílogo pone como ejemplo de las dudas que tuvo a la hora de escribir el libro la expresión "enderezar entuertos". En época de Cervantes se decía "tuertos", pero usted ha decidido no preocuparse tanto por lo correcto para que la lectura fuera más fluida.

-Hubo muchas dudas, sí. La expresión por tanto no se utilizaba de la misma manera, pero si lo usaba de la forma antigua no se iba a entender... Por Francisco Rico sabía que se decía tuertos en vez de entuertos, pero si optaba por la forma correcta le iba a interrumpir la narración al lector. Y yo no podía pretender hablar el lenguaje de Cervantes. Quería que fuera algo más fresco.

-Es bonito, muy quijotesco, cómo en la novela ciertos actos poéticos crean mundos. En el libro se dice que Philippe Petit, el funambulista que cruzó entre las Torres Gemelas por un cable, en realidad estaba levantando la Torre de la Libertad.

-A mí hay dos cosas que me gustaría hacer como escritora, y que me parecen muy difíciles. La primera es crear un personaje, un Frankenstein, alguien que se convierta en un icono... En los últimos años no hay un personaje poderoso, al que la gente haga referencia, al que a lo mejor no han leído pero que saben quién es. Mucha gente no ha leído el Quijote, pero entiende lo que es ser alguien quijotesco. El otro reto que me gustaría muchísimo, y que también es un desafío complicado, es crear una nueva mitología; dar sentido a actos de hoy pero desde un punto de vista mitológico. Y por ahí va lo de Philippe Petit, que es una manera de explicar cómo surgió la Torre de la Libertad de una manera mucho más simbólica.

-Hablando de mitologías contemporáneas, hay un guiño a La guerra de las galaxias: el Quijote y Sancho se visten con los trajes de C-3PO y de un ewok.

-A mí la ciencia-ficción me apasiona. Me gusta mucho mezclar la alta cultura con la cultura popular, con la baja cultura, una definición con la que yo no estoy de acuerdo. Por eso me gusta tanto Nueva York: allí te puedes encontrar un festival de cómic donde una publicación del género es tan valorada como una novela de Vargas Llosa.

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