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La cultura silenciada
Antología de la literatura fantástica. Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo. Edhasa, 2011. 496 páginas. 10,95 euros
De 1940 son dos libros que atañen de diverso modo a Bioy Casares. La Antología de la literatura fantástica, firmada junto a Borges y Silvina Ocampo; y La invención de Morel, novela fantástica prologada por el propio Borges. En ese año, Bioy cumplirá los 26; Borges, algo mayor, ha cumplido ya los 40 (El jardín de los senderos que se bifurcan verá la luz un año después, en 1941). En cualquier caso, aquello que une ambos volúmenes, aparte la autoría común, es el común concepto de lo fantástico que Borges y Bioy aprontan en sus respectivos prólogos. Y en mayor modo, una defensa de la trama, de la novela de aventuras, que en el caso de Borges no excluye la invectiva y la polémica.
En efecto, Borges, en su prólogo a La invención de Morel, acude a dos argumentos para denigrar la novela psicológica entonces en boga: la amorfa consistencia de sus personajes (ya sea en Proust o los novelistas rusos), y el inopinado éxito de la novela "tradicional", representada por Chesterton y Kafka. Bien es verdad que Borges aduce estas razones para desautorizar al Ortega de La deshumanización del arte, cuando señala el cansancio o la imposibilidad de la novela de argumento; pero también es cierto que tales razonamientos, amenizados por la invectiva contra el filósofo madrileño, señalan una fuerte corriente del XIX y el XX que incluye, no sólo la literatura fantástica defendida por ambos, sino la literatura policial, glosada ya por Chesterton en numerosos ensayos, y que prefiguran de modo obvio las palabras iniciales de Bioy en el prólogo a su Antología.
Con todo, lo más llamativo de dicho prólogo (un prólogo enumerativo, casuístico, categorial, en absoluto riguroso), es que la literatura fantástica de Bioy Casares excede tales categorías y se dirige a una zona de lo fantasioso que Borges llama la "imaginación razonada". Dos décadas después, Alejo Carpentier definirá "lo real maravilloso", recordando las palabras que Hernán Cortés dirigió a Carlos V, como la convivencia natural del hombre con la inabordable realidad americana. Sin embargo, la literatura de Bioy, su literatura de raíz fantástica, no puede acogerse, en ningún caso, bajo este equívoco membrete. Muy al contrario, el hallazgo de Bioy Casares parece dirigirse hacia una atenuación, hacia una malversación pedestre de lo extraordinario. El propio Bioy, al hablar de H. G. Wells (y es Wells quien tutela las páginas de La invención de Morel), señala cierta vocación realista del británico; no obstante, lo que se da en Bioy es una degradación de lo maravilloso, hecha soluble en lo común y cotidiano. Pero no porque los sucesos no sean, en sí mismos, extraordinarios o inexplicables, sino porque dicha anomalía se ve fagocitada por la corpulencia, por el peso, de lo acostumbrado.
Si Cunqueiro, otro imaginativo, escribía por aquellas fechas que "todas las cosas caminan hacia la fábula", las fantasías de Bioy quizá se dirijan ya a distinta orilla. En Bioy hay una reasunción de la fábula por lo mostrenco, cuya eficacia, cuya particularidad reside, no en la sorpresa de lo inesperado, sino en la voracidad con que tales asombros se alinean con el friso de lo habitual y de lo unánime. Esta extrañeza de doble vía queda ejemplificada en el cuento que Bioy incluirá en la edición ampliada de la Antología de la literatura fantástica de 1965. En El calamar opta por su tinta hay un hecho anormal, una indagación ridícula y una conclusión asombrosa que se resuelven finalmente en nada. Quienes conozcan El terror de Machen, tan admirado por Borges, sabrán ya de la temática de un poder extraterrestre que visita el mundo para salvarlo. En el relato de Bioy, de idéntico asunto, la conclusión y el tenor son ineludiblemente otros. La solemnidad y el miedo del año 1917, su contenido escalofrío, sobrevolando la campiña de Gales, se solventan aquí en una charla de café y en un paseo provinciano por tierra de gauchos.
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