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Vacío | Crítica de teatro

Rosa Díaz, con su bebé en brazos, en un momento del espectáculo. / D. S.

La ficha

**** ‘Vacío. Festival de las Artes Escénicas de Sevilla. Dirección: Rosa Díaz y Joan Font. Dramaturgia: Rosa Díaz. Asesoramiento en la dramaturgia: Elisa Vargas. En escena: Rosa Díaz y Dávide Scatá. Técnica de luz y sonido: Katia Moretti. Composición musical: Xabier Zeberio. Construcción de Títeres: María Sánchez Sierra ‘Musda’. Lugar: Teatro TNT. Fecha: Jueves 17 de octubre. Aforo: Media entrada.

No descubrimos nada si decimos que Rosa Díaz, actriz, directora y autora de teatro desde 1981, posee un talento fuera de lo común. Que se ha curtido en multitud de campos -teatro de calle, danza, teatro de objetos y títeres…- y de todos ellos ha tomado cuanto le servía para expresar lo que quería expresar.

Año tras año, primero en otras compañías y desde 2008 con la suya propia, La Rous, la hemos visto crecer, hacer espectáculos tan maravillosos como La casa del abuelo o Hilos y, como los sabios (y sabias), ir perdiendo todo lo superfluo para quedarse en la pura esencia.

Su increíble naturalidad y su maestría a la hora de interactuar con los objetos y, de modo especial, con los títeres, ha hecho de su teatro algo perfectamente reconocible, un teatro con un sello propio. No es extraño que en 2011 recibiera el Premio Nacional de Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud.

Sin embargo, lejos de repetir las fórmulas de éxito como hacen muchos, sus espectáculos son siempre diferentes porque se sostienen en una verdad o en una historia que es la suya, la de su infancia, la de su gran familia. Historias que La Rous logra universalizar de modo que todos los espectadores y espectadoras que las presencien puedan reconocerse en ellas.

En ese sentido, Vacío, que cierra una trilogía de piezas autobiográficas, nos habla de la relación entre una madre y una hija, su propia hija, desde que nace hasta que cumple la mayoría de edad.

La primera parte de la pieza es una pura delicia. Con su desbordante imaginación, nos representa su embarazo, su parto, su vuelta a casa con la bebita y sin libro de instrucciones… Más tarde: el colegio, las preguntas -los padres están separados-, sus charlas, sus juegos… Hermosísimo el tren de juguetes en el que madre e hija dejan volar sus fantasías.

Pero vivimos en un mundo muy complejo en el que resulta difícil madurar. Por eso cada vez es más difícil saber lo que pasa por la cabeza de una adolescente que se encierra tras una pantalla. Difícil saber por qué se rompe el diálogo, por qué se aleja de esa ternura, de ese amor incondicional e infinito de la madre para sumergirse en un mundo de soledad, incomunicación y sufrimiento.

La Rous afronta esta parte con una gran valentía, consciente de que es imposible pintar esa realidad -los problemas al llegar al Instituto, la resolución de las depresiones únicamente con medicamentos, el miedo a que cometan alguna locura…- en pocos minutos y con unas cuantas pinceladas.

A pesar de la dureza de esa realidad, de la desesperación de esa madre, Vacío es un canto al amor, al diálogo, a la generosidad, a la necesidad de mantenerse unidas a pesar de las dificultades.

Formalmente, la pieza posee el ritmo y la perfección que caracterizan las obras de su directora, pero esta vez gracias también a una figura como Dávide Scatá, un servidor de escena que la sigue como una sombra, que prepara delicadamente los objetos y es el cómplice absoluto de toda la historia.

En cualquier caso, lo mejor de todo siempre es la emoción, completamente desprovista de sensiblería, que La Rous es capaz de provocar en el espectador, cualquiera que sea su edad o su condición. Una emoción que no puede sino ayudar a mejorar el mundo violento que nos rodea. O al menos, así nos gusta pensarlo a los y las que amamos el teatro.  

 

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