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crítica de circo
La ficha
**** 'Totem'. Circo del Sol. Autor y director: Robert Lepage. Directora artística: Neelanthi Vadivel. Directora principal: Alison Crawford. Intérpretes: 46 artistas del Cirque du Soleil. Director musical: Alejandro Romero. Acrobacias: Florence Pot. Coreografía: Jeffrey Hall. Vestuario: Kym Barrett. Escenografía: Carl Fillion. Iluminación: Etienne Boucher. Lugar: Carpa en el Charco de la Pava. Fecha: Jueves 25 de enero. Aforo: Lleno.
El Circo del Sol volvió a abrir este jueves por la noche el telón en Sevilla. Y lo hizo de nuevo en su propia carpa, no en el Palacio de Deportes de San Pablo, donde vimos, entre otros, Quidam, uno de sus primeros y más hermosos trabajos.
Sus veintiocho espectáculos, en varias sedes fijas -Las Vegas, entre las más conocidas- y en gira por los países más exóticos, nos hablan de un momento muy lejano ya de aquel 1984 en que dos artistas callejeros de Canadá fundieron sus sueños en este circo ideal.
A lo largo de más de 30 años, el Circo del Sol ha atraído a millones de personas, y lo ha hecho buscando siempre la verdad en la pista y la colaboración de algunos artistas como Robert Lepage, el dramaturgo y director de teatro ópera y cine canadiense que firma este espectáculo.
Totem es, en realidad, la segunda colaboración de Lepage, que en 2004 ideó para la trupe KÀ, un impresionante espectáculo que sigue representándose aún en Las Vegas. Totem, que ha sido aplaudido ya por más de cinco millones de espectadores, se estrenó en 2010, justo cuando se cumplían 200 años de la teoría de la evolución.
Y es que en esta entrega, brillante y espectacular, como todas, forjada gracias a un elenco de 46 artistas de primerísima categoría, Lepage, amante siempre de la historia, en lugar de hacer girar los diferentes números circenses en torno a una historia o hilo conductor que mantenga el suspense hasta el final -algo que se echa de menos- hace un guiño a la evolución humana. De forma inconexa y alegórica, pero con una factura impecable, Totem recrea la figura de algunos de los animales que fuimos -partiendo de unos fantásticos anfibios que se deslizan por el gran caparazón de una tortura gigante- hasta llegar a los que seguimos siendo (ejecutivos, turistas...), portentosos y ridículos a la vez.
La parte más teatral quizá sea el planteamiento escénico, adaptable al teatro por no llegar a los 360 grados. Al fondo de la pista, una gran plataforma de bajada a la misma, sirve de pantalla sobre la que se proyectan bellas imágenes: lagunas, las olas y los peces del mar, el magma de los volcanes... Al fondo, por entre los juncos, van saliendo los artistas y sus mundos.
En medio de esa perfección formal, con una buena música y un extraordinario vestuario -como el del magnífico número de las barras rusas, cuyos protagonistas parecen reptiles o tortugas Ninja salidos del taller de Dior- los números circenses se van sucediendo: el emocionante número de las cinco orientales con monociclos y tazones, el dúo de trapecio y su juego amoroso, la contorsionista, los malabaristas, el torero y su diabolo... y el humor de Misha, un payaso realmente optimista. Y durante todo el tiempo, el público, lleno de caras conocidas y de niños, a pesar de la hora tardía, disfrutando, aplaudiendo y gritando "ole" a cada más difícil todavía.
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