Una fantasía para el debate
Más conocido por sus retratos, Ángel Pantoja muestra en la Sala Atín Aya una faceta menos divulgada de su trabajo, la del artista que, desde el humor, se interroga por el presente
El busto de un hombre con la cabeza ligeramente girada hacia su derecha parece mirar al horizonte. El rostro no expresa altivez, pero sí la firmeza de quien sabe qué lugar ocupa en el mundo. Las hombreras de un uniforme, la banda de alguna orden que cruza su torso, confirman la posición en la sociedad del protagonista. Sin embargo, cuando el espectador baja la mirada, se topa en esa figura con un elemento imprevisto que da otro sentido a la escena: unos pechos de mujer.
Bustos,la serie que abre Mitologías del presente, la exposición que Ángel Pantojainauguró ayer en la Sala Atín Aya y que abrirá sus puertas hasta el 4 de junio, sirve como una certera declaración de intenciones que revela la voluntad del creador: dinamitar desde la aparente convención -y probablemente no haya nada más conservador que una estatua- los discursos heredados, despertar al observador del adormecimiento en que ha caído la escena artística. "Me interesa una obra que genere debate, no la que es simplemente estética. Las galerías están hoy llenas de cuadros que no significan nada", considera.
En este conjunto de 25 imágenes, una sucesión de esculturas que interpelan al visitante, Pantoja (Sevilla, 1966) se rebela contra los términos de lo masculino y lo femenino, "esas etiquetas que tanto daño han hecho, porque la gente que no entraba dentro de esas categorías estaba condenada directamente a la marginalidad". No sin humor -la dignidad de uno de los personajes, por ejemplo, se ve rematada por una gorra de béisbol- el artista cuestiona cómo el género ha condicionado -o anulado en algunos casos- la identidad del individuo. "Es hora de cambiar el enfoque: dejemos de oponer los conceptos de masculino y femenino, porque todos somos la misma cosa. Es terrible que las mujeres deban responder a un rol y deban ser femeninas, pero también que los machos sean víctimas del papel al que le obliga su masculinidad", asegura.
Conocido por sus retratos, en los que coloca a sus protagonistas en sofisticadas y audaces escenografías -los realizados a Mari Paz Sayago y a Mariola Fuentes, los únicos que se recuperan para la ocasión, son ejemplos de esa vertiente-, Pantoja muestra aquí una cara más comprometida, preocupada por la deriva de la sociedad en la que vive. "Enseñar esa otra parte de su producción, no la obra que se asocia habitualmente a Ángel, fue uno de mis objetivos cuando llegué al proyecto", afirma la comisaria de la exposición, María Arregui Montero, que reconoce que fue díficil encontrar un título común que no traicionara la diversidad del trabajo desarrollado por el autor en los últimos cinco años. Fue la generosa inventiva que atraviesa las diferentes series la que acabó dando pistas. "Nos decantamos por Mitologías del presente porque en la mitología se usaba el recurso de la fantasía, lo que no existe, para explicar temas reales. Y Ángel hace lo mismo: derrocha imaginación para tratar asuntos que nos preocupan hoy", señala Arregui.
Cuestiones como la destrucción a la que el hombre está sometiendo al planeta son exploradas por Pantoja. Los efectos de un capitalismo despiadado encuentran una efectiva metáfora en la estampa de una pareja que se fotografía inconsciente, en un campo de golf, mientras el mundo arde a su alrededor. "El paisaje de un campo de golf me intriga", dice Pantoja, "porque esas bonitas lomas pueden estar rodeadas de chabolas o de una valla como la de Melilla que impide el paso a los inmigrantes".
En la serie Hojarasca, Pantoja llega a plantearse el fin de la especie humana a través de un grupo de naturalezas muertas donde sin embargo acaba imponiéndose una sutil esperanza. La osamenta de un perro ahorcado que han tomado las abejas y que cobija ahora un panal; una tierra devastada, apocalíptica, donde no obstante aún vuelan los pájaros. Una suerte de vanitas barroca que recuerda la finitud de la vida y en la que el artista se permite de nuevo la ironía: entre los objetos de ese antiguo régimen que ya se ha extinguido aparece ese urinario que inmortalizó Marcel Duchamp bajo el nombre de La fuente.
La inquietud por el medio ambiente también se percibe en la serie Basura, en la que Pantoja alerta de la inconsciente y desproporcionada generación de desechos. En la instalación Arias para tormenta, un cuerpo femenino perfilado con la delicadeza de una Venus de Boticelli parece bailar entre una lluvia de bolsas; en otra escena de la misma sala, los residuos han cubierto el edificio Metrópolis de Madrid hasta hacer casi inidentificable la construcción. Sin embargo, en la mirada crítica del autor vuelve a vislumbrarse un atisbo de confianza: el itinerario termina con unas imágenes en las que unos objetos inertes de limitado cromatismo hallan el color, y una inopinada energía, en los frutos de las granadas que brotan de su interior. Tal vez esta naturaleza contradictoria sea un símbolo de las duplicidades de la obra de Ángel Pantoja: aparentemente serena e inofensiva, pero finalmente rotunda en los mensajes y las lecturas que encierra.
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