Fallaci contra Hollywood
Tan adorables | Critica
Después de Un hombre, Alianza publica Tan adorables, volumen de entrevistas y reportajes que Oriana Fallaci dedicó a las estrellas de Hollywood en la década de los 50, y con el que continúa la recuperación de su obra

La ficha
Tan adorables. Oriana Fallaci. Trad. Carlos Gumpert. Alianza. Madrid, 2025. 336 págs. 23,95 €
Utilizamos aquí el verbo “contra” en un sentido muy preciso: aquel que se desprende de la propia escritura de Oriana Fallaci, quien compone sus entrevistas como una suerte de combate, del que resulta vencedor, invariablemente, el propio lector. Quienes recuerden Los antipáticos, otro volumen de entrevistas publicado en 1964, reconocerán como distintivo este carácter resuelto y electrizante de Fallaci, que se infiere de una escritura mordaz, punzante y admirable. A este respecto, los “combates” con Alfred Hitchcock y Federico Fellini (sobre todo el de este último) son absolutamente extraordinarios. Entonces también incluyó entre los “antipáticos” a Ingrid Bergman, Jeanne Moreau, Ana Magnani, Jaime de Mora, Antonio Ordóñez, Salvatore Quasimodo, la duquesa de Alba, Porfirio Rubirosa y alguna otra celebridad del momento. Advirtamos, no obstante, que la entre la colección de “adorables” que hoy glosamos, fruto de entrevistas publicadas entre 1954 y 1959 en la revista L'Europeo, se incluyen algunos de los futuros antipáticos. En concreto, Ingrid Bergman y Ana Magnani, retratadas aquí con la perspicacia celérica y voraz que comprime y resume su escritura periodística.
Fallaci, tan mordaz, no deja de reconocer la imparidad o la grandeza allí donde florezca
Es, pues, con esta pugnacidad, en cierto modo estructural, como el lector conocerá a los actores y actrices que abultan con su humanidad, trémula o desinhibida, las presentes páginas. Pero no todos con la misma atención. Fallaci dedica un destacado lugar a tres figuras del celuloide de impronta trágica. James Dean, Marilyn Monroe y Ava Gardner. Señalemos, sin embargo, que cuando Fallaci publica estas entrevistas, Marilyn aún se cuenta entre el número de los vivos. De modo que se trata, mayormente, de consignar el carácter retraído o frágil, árido o infortunado de estas estrellas, que en el caso del primero ya se ha visto completado por la muerte. Qué excelentes páginas detectivescas escribe Fallaci resiguiendo las pistas vitales de aquel muchacho a la fuga que resultaría ser James Dean. Y cuánto hay de inteligencia visceral, previa a su formulación escrita, en el modo en que la periodista retrata el matrimonio formado por Marilyn Monroe y Arthur Miller. Por otro lado, Fallaci, tan mordaz, tan susceptible a la hostilidad de su entrevistado, no deja de reconocer la imparidad o la grandeza allí donde florezca. En el caso de Ava Gardner, Fallaci subrayará la honesta y libérrima ferocidad de una muchacha de pueblo, arrojada al éxito y a la fama como a una infausta y solitaria desgracia. En el caso de Errol Flynn, nos presenta a un fabuloso y desvergonzado fin de raza.
Quienes lean con atención a esta Marilyn de Fallaci, nunca lograrán estar de acuerdo con la reciente opinión de James Ellroy, expresada aquí en España, quien la supone superficial, ignorante y boba. “Si Marilyn Monroe no fuera, casi con toda seguridad, una de las mujeres más inteligentes de América...”. Así la describe Fallaci ante de relatar cómo la actriz logró deshacerse de Gregory Peck en el reparto de una película de Wilder, para no ceder protagonismo. Otros de los entrevistados en estas páginas, como ya se ha dicho, son Ingrid Berman y Ana Magnani, muy favorablemente consignadas; a los cuales se suman Brigitte Bardot, Joan Collins, Yul Brynner, Sofía Loren y Audrey Hepburn. Solo en el caso de Brigitte, Fallaci parece desdeñar ostensiblemente a la estrella francesa. Y ello, tanto por su condición de icono publicitario, fruto de las portadas periodísticas -“famosa sin mover un solo dedo” es su definición- como por la docilidad con que se deja mangonear por su marido, Roger Vadim, un periodista del semanario Paris Match. En el resto de los entrevistados o glosados en profundidad, como James Dean, hay una poderosa voluntad de comprender, y en cierto modo, fagocitar al ser humano objeto de su atención, que en el caso de Sofia Loren -una Sofía Loren de apenas veinte años, que ya triunfa en Hollywood- es casi literal, dado que Fallaci se dirige a entrevistarla con un notable cargamento de pasta fresca, que servirá de excusa para un soberbio retrato de la actriz.
Digamos, para terminar, que existen algunos intereses añadidos a este volumen de entrevistas. Uno primero es su interés histórico, dado que aquí asistimos a la constatación de un trasvase, desde Europa a los Estados Unidos, del foco cultural, ocurrido con el fin de la segunda guerra mundial, y que encontrará en el cine su expresión más destacada. Un segundo interés, asociado al anterior, es la sólida expresión de lo europeo que se deduce de estas páginas, y que concierne tanto a la entrevistadora, como a los usos y costumbres de sus entrevistados. En efecto, Fallaci no dejará de señalar su condición de europea, como tampoco se olvidarán de hacerlo Audrey Hepburn, Ingrid Bergman o Sofía Loren. Pero sumado a esta europeidad de los continentales, se halla el prestigio y la idoneidad de Europa como domicilio de los actores norteamericanos que huyen de Hollywood. El ejemplo de Ava Gardner es muy conocido; pero es fácil imaginar la significación que tuvo Europa, no solo en su carácter doméstico, para el asentamiento de Orson Welles en España. Es en Welles donde encontramos, más que en ningún otro, ese último esplendor de lo europeo como cima convencional del arte. Unos años más tarde y habrán llegado ya la reiteración fabril y el colorido ácido de Warhol.
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