Ramón Amador | Crítica
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Crítica 'Moliere en bicicleta'
Moliere en bicicleta. Comedia, Francia, 2014, 104 min. Dirección: Philippe Le Guay. Guión: Fabrice Luchini, Philippe Le Guay. Fotografía: Jean-Claude Larrieu. Música: Jorge Arriagada. Intérpretes: Fabrice Luchini, Lambert Wilson, Maya Sansa, Camille Japy.
Fabrice Luchini -que debutó una década antes en el cine con Labro, Rohmer y Chabrol- se inició en el teatro con Esperando a Godot en 1979 y desde entonces ha interpretado a Celine, Shakespeare, Bernhard o Mamet. Lambert Wilson, también iniciado en el cine, escogió vocacional y tardíamente el teatro como cantante (comedias musicales en el Chatelet) y director de obras de Musset y Racine. Dos hombres de cine con pasión por el teatro al que ahora homenajean desde la pantalla interpretando esta película escrita y dirigida por Philippe Le Guay, enteramente basada en el duelo interpretativo entre ambos. Lambert Wilson es un encantador (aunque no muy sincero) y popular actor de televisión que quiere convencer a Fabrice Luchini, un gran actor retirado desde hace años que ha huido del mundo refugiándose en una isla, para que interprete junto a él El misántropo de Moliere.
En un inteligente juego de espejos ambos actores tienen las personalidades de los personajes que han de interpretar. Con lo que la preparación de la obra se convierte en su propia representación y las tensiones entre los dos actores son idénticas, o muy parecidas, a las que se dan entre los personajes que han de interpretar. Caracteres personales y formas de interpretar, seres reales y personajes de ficción, vida y teatro se funden en un delicioso juego que no carece de profundidad -sin perder nunca un amable tono de comedia ligera que lo hace asequible a todos los públicos- en su reflexión sobre el mundo del teatro y el teatro del mundo. Que el veterano Luchini interprete al misántropo y prestigioso actor retirado y el más joven Wilson -con una carrera cinematográfica de menos fuste y una trayectoria teatral más breve- a la feliz estrella televisiva que quiere hacer teatro junto a un maestro para sumar el prestigio intelectual a su popularidad, sugiere que el juego se prolonga a los propios intérpretes de la película.
La idea fue sugerida por Fabrice Luchini a Philippe Le Guay como una reflexión en clave de comedia sobre la vigencia de los clásicos (¿hasta qué punto pueden o deben adaptarse sus textos para hacerlos atractivos al público actual?, ¿qué tienen que ver con la vida actual?) y la profesión de actor (¿qué misteriosas conexiones se establecen entre el intérprete y el personaje?). Por ello esta estupenda e inteligente película alcanza sus mejores momentos cuando Luchini y Wilson luchan entre ellos y sobre todo en los ensayos. Tal vez Le Guay debía haber perdido el miedo a lo excesivamente culto o minoritario y haber prescindido de trucos de oficio y personajes secundarios para dar todo el metraje a estos dos grandísimos actores que, con sus interpretaciones, logran escribir un apasionante ensayo sobre el teatro.
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