Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Exposición
Cuenta la leyenda que un samurái del período Edo, orgulloso del pez fabuloso que habían capturado en la embarcación en la que iba, quiso mostrar aquel ejemplar al emperador, pero sus allegados le hicieron desistir de ese empeño, porque andaban aún lejos de la costa y aquella pieza llegaría a tierra en mal estado. Para que quedara constancia de aquel prodigio, idearon entonces una estrategia: empaparían en tinta aquel animal y plasmarían su figura en el papel. Con la misma técnica, a partir de entonces, los pescadores perpetuaban una faena afortunada, los pescaderos anunciaban en carteles el producto del que disponían. Más adelante, ese método de impresión adquirió la catalogación de arte, y entró en instituciones como la galería Matsuya de Tokio o el Museo de Historia Natural de Nueva York.
Domingo Martínez y Gabriela Diosdado, componentes de Dúo Equipo Creativo, traen ahora la belleza trascendente de los fondos marinos al Acuario de Sevilla con Un océano en movimiento, una exposición que abre sus puertas hasta el 15 de septiembre y en la que estos dos artistas presentan estampaciones realizadas mediante el proceso del gyotaku. Atunes, mojarritas, sargos, rodaballos y pulpos sorprenden al visitante trazados con esa delicadeza propia del imaginario oriental.
En Dúo Equipo Creativo encontraron esta técnica “investigando sobre grabados que fueran más sostenibles, que no fueran nocivos ni para el artista ni para el medio ambiente”, explica Martínez, que también hace hincapié en el potencial didáctico de estas impresiones. “Aunque acabamos de jubilarnos, nos hemos dedicado a la docencia y buscábamos procedimientos que se pudiesen compartir en clases, en talleres sin riesgos para la salud. La mejor prueba de que se trata de un proceso sostenible es que el pescado utilizado para la estampación puede ser consumido después”, dice sobre un mundo fascinante del que han escrito, entre otros, el fotógrafo Joan Fontcuberta o la profesora de la Universidad de Sevilla María del Mar Bernal.
Fue en la facultad de Bellas Artes hispalense donde estudiaron Martínez y Diosdado. “Durante muchos años nos dedicamos al diseño, pero un día nos recordamos que también habíamos estudiado grabado. Y volvimos a mancharnos las manos, que es lo que realmente nos gusta”, comentan. El arte de imprimir las siluetas de los peces, el gyotaku, acabaría siendo el “leitmotiv” de sus carreras, el lenguaje con el que se expresarían. Lejos de la literalidad del registro documental, en Dúo Equipo Creativo invocan a la poesía. “A veces añadimos a la escena el hábitat en el que estaría moviéndose el pez, jugando con los elementos, incorporando a la composición unas hojas o unas algas, que son muy difíciles de estampar, porque o son acuosas o muy duras cuando se secan. El embajador de Japón, Satoru Satoh, nos dijo algo muy bonito, que nosotros recreábamos la vida y que en su país retrataban cadáveres”, señalan los autores, a los que les interesa contar historias con sus trabajos. “Para ilustrar la primera vuelta al mundo, por ejemplo, cogimos cinco tapaculos como símbolo de las cinco naves que salieron, y al final volvía sólo un pez tambor muy gordo, como un barco cargado”.
En Un océano en movimiento, los integrantes de Dúo Equipo Creativo aluden al componente espiritual de la relación del hombre con el mar y recuperan el ruego de un pescador: “¡Dios mío, permíteme capturar un pez tan grande que no tenga que volver a mentir a mis amigos!”. Una historia que reescriben con una serie de caballitos de mar perfilados sobre un libro de plegarias en francés.
Los jerezanos, que frecuentan ferias internacionales y han expuesto en espacios como el Castillo de San Sebastián en Cádiz, el Alcázar de Sevilla o el Centro Cultural Hispano-Japonés de Salamanca, hablan con pasión de las especies que inmortalizan en sus obras. “Los rodaballos son muy señoriales, muy planos y se estampan muy bien, los pulpos plantean más complicaciones”, asegura Martínez, que destaca entre los hitos de su carrera haber estampado “atunes de un metro setenta y 300 kilos, también hemos seguido el proceso del ronqueo y dejado testimonio de ello”. Cerca de unas sutiles colas de atún, otras obras alertan de la saturación de los océanos por culpa del plástico: unos blísters irrumpen en la calma de las aguas marinas. Además del estímulo de la belleza, Un océano en movimiento busca también concienciar a los espectadores sobre la importancia de cuidar la naturaleza.
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