Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
arte
El cuadro, en el museo, se ofrece frontalmente a la mirada. Se indica así que la obra es única, nacida de un momento singular de inspiración y por ello merece un espacio privilegiado. Las obras de esta exposición rompen tal esquema: colocadas a ambos lados de la sala, dos pinturas idénticas (Calle Calamar, primero y después, un paisaje marino titulado Cautivo) parecen acompañar al espectador que, receloso, los mira de soslayo. También hay reiteración en la pared frontal. La misma figura, una mano que deja escapar la arena que tiene apresada, no presenta más variante que la de estar pintada a la izquierda sobre tabla y a la derecha sobre un palet industrial. Tales obras no requieren la actitud del contemplador: las primeras reclaman la mirada lateral y la última un turno inusual entre la comparación y la alternancia. Antoni Socías (Inca, Mallorca, 1955) cultiva así la pintura desde una perspectiva conceptual. Altera la conducta del espectador, obligándole a interrogarse a la vez que mira, y cuestiona la idea tópica del artista como individuo inspirado. Hacer dos veces el mismo cuadro (no copiarlo) hace dudar del momento único de inspiración, anteponiéndole el peso de la propia práctica de la pintura como si ésta, más que ser creada por el autor singular, se manifestara en él al margen de su individualidad. Es la pintura quien pinta a través del pintor. Las enigmáticas parejas de cuadros alternan con trabajos de Enric Socías (Palma de Mallorca, 1981), hijo y cómplice de Antoni en lo que a arte se refiere, que meditan, con evidentes dosis de ironía, sobre la simultaneidad, propia de nuestro tiempo, entre arcaísmo y tecnología. Destaca la pieza titulada Beduino: dos trozos de piel (colocados también a ambos lados de la sala) en los que una lámpara emite un breve destello, aunque la obra más sorprendente es un vídeo, paisaje del interior del cuerpo humano: se ha elaborado en efecto a partir de centenares de radiografías. Se unen así con audacia tecnología y la más arcaica de las arquitecturas: nuestro propio cuerpo.
Hay en la muestra un tercer autor, Karamo Fanta, un joven africano nacido en Lleida. Sus vigorosos trabajos, que interesaron a Antoni Socías y los incorpora, en espacio aparte, a algunas de sus exposiciones, prolongan en cierto modo la reflexión de Enric Socías aunque en su caso la relación entre la tecnología y una vida diaria enraizada en antiguas tradiciones es mucho más dramática. África sigue siendo el continente abandonado a su suerte.
También te puede interesar
Lo último