Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Arqueología subacuática
El naufragio del galeón Nuestra Señora del Juncal, ocurrido el 1 de noviembre de 1631 en el Golfo de México tras un accidentado viaje que partió de Veracruz y no pudo, como se pretendía, haber hecho escala en La Habana, fue uno de esos desastres que el destino aguarda con codicia y ante los que la fatalidad va dejando señales. Aquella travesía se había ido aplazando por miedo a un nuevo ataque de los holandeses, que tres años antes, cerca de la bahía de Matanzas, en Cuba, habían logrado el mayor botín que se le había arrebatado nunca a la Flota de Indias; se cuenta también que un día antes de partir falleció el capitán Miguel de Echazarreta. Los malos augurios que rodeaban aquella empresa no impidieron que aquel galeón dejara Veracruz sobrecargado con 300 personas y una abrumadora cantidad de monedas y mercancías como chocolate, seda, tintes. La embarcación sufría algunas roturas por las que entraba el agua, y pronto un temporal complicó aquel fatídico itinerario. Diecisiete días después de abandonar tierra, al Juncal se lo tragó la mar: únicamente sobrevivieron 39 personas de aquella tripulación.
Ahora, La Flota de Nueva España y la búsqueda del Juncal, que acogerá hasta el 14 de abril de 2022 el Archivo General de Indias, recrea aquel episodio histórico con obras, documentos, pinturas de la época, recreaciones audiovisuales e incluso un videojuego, y comparte con el público, además, las investigaciones realizadas en una campaña arqueológica que ha unido a España y a México y en la que se han buscado los restos de este navío, uno de los buques insignia de la Flota de Nueva España. Organizada por el Ministerio de Cultura y Deporte, Acción Cultural Española y AECID y comisariada por el arqueólogo Carlos León y los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México Flor Trejo y Roberto Junco, la exposición fue inaugurada este lunes por el ministro de Cultura Miquel Iceta.
El proyecto surge como fruto de un acuerdo firmado entre España y México en 2014, que tiene como objetivo la cooperación internacional para la salvaguarda, protección, recuperación, conservación y difusión del patrimonio cultural subacuático. "Cuando se investiga un naufragio", apunta la historiadora Flor Trejo, "lo habitual es que los países se pongan a pelear entre ellos, pero eso es muy aburrido. Aquí el Juncal nos implica a todos: está hundido en México, es un barco español, pero la historia es global. Esta alianza entre países no se ha hecho nunca, porque embarcaciones como ésta sólo generan discordia".
Un retrato de Felipe IV con un león a los pies, obra del taller de Diego Velázquez, pero también otro del virrey de la Nueva España Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralbo, inauguran un recorrido ilustrado por 88 piezas que entre otras cuestiones analiza las crisis que padecía la Corona española con el telón de fondo de la guerra de los Treinta Años o las tensiones con las colonias. Mientras una vista de Sevilla en el siglo XVI cedida por el Prado refleja la relevancia que la ciudad del Guadalquivir alcanzó en el comercio con América, otro cuadro que reproducía un nuevo método para limpiar la plata –la amalgamación con mercurio– en Zacatecas, así como trozos de plata y oro, dejan constancia de la riqueza que esperaba al otro lado del Atlántico.
Uno de los aspectos más novedosos del conjunto consiste en poner el foco en la importancia que los astilleros del Cantábrico tuvieron en la carrera de Indias. La Flota de Nueva España y la búsqueda del Juncal cuenta cómo había particulares que arriesgaban su patrimonio en la elaboración de barcos, como fue el caso del contador Antonio de Ubilla y su mujer María de Izaguirre, que destinaron su capital a la construcción de dos galeones, uno de ellos el Juncal. El matrimonio pensó que la elección de esta embarcación como buque insignia sería "una coyuntura favorable" pero, como destaca Carlos León, "aquello fue la peor inversión de su vida. Y eso que hubo un cambio de guión tras la pérdida de la flota en 1628: un barco que no había sido pensado como buque de guerra acabaría teniendo nuevas funciones, otro estatus".
El coordinador de Arqueología del mexicano Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Pedro Francisco Sánchez Nava señala que en estas décadas ha habido "presiones" de "empresas muy poderosas que tenían la simpatía de funcionarios" por cazar fortunas sumergidas en el mar, pero quienes trabajan en este ámbito, en su mayoría, "rescatamos historias, no tesoros". Y la historia del Juncal, como afirma el ministro Iceta, daría para una serie de Netflix "y seguiría sin aburrir en su quinta temporada", añade Flor Trejo. Una recreación audiovisual de la bodega del Juncal, a la que se accede tras pasar por una maqueta de la embarcación, reproduce cómo tras 17 días achicando agua la tripulación se preparó para el naufragio, "que apenas duró tres credos", explican los responsables de la muestra.
La odisea, relata Trejo, no acabó para los supervivientes al llegar a tierra. El marqués de Salinas, que viajaba en el barco, había entregado al contramaestre un cofre con joyas para asegurarse un hueco en la chalupa que, por azar, no acabarían ocupando los nobles, sino marineros y grumetes. Las cadenas de oro que estos portaban hizo fácil su identificación: el gobernador de Yucatán atribuyó a un motín que ninguna persona de mayor jerarquía se hubiese salvado de aquel desastre mientras sus subordinados llevaban consigo piezas que costaban una fortuna.
Un audiovisual que despide a los visitantes plasma el estado en que debe de encontrarse el Juncal, cuyos restos no se han descubierto pero cuya ubicación se intuye por los testimonios de aquel siniestro. Si se hallara la embarcación, algo "que hoy es más fácil con la tecnología", dicen los comisarios, "habría que cerciorarse de que es el Juncal, y ya se vería. Pero el acuerdo entre México y España", concluyen, "garantiza que los dos países seguirían trabajando juntos".
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