Antonio el Bailarín: el legado de un genio
Flamenco
La Sala Santa Inés celebra el centenario del artista con una exposición que parte de sus fondos personales para recorrer su apasionante trayectoria y retratar su grandeza
Cuando Antonio Ruiz Soler, Antonio el Bailarín (Sevilla, 1921-Madrid, 1996), celebraba sus bodas de oro con la danza, una ocasión en la que habló de "un adiós cálido, apasionado, hecho de música, ritmo, plástica, poesía y entrega total", los mismos rasgos que habían configurado su trayectoria hasta entonces, el intérprete escribió: "Para que mi recuerdo viva en el público tanto como el público vivirá siempre en mi memoria". Ese augurio, la idea de perdurar en el imaginario colectivo, no se cumpliría: el genio que dejó el "mayor corpus de un solo creador en la historia de la danza española", que triunfó con su virtuosismo y su arrebatadora personalidad por el mundo, hoy no goza de la repercusión que su altura merecería. Los reportajes y libros que vuelven a su figura inciden en la crónica social –su carácter difícil, su accidentada vida privada o su desinhibición a la hora de tratar ciertos temas– y olvidan la abrumadora carrera que dejó atrás el maestro. Ahora, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, el 4 de noviembre de 1921, la Sala Santa Inés acoge hasta el 9 de enero una exposición, comisariada por la crítica de Diario de Sevilla Rosalía Gómez, que reivindica su grandeza artística y propone un apasionante recorrido a partir de su legado.
En la inauguración de la muestra, la consejera de Cultura y Patrimonio Histórico Patricia del Pozo recordó que el sevillano "paseó los nombres de Sevilla, Andalucía y España por todo el mundo" y fue "un auténtico embajador del flamenco en un momento en el que ni los medios ni las comunicaciones eran los mismos que ahora". La exposición, asegura Del Pozo, es "el mejor regalo que se le podía hacer" al bailarín, pero también supone un desagravio a los aficionados: el conjunto exhibe, al fin, una parte del patrimonio personal de Antonio que la Junta adquirió en una subasta en el año 2000, "y que tras 20 años en almacenes mostramos y ponemos en valor", señalaba la consejera este jueves.
Unos fondos que ilustran a través de carteles, fotografías, recortes de prensa, pinturas, libros, programas de mano, películas o prendas el asombroso recorrido que emprendió aquel niño que daba clases con Realito, que cautivó a Alfonso XIII siendo aún un crío en la Exposición Universal del 29, y que se despediría de su público en la Bienal de 1988, marcándose unas bulerías en el escenario del Hotel Triana en un recital de Chano Lobato. Entre medias, el espectador va comprendiendo a través de las diferentes salas y los numerosos nombres de ciudades apuntados en las paredes cómo ese chaval humilde conquistó los más inesperados rincones del planeta con su talento superlativo, y, como apuntó la consejera, "hizo marca España antes que nadie".
Buenos Aires, Montevideo, Asunción, Santiago de Chile, Lima, Río de Janeiro, Quito, Guayaquil, Bogotá, Medellín... La lista de destinos que Antonio y la que fuera su pareja artística Rosario encadenaron a partir de 1937, cuando un empresario los contrata para ir a América, impresiona al visitante. La aventura americana se prolongaría nada menos que 12 años, y Los Chavalillos Sevillanos, como se conocía al dúo, cambiarían su nombre artístico al más sencillo de Antonio y Rosario para triunfar en el Waldorf Astoria, en primer lugar, y bailar en el Carnegie Hall y aparecer en el New York Times. La marcha de Carmen Amaya a Argentina y la muerte de La Argentinita los erige en los referentes de la danza española. En esos años bailan ante el presidente Franklin D. Roosevelt, y Antonio creará una de sus coreografías emblemáticas, el Zapateado de Sarasate, que estrenó en el Teatro Bellas Artes de México. El cine también cae rendido a sus encantos mientras las revistas siguen fascinadas el ascenso del tándem, y entre otras películas destaca Holywood Canteen, con Bette Davis, en la que interpretan el Vito de gracia.
El éxito internacional es de tal calibre que Antonio no volvería a Sevilla hasta 1949. Su sobrina Guadalupe Ruiz no se bautizó hasta los cuatro años "porque mis padres esperaron a su regreso, y ese momento me cogió ya crecidita", evoca la descendiente del artista, "al que después veíamos poco, ya que vivía en Madrid, pero cada vez que venía, con su cochazo, era toda una revolución en el barrio". Guadalupe lamenta que, a pesar de que no hay "ningún bailaor que lo supere, su nombre está hoy olvidado. Se ha dejado de hablar de él cuando fue un genio como Picasso. Mi hijo vino un día a casa sorprendido de que sus amigos no lo conocían. Estoy contentísima con esta exposición, que va a poner de manifiesto su importancia. Hace falta en una ciudad en la que Antonio sólo tiene una estatua... y está en el cementerio y, además, se la pagó él".
Las salas que componen la exposición, y que en la apertura albergaron las actuaciones de varios integrantes del Ballet Flamenco de Andalucía, recrean otros episodios de la carrera del sevillano, como la popularidad que Antonio conoció también en los teatros de toda Europa. En 1952, el año en el que interpretó por primera vez el martinete, nunca antes bailado, para Edgar Neville y su Duende y misterio del flamenco, Massine lo recluta para La Scala de Milán, donde aborda El sombrero de tres picos de Falla. Por esas fechas también, apenas dos meses después de que el Gobierno franquista decrete el fin de las cartillas de racionamiento, Antonio y Rosario brillan como las estrellas del primer Festival de Música y Danza de Granada. El desafío con las instituciones del país llegó cuando Antonio se atreve a emprender una triunfal gira por Rusia y se gana la devoción de los exiliados allí presentes. "Mientras él se despedía en ruso, los españoles subían al escenario llorando de emoción", se lee en la prensa.
Su fructífera relación con el cine o su etapa como director del Ballet Nacional de España son otros aspectos en los que se detiene esta exposición, que traza una emocionante semblanza de un creador "autodidacta, intuitivo, curioso y tenaz por naturaleza", que indagó en "todas las danzas que encontraba a su paso" y fue capaz de adoptar las influencias más dispares sin perder el rigor. Los fragmentos de siete coreografías que hizo para el BNE y que se proyectan junto al corto Antonio en la cueva de Nerja, digitalizado por la Filmoteca de Andalucía, dejan constancia del absoluto magisterio del creador e intérprete.
Para Rosalía Gómez, la exposición subraya "la verdadera grandeza" de un artista que fue "embajador de España en el mundo", y quiere llamar la atención también sobre la "importancia del legado" que Antonio dejó. "Esta muestra es la punta del iceberg, más allá de lo que se ve hay unos fondos magníficos. Ojalá se difundan para que puedan descubrirlos e investigarlos las generaciones futuras".
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