El eterno candidato que se quedó a las puertas del Nobel

Literatura

El fallecido escritor cosechó toda suerte de galardones y reconocimientos, aunque se le resistió siempre la distinción sueca

Roberto Jiménez (Efe) / Valladolid

12 de marzo 2010 - 14:11

El novelista Miguel Delibes se convirtió durante los últimos años de su vida en el eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, cuyo nombre circuló con tanta insistencia como ineficacia a la hora de suceder a los escritores españoles que recibieron tan prestigioso galardón, el último de ellos Camilo José Cela (1989).

La obra de Delibes, no obstante, goza del privilegio de haber sido una de las más estudiadas y traducidas de toda la literatura española del siglo XX, con abundantes ediciones y títulos de obligada lectura dentro del sistema educativo como ha sido El camino (1950), su tercer libro, que escribió en menos de un mes. Con La sombra del ciprés es alargada (1948), su estreno en las librerías cuando apenas contaba con 27 años y compatibilizaba el periodismo en El Norte de Castilla con la docencia en la Escuela de Comercio, logró el Premio Nadal, su primer y tempranero reconocimiento de una larga lista de reconocimientos.

Figuran entre éstos todos los principales premios y distinciones de las letras hispanas e internacionales menos el referido Nobel, que sólo han logrado hasta la fecha cinco autores españoles: Camilo José Cela (1989), Vicente Aleixandre (1977), Juan Ramón Jiménez (1956), Jacinto Benavente (1922) y José Echegaray (1904).

Al Nadal, siete años después, le siguió el Nacional de Literatura por Diario de un cazador (1955), su quinto libro y su primera incursión cinegética en letra de molde, al que luego siguieron otros nueve títulos centrados en la que fue, junto a la pesca y el amor por la naturaleza de forma genérica, una de sus principales pasiones, en la que fue iniciado por su padre, Adolfo Delibes.

Con su segundo libro de relatos, titulado Siestas con viento sur (1957), obtuvo el Premio Fastenrath de la Academia, institución en la que ingresó en mayo de 1975 -un año después de fallecer su esposa, Ángeles de Castro-, con un alegato en favor de la naturaleza presentado con el lema El sentido del progreso desde mi obra y que editó en 1979 en el volumen Un mundo que agoniza.

Cinco años más tarde Delibes metió en su morral un nuevo reconocimiento, en este caso el Premio de la Crítica, al margen de la oficialidad vigente, por Las ratas (1962), donde alumbró a uno de sus personajes más celebrados y universales: El Nini, el niño sabio que interpretaba las fuerzas de la naturaleza con pasmoso tino.

En 1982 compartió con Gonzalo Torrente Ballester el Príncipe de Asturias de las Letras, en 1983 fue investido doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid y en 1985 recogió el Premio Castilla y León de las Letras y fue nombrado en Francia Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras de ese país.

El Premio Nacional de las Letras Españolas le llegó en 1991 y en 1993 la más importante distinción de las letras hispanas: el Cervantes, que recogió el 23 de abril de 1994 de manos del rey, rodeado de toda su familia, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, al que regresaría en 1996 para ingresar en su claustro de doctores con carácter honorífico.

Un año después, la Asociación de la Prensa de Valladolid instituyó con su nombre un galardón de ámbito nacional para promocionar los trabajos periodísticos más destacados en defensa del buen uso de la lengua española.

En 1998, medio siglo después de su primer libro, publicó Miguel, Delibes su última novela, El hereje, dedicada a su ciudad natal a partir de la recreación de un episodio histórico vinculado a un proceso inquisitorial, que mereció los honores del Premio Nacional de Narrativa. Ese mismo año recibió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo que le entregó en su domicilio el entonces ministro Manuel Pimentel.

Los últimos reconocimientos en vida, todos ellos el año pasado, comenzaron en julio con la declaración del novelista como Hijo Adoptivo de Molledo (Cantabria), uno de sus primeros lugares habituales de veraneo y donde situó el escenario de una de sus novelas más editadas, El camino (1950).

Meses después, el 16 de noviembre, recibió la Medalla de Oro de Castilla y León, como reconocimiento al autor más universal y de mayor renombre que han dado las letras de esa comunidad, que le entregó en su propio domicilio el presidente autonómico, Juan Vicente Herrera. Cuatro días más tarde, en el mismo lugar, el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, le prendió la Medalla de Oro al Mérito Turístico por su contribución a la difusión de esa comunidad autónoma a través de su obra literaria.

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