Una generación perdida

El esteta armado | Crítica

Fórcola da a conocer el lúcido ensayo que Maurizio Serra dedicó a los “escritores guerreros” de los años treinta, seducidos por la fatal combinación de estética y política

Stefan George (1868-1933) fue uno de los precursores de los ‘estetas en armas'.

La ficha

El esteta armado. Maurizio Serra. Trad. Ester Quirós Damiá. Fórcola. Madrid, 2023. 512 páginas. 34,50 euros

De Maurizio Serra, escritor italiano pero nacido en Londres y criado en París, diplomático de carrera y miembro de la Académie Française, conocemos dos espléndidas biografías, Malaparte, vidas y leyendas (Tusquets, 2012) y La antivida de Italo Svevo (Fórcola, 2017) –la tercera, dedicada al magnífico D'Annunzio (2018) y que conforma con ellas una especie de trilogía escrita en francés, su segunda lengua, aún no ha sido traducida– a las que se sumó no hace mucho el menos pormenorizado pero revelador “retrato de un revolucionario” que trazaba en sus estudios sobre Marinetti y el futurismo (Fórcola, 2021), libros todos que dan fe de su elegante escritura y de una profunda familiaridad con las literaturas europeas de la primera mitad del siglo XX. De nuevo en la versión de Ester Quirós Damiá, que ya tradujo dos de los libros citados para el sello madrileño, Fórcola publica ahora L’esteta armato. Il Poeta-Condottiero nell’Europa degli anni Trenta (1990, reeditado y ampliado en 2015), un ensayo también muy valioso que analiza de modo no rutinario, sino con ambición y lucidez desusadas, los rasgos comunes a una generación de intelectuales enardecidos en los que la ideología, frente a lo que habitualmente se piensa, desempeñó un papel menos determinante que la decidida voluntad de vincularse, en un tiempo que juzgaron de insoportable decadencia, a los persistentes territorios del mito.

Tenían en común el impulso heroico, el deseo de aventura y un idealismo extremo

Herederos de figuras carismáticas como Jünger, Stefan George, D’Annunzio o T.E. Lawrence, los estetas en armas se propusieron ir más allá que sus precursores, no ajenos a la seducción de las ideologías totalitarias –no sólo el fascismo, también el comunismo reforzado por el éxito del experimento soviético– pero reacios a integrarse en sus estructuras institucionales. No conocieron por edad la Gran Guerra ni el eco inmediato de la Revolución de Octubre, sí el pleno auge de las vanguardias y la radicalización de unos postulados que exaltaban la virilidad –muchos de ellos tuvieron inclinaciones homoeróticas– y la superioridad de la acción sobre la reflexión especulativa. El impulso heroico, el deseo de aventura y un idealismo extremo que no temía la inmolación e incluso la anhelaba, están en la base de la fascinación de los “escritores guerreros” por el gesto nietszcheano y la actitud beligerante. Frente a los valores que pasaban por caducos, el “espíritu de los años treinta” exigía la ruptura con el viejo orden de los padres y el desprecio de las “servidumbres burguesas” en aras de un vitalismo de raíz nihilista. La “necesidad de certezas mesiánicas” iba más allá de los credos políticos o los asimilaba a un ideario de fuerte impronta esteticista, en el que el culto a la juventud no se oponía a la idea de la bella muerte.

La erudición de Serra y su perspicacia crítica se unen a su admirable capacidad narrativa

Decenas de vidas y referencias cruzadas atraviesan el libro de Serra, que hace gala de una erudición extraordinaria y une a la perspicacia crítica una admirable capacidad narrativa. Franceses como René Crevel, Malraux y Saint-Exupéry, alemanes como los hermanos Klaus y Erika Mann, ingleses como Auden y Spender o italianos como Lauro de Bosis son sólo algunos de los muchos nombres que comparecen, con sus obras y peripecias, a menudo trágicas, en un recorrido que define con mil matices el humus intelectual del que participaron unos y otros, acogidos a una “nefasta poetización del orden político” que acabaría en catástrofe. Las figuras del Poeta-Guía, el Condotiero, el Vate, el Dichter als Führer, eran distintas encarnaciones de un mismo deseo de influir de forma directa en la instauración de un orden nuevo, alejado de la moral tradicional, que apelaba a un paradójico “individualismo de grupo” y a los lazos de una “solidaridad ideal” entre elegidos que se consideraban aptos para conducir a las masas.

Desde la percepción foránea, nuestra Guerra Civil fue la última contienda romántica

En la primera parte, Serra trata de la “contraposición entre la ida de la historia y la de mito o destino”, de la épica de las trincheras y el ambiguo ascendiente de Lawrence, de la “revuelta de los sentidos” y del impacto fundamental que tuvo la guerra de España en la conciencia europea. En la segunda, aborda las complejas figuras de Stefan George o D’Annunzio y casos como los de Montherlant o los Mann. Para el ensayista, nuestra Guerra Civil señala el momento crucial en el que la impugnación hasta entonces difusa exigió una concreta toma de partido, no en vano desde la percepción foránea fue la última contienda romántica. Hacia el final, Serra concluye que pese al “desorden y la incoherencia”, y al hecho de que sus posicionamientos no fueran inocuos, “el testimonio de esa última generación real e idealmente ‘europea’ sigue siendo auténtico y profundamente humano”, lo que no impide que su destino con frecuencia trágico permita calificarla –así lo proclama el título de la versión francesa– como una generación perdida.

Maurizio Serra (Londres, 1955).

Vitalismo maldito

De acuerdo con la propia caracterización de Serra, El esteta armado fue un libro seminal del que en buena medida nacieron todos sus trabajos posteriores, que además de los citados comprenden el ensayo Les Frères séparés (2008) donde se enfrentan las figuras, en apariencia muy dispares, de Drieu La Rochelle, Aragon y Malraux, o el todavía reciente dedicado a Le mystère Mussolini (2021). Con su aire inequívocamente cosmopolita, Serra es un escritor de prosa impecable y finísimo juicio, curiosamente atraído por autores heterodoxos –en muchos casos incomprendidos– a los que se ha acercado con una mirada libre de prejuicios, desde el rigor y una amplísima cultura que le permite proyectar una mirada panorámica y proponer relaciones insospechadas, lejos del sectarismo y de los lugares comunes a los que se abandonan los historiadores más perezosos. Si las reacciones de los “intérpretes del vitalismo maldito” fueron por muy distintos caminos, cabe detectar un malestar compartido que explicaría las fluctuaciones de bando, la renuencia a integrarse en los sistemas de poder y su respuesta en gran parte irracional, más visceral que propiamente política. Son pulsiones que no han dejado de acompañarnos y entenderlas cabalmente es el mejor servicio para saber de dónde venimos.

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