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La especie inadvertida

Gigamesh recupera el 'Picnic extraterrestre' de los hermanos Strugatski, la novela que inspiró a Tarkovski para 'Stalker', en una nueva traducción del ruso.

'Stalker' (Andrei Tarkovski, 1979), adaptación de 'Picnic extraterrestre'.
Pablo Bujalance

30 de agosto 2015 - 05:00

Stalker. Picnic extraterrestre. Arkadi y Boris Strugatski. Trad. Raquel Marqués. Prólogo de Úrsula K. Le Guin. Barcelona, 2015, 192 páginas. 16 euros.

Venía siendo casi una exigencia por los amantes de la ciencia-ficción en España la puesta en circulación de una nueva edición de Picnic a la vera del camino, la novela que Arkadi (Batumi, Georgia, 1925 - Moscú, 1991) y Boris (Leningrado, 1931 - San Petersburgo, 2012) Strugatski alumbraron en 1972 y que inspiró al cineasta Andrei Tarkovksi para su Stalker (1979), adaptación que, a pesar de las más que sensibles licencias respecto al relato, contó con los mismos hermanos rusos para la escritura del guión. Y ha sido el sello barcelonés Gigamesh el que finalmente se ha dado por aludido, lo que por otra parte resultaba previsible después de haber hecho lo propio con Destinos truncados (2003), Ciudad maldita (2004) y Qué difícil es ser dios (2011), verdadera obra mayor de los Strugatski, llevada también al cine por Alexei German en su monumental testamento fílmico de 2013. El Picnic en cuestión sólo había conocido hasta ahora dos versiones en castellano: la canónica de 1978 publicada por Emecé en Buenos Aires y titulada ya Picnic extraterrestre, y la que lanzó Ediciones B en 2001 con el título, más fiel al original, Picnic junto al camino. Gigamesh ha optado por la fórmula Stalker. Picnic extraterrestre, con un claro guiño a los amantes de la película, por más que, en realidad, y a pesar de las conexiones evidentes, ambos materiales presenten ópticas y alcances bien distintos. Lo mejor de esta nueva edición es la fiel traducción del ruso de Raquel Marqués, y lo es en dos sentidos: primero, en lo relativo al ritmo narrativo, fluido y directo, que en ocasiones se resuelve a una velocidad endiablada; y el segundo, más importante, en virtud de la evidencia de que Picnic es, ante todo, y sobre todo, una novela sustentada en el lenguaje empleado por sus protagonistas, que revela mucho más que el significado inmediato de los términos. En su lenguaje sucio, violento, impetuoso y urgente, como si todos los personajes supieran que de un momento a otro van a terminar fritos en una valla electrificada, se esconde una radiografía certera de la Unión Soviética, un territorio que convierte a sus súbditos en perros acorralados e ignorantes, invadidos por el miedo y sujetos a una presión que sólo sabe resolverse en agresión. Por fin, y con justicia, Picnic suena exactamente a esta jauría en español.

Todo el mundo conoce el argumento de este Picnic: en un país no nombrado que podría ser Canadá, una civilización extraterrestre ha dejado restos de su paso por diversas áreas ahora fuertemente vigiladas y llamadas zonas. Nadie vio a estos remotos visitantes que no quisieron comunicarse con los seres humanos ni emitieron mensaje alguno: en las zonas donde estuvieron los alienígenas han quedado extraños objetos de una tecnología desconocida y extraordinariamente avanzada, cuya utilidad es imposible discernir, como si dejásemos un Iphone en manos de un neandertal. Tal y como explica el doctor Pillman, científico reconocido con el Premio Nobel a quien Tarkovski deja un papel testimonial en su película pero que en la novela cobra un protagonismo esencial, el caso puede compararse con una familia que, de paseo por un camino, decide detenerse junto al mismo para hacer un picnic antes de continuar: los restos de comida, bolsas, envoltorios y demás enseres que quedan tras su marcha son los objetos que los extraterrestes dejaron sin más en la Tierra. Algunos años después del suceso, los stalkers (acechadores) se introducen furtivamente en las zonas para, bajo sueldo, extraer artilugios o inspeccionar lugares aún más extraños, como la habitación donde, según cuentan varias leyendas, cierta presencia concede a quien accede a ella sus más íntimos deseos. Casi siempre son particulares los que pagan a los stalkers, aunque a veces también lo hace, en secreto, el laboratorio encargado de estudiar el fenómeno.

Se dan en la novela las claves que apunta con acierto en el prólogo Ursula K. Le Guin: ante todo, Picnic es una obra que permitió a los Strugatski escribir sobre el aislamiento de la URSS sin mencionar explícitamente el asunto (y sin embargo, tal y como revela el jugoso epílogo de Boris Strugatski, los autores sufrieron una dolorosa odisea hasta que al fin pudieron publicar la novela), una lectura que explotó Tarkovski hasta dejar el contexto de ciencia-ficción (por el que nunca mostró mucho interés) en lo justo. Pero también ahonda Picnic en lo que Stanislaw Lem había llamado "mito del universalismo cognitivo" a raíz de Solaris: el contacto con civilizaciones extraterrestres forma parte de la utopía más idealista del siglo XX, alimentada por autores como Arthur C. Clarke; pero, ¿quién nos dice que el ser humano está intelectual y cerebralmente dotado para comunicarse con otras inteligencias? En Picnic cunde cierta desolación: los extraterrestres han venido y no han mostrado interés en nosotros. Se fueron de aquí sin decirnos nada. La humana se alza así como una especie voluntariamente inadvertida. Especialmente brillante es el momento en el que el doctor Pillman cita a Kurt Vonnegut, quien en su novela Las sirenas de Titán vincula la aparición de la especie humana en la Tierra a un antiquísimo astronauta que, al quedarse varado en el Sistema Solar, decide hacer germinar en un planeta cercano y favorable una entidad biológica lo suficientemente inteligente como para crear el repuesto que necesita su nave, una solución más eficaz y barata que aguardar a que alguien de los suyos acuda a rescatarle. Hoy, resulta más apropiada la lectura de Picnic como parábola sobre la libertad y la elección entre el bien y el mal. Tal y como indica el pensador John Gray en su ensayo El alma de las marionetas (Sexto Piso, 2015) al referirse a Stalker: "Sólo criaturas tan imperfectas e ignorantes como los seres humanos pueden ser libres del modo en que son libres los seres humanos". Da igual que haya o no haya alguien ahí fuera.

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