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“De España amo cómo tomamos las calles ante lo que nos duele”

María Fernanda Ampuero | Escritora

María Fernanda Ampuero, en una visita reciente a Sevilla. / Ismael Rubio

María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) ya había invitado a los lectores a una Pelea de gallos y a unos Sacrificios humanos, dos estimulantes conjuntos de cuentos en los que retrataba la violencia del mundo a través de una voz lúcida y poderosa. Ahora, esta autora afincada en España da un nuevo golpe en la mesa con Visceral (Páginas de Espuma), una “exhortación furiosa” en la que Ampuero admite que “la tinta de mis cuentos es la ira contra los acosadores de mi infancia y mi adolescencia”. Una catarsis en la que su artífice ha convertido su dolor “en palabra poética, aunque este libro sea prosa, porque sólo la poesía explica lo inenarrable”.  

Visceral posee una naturaleza singular: mezcla la denuncia, las memorias e incluso el ensayo literario.

–Tuve dudas al principio con la idea de publicar este libro, pero pensé que podía acompañar a algunas personas, porque algunos de estos textos los escribí para no morirme, básicamente. No sé si hay ensayo, porque yo no soy nada académica, si acaso reflexiones literarias. Los ensayos son cerebrales, y, como dice el título, yo escribo desde las vísceras. 

–En el libro defiende que el terror refleja los miedos del ser humano, pero también el zeitgeist, el espíritu de una época. 

–Es interesante cómo los alemanes tienen siempre un término preciso para definir algo que a nosotros nos requiere muchas palabras, ¿verdad? Yo quería contar por qué muchas de las escritoras de ahora sentimos fascinación por el terror. Incluyo también libros que no se ajustan estrictamente al género: Huaco retrato, de Gabriela Wiener, que habla del colonialismo, del trauma que viene de la raza; o El invencible verano de Liliana, en el que Cristina Rivera Garza cuenta la historia del feminicidio de su hermana. Muchas de nosotras estamos tratando temas estremecedores. 

–El fantasma de nuestro tiempo no es demasiado alentador, entonces...

–Es horripilante [ríe]. Estuve hace poco en África y visité un museo de la esclavitud, y entendí el concepto de la puerta de no retorno, que los esclavos cruzaban hacia el barco que les alejaría de su tierra para siempre. Era una puerta finita, por la que entraban solo dos personas, para evitar una insurrección, y me pareció que nosotros también atravesamos, metafóricamente, como sociedad, como mundo, una puerta de no retorno, y que lo estamos haciendo a cuentagotas. La sequía, la deforestación, la contaminación ambiental... Hay muchas situaciones en las que ya no hay vuelta atrás. 

María Fernanda Ampuero. / Ismael Rubio

–En el libro lamenta que cuando está comprando fruta o paseando hay quien le recuerda que usted “no es de aquí”, aunque dejara Ecuador hace mucho...

–Llevo más tiempo en España que alguna gente que ya puede votar. He pasado aquí unos años muy importantes además, esos años en los que se define tu vida. Pero, claro, como hablo distinto, advierto que hasta la gente bienintencionada, que está suscrita a un periódico de izquierdas, te trata de manera inconsciente como si fueras inferior. Una persona que conocí me dijo sin intención de herirme que si no me convendría hablar como española, para conseguir un trabajo con más facilidad, para que me alquilaran un apartamento sin problemas. Eso me hizo pensar.

–“La Carrie de Stephen King, bañadita en sangre de chancho, prendía fuego. Yo escribo”, dice, y añade: “La ira, como la alegría, es una señal de que nos importa el mundo”.

–Mira, yo estoy cerca de cumplir 50 años, y durante mucho tiempo no he reconocido mis sentimientos. Los confundí con tristeza, con perplejidad, esas preguntas de qué tengo yo de malo, por qué me hacen bullying... O reaccionaba a todo con odio a mí misma, que es el peor de todos los sentimientos. Me decía: Soy culpable, tienen razón al herirme... Porque no cumplo con los cánones de belleza, y soy inmigrante. Entrar en esa dinámica es lo más autodestructivo que puede existir. En estos años he ido llevando todo eso hacia la furia, que no es la furia de una mujer que quiere quemarlo todo, es una furia compartida con miles y miles de personas, con lo cual se convierte en una especie de fiesta de los derechos. 

"Critican a Jodie Foster porque ha envejecido mal, y a Nicole Kidman por arruinarse la cara. ¡Aclárense!”

–Hay esperanza: al final los hijos de Carrie, los discriminados y los acosados, no estaban solos...

–Sí. Si vas a alguna manifestación que reivindica algo que para ti es importante, sales eufórica, porque ves la cantidad de gente que cree lo mismo que tú, que ha vivido lo mismo que tú. Y una de las cosas que más amo de España es cómo tomamos las calles ante algo que nos duele mucho, que nos importa, el No a la guerra, el feminismo, el Orgullo... 

–Asegura que desde pequeña ha pedido adelgazar cuando soplaba la vela en un cumpleaños o cuando le rezaba a Dios. Los cánones de belleza convencionales marcan demasiado...

–Sí. Por ejemplo, la gente agarra a Zendaya, que es hermosísima, y dicen que está muy delgada, supongo que porque no tienen nada malo que opinar de ella, que es perfecta, y al mismo tiempo cargan contra Selena Gómez, otra niña talentosísima, porque la mujer engorda. Y de Jodie Foster afirman que ha envejecido mal, pero a Nicole Kidman la acribillan porque se arruinó la cara. Vamos a ver, aclárense, ¿qué es lo que quieren? ¿Que nos sintamos inseguras para que no hagamos la revolución?

–Lamenta que en los países latinoamericanos, y en España, cuando se habla de salud mental “la primera palabra que viene a la cabeza es loco, loca”.

–Con Verónica Forqué nos burlamos de una persona que no estaba bien, y que acabaría suicidándose, en un programa de la televisión pública. ¿Aprendimos la lección después de aquello? Me temo que no...

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