Algo peor que el diluvio universal
Libros
El cordobés Javier Ortega publica 'Eso no estaba en mi libro de Historia del Cine', un manual "desprejuiciado" sobre el séptimo arte en el que conviven la erudición y la anécdota
Se ha escrito mucho de las noches locas de Errol Flynn, pero sus desayunos también tenían enjundia: la leyenda cuenta que el actor le inyectaba vodka a las naranjas para que nadie le recriminara que bebiese a una hora tan temprana. De Winona Ryder dicen que arrastra otra manía peculiar con las comidas: lleva su propia vajilla allá donde va porque sus escrúpulos le impiden usar unos cubiertos que otras personas hayan utilizado antes. Eso no estaba en mi libro de Historia del Cine, que el cordobés Javier Ortega publica en Almuzara, intercala en su recorrido por el pasado del séptimo arte las anécdotas más inesperadas. ¿Sabían, por ejemplo, que antes de componer las bandas sonoras de El Rey León, Gladiator o Interstellar,Hans Zimmer participó como músico en un concierto de Mecano? O que Stalin amaba tanto los musicales que promovió la producción de películas en las que el pueblo se mostraba "exultante, y segaba los campos con entusiasmo mientras entonaba himnos que ensalzaban al Papaíto e irradiaban la imagen de una Unión Soviética como una arcadia feliz. No había disidentes. O, para ser más exactos, estaban fuera de plano".
Ortega, artífice de otras obras sobre Spielberg y Chaplin, se acerca así al cine, ese invento al que los propios Lumière auguraban un escaso "porvenir comercial", con una "visión desprejuiciada", "profusión de chascarrillos" y "numerosos juicios de valor no ya estrictamente personales, sino discrepantes con la doctrina establecida (y hasta heréticos en más de un caso)". Pero la falta de solemnidad, aclara el autor, no está reñida con la pasión con la que analiza el tema. Ortega confiesa que mientras trabajaba en este libro una conjuntivitis vírica le afectó a la vista en algunas jornadas, y que entonces acudieron a su mente "un sinfín de imágenes imborrables: el vuelo de la falda de Marilyn en La tentación vive arriba; la aleta de un escualo que emerge, ominosa, de la superficie del océano en Tiburón; Gene Kelly chapoteando enardecido, embriagado de felicidad, en Cantando bajo la lluvia, y otras tantas...", evoca el escritor y también editor como muestra del "legado y el peso ingente que en nuestro ánimo y educación sentimental ejerce el cine", creador "de arquetipos e iconos para el recuerdo".
El libro propone una mirada a pioneros como Chaplin, Murnau o Griffith, con el que "la escritura cinematográfica encontrará sus signos de puntuación", y retrata a personajes como la díscola Clara Bow, que nunca pudo cobrar el plus que contemplaba la cláusula de moralidad de su contrato, o esa Olivia de Havilland que bajo su apariencia mansa escondía todo un carácter. Shakespeare y la huella que dejó en cineastas como Orson Welles, las diferencias entre los diferentes estudios, la mojigatería del Código Hays o la audacia realista del Nuevo Hollywood son algunos de los puntos en los que se detiene este manual sui géneris que analiza también cada uno de los oficios del cine. Para el siempre afilado Billy Wilder el director es la persona que "como no sabe interpretar, ni componer música, ni diseñar decorados... al final se pone al frente de todo". Otros, como George Lucas, hablan de capacidad de liderazgo y de "ser capaz de vender hielo a un esquimal". La definición de especialista, por su parte, la aporta Yakima Canutt, que participó en largometrajes icónicos como La diligencia o Lo que el viento se llevó y que diseñó la carrera de cuadrigas de Ben-Hur. Otra criatura curiosa era el fixer, Eddie Mannix, "la persona encargada de esconder el polvo bajo la alfombra" y que llevaba a cabo empresas como "pagar abortos, comprar el silencio de víctimas de accidentes de tráfico o sacar a sus actores ebrios de la cárcel".
Porque en el viaje que emprende Ortega no faltan los escándalos que llevaron a Kenneth Anger a bautizar aquello como Hollywood Babilonia y al Padre Ayala a proclamar: "El cine es la calamidad más grande que ha caído sobre el mundo desde Adán para acá. Más calamidad que el diluvio universal, que la guerra europea, que la guerra mundial y que la bomba atómica. El cine acabará con la humanidad".
Pero en Hollywood también existían gestos leales: el actor Antonio Moreno, nacido en Madrid pero con una infancia mísera en la que vendió pan por las calles de Sevilla, ejerció de anfitrión con todos los españoles que llegaban, como Jardiel Poncela, Neville o Buñuel; John Ford se enfrentó a Cecil B. DeMille cuando este señalaba a Mankiewicz por no comulgar con el Comité de Actividades Antiamericanas de McCarthy. De Mankiewicz, por cierto, se incluye su Cleopatra en la lista de rodajes malditos o tortuosos, junto con las dispares Stalker, Apocalypse Now, Nueve semanas y media o las distintas entregas de Superman, incluida una que no llegó a rodarse, dirigida por Tim Burton, en la que Nicolas Cage era un Clark Kent que acudía a terapia.
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