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Eras la noche | Crítica

El gaditano Ramón Pérez Montero propone en 'Eras la noche' una historia compleja, sin reduccionismos, sobre perdedores que luchan por sobrevivir

El escritor Ramón Pérez Montero, que ha publicado ‘Eras la noche’ con Libros de la Herida.
M. Ángeles Robles

11 de octubre 2020 - 06:06

La ficha

'Eras la noche'. Ramón Pérez Montero. Libros de la Herida, Colección Narrar Contracorriente. Sevilla, 2020. 350 páginas. 16,15 euros

Ramón Pérez Montero (Medina Sidonia, 1958) vive para la literatura: como enseñante de larga experiencia y como escritor de trayectoria constante. Esta clara vocación, está explícita pasión, se refleja fielmente en su obra narrativa y poética y define su actitud serena y rigurosa como autor literario, también como investigador histórico. En Eras la noche, Pérez Montero asienta firmemente los pilares de su forma concreta de asumir la actividad literaria porque es éste un libro riguroso y sereno, en el que el lenguaje despliega sus armas con la amabilidad o la rudeza necesarias para adaptarse a los distintos registros que compiten en esta obra.

El lector de esta novela se enfrenta a un texto que rezuma convicción y que sorprende por lo atinado del tono y la agudeza de su estructura, que aúna distintos puntos de vista de una misma historia para subrayar las dispares esquinas de la realidad. Eras la noche es una narración de perdedores, de desahuciados y excluidos de la sociedad. En este sentido, el asunto que trata el autor gaditano tiene un carácter universal, aunque el contexto político en el que se desarrolla la narración la arraigue firmemente a una tierra concreta –el sur del Sur– y la haga adentrarse en el peculiar laberinto de nuestra historia reciente: la dictadura franquista, en esta ocasión, en el entorno rural.

Ramón Pérez Montero arma un relato cercano, sustentado en una minuciosa investigación, protagonizado por el inquietante Largomayo, que une su suerte a una partida de guerrilleros antifranquistas que operan en las sierras gaditanas. Es éste un personaje complejo, de afiladas aristas, que reta al lector a un complicado posicionamiento porque sus motivos no se corresponden con los del héroe que lucha por la justicia social ni tampoco responden al arquetipo del perdedor. Largomayo es un hombre arrastrado por las circunstancias, que huye del hambre y de la miseria, que no se siente reconocido ni acompañado. Está proscrito en su pueblo, en la tierra que lo ha visto crecer, donde tiene una mujer y un padre roto por las constantes desgracias. Los años pasados en prisión lo han convertido en un ser marginal al que se le ha negado el pan y la sal. Ha luchado en el bando republicano durante la Guerra Civil, en el bando de los perdedores, el bando equivocado para los que ahora ostentan el poder o simplemente se conforman con mirar para otro lado ante la injusticia y la barbarie. Comparte con sus hermanos la vida mísera y ese impulso de no conformarse, aunque no el compromiso político. Se tira al monte y se une a los maquis porque es lo único que puede hacer para sobrevivir.

La narración de Pérez Montero respeta esa línea difusa que separa el bien del mal para estos hombres que malviven en la sierra, que cierran los ojos al acabar el día con la escasa convicción de que verán amanecer de nuevo. El autor no toma partido. Su relato trasciende cualquier reduccionismo. No cabe duda de quiénes son los vencedores y quiénes son los vencidos, pero no justifica ni a unos ni a otros. Su misión no es tomar partido, sino tirar del hilo de una historia compleja que nos habla de la lucha por la libertad, pero, sobre todo, de la apremiante necesidad de sobrevivir, sea como sea, cueste lo que cueste.

Portada del libro.

Largomayo quiere vivir, quiere compartir casa y lecho con su esposa, a la que se ve obligado a abandonar apenas se han casado. Como un animal acosado, deja de plantearse sus propios principios para apostar por la vida, aunque la conserve a costa de renegar del mundo frágil de la guerrilla. Pérez Montero no engaña al lector, no justifica las acciones de muchos de los personajes, valientes o crueles, que habitan esta novela. Simplemente nos cuenta su cruda verdad, se remite a los hechos y construye con ellos un retrato inquietante de un pasaje concreto de la historia de España.

Eras la noche es también la novela de un territorio, de un espacio concreto, reconocible. El autor conoce y se reconoce en ese territorio, en la naturaleza salvaje que esconde al guerrillero, en los pueblos desolados en los que las vecinas murmuran tras los visillos; también en esos cruces de camino, en esas veredas adustas junto al río donde acecha la muerte, donde renace la vida. La noche de negrura insondable en plena sierra representa en esta novela otra posibilidad de existir. Es el momento propicio para robar comida, para descerrajar un tiro certero o recibirlo, pero también es el tiempo del amor, de la huida a la mísera casa en la que un cuerpo calienta las sábanas limpias que solo se han de disfrutar por breve tiempo.

Ramón Pérez Montero nos convierte en testigos de un relato implacable, y lo hace con un pulso narrativo firme, con un ritmo certero y un emocionante dominio del lenguaje. Encontramos en esta narración palabras antiguas dichas con la voz nueva de quien sabe emplearlas atinadamente, con acierto, sin afectación. Tal vez por eso, más allá de la descarnada historia que nos cuenta, más allá de la rigurosa recreación de los hechos, Eras la noche es una novela sin subterfugios que apuesta por la literatura verdadera.

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