“He aprendido a aceptar que me encasillen, ¿quién no tiene prejuicios?”

Entrevista a Pablo Alborán

El artista malagueño hace balance tras cuatro meses del estreno de su disco La Cuarta Hoja, mientras prepara su gira con doce conciertos por las principales ciudades de España

El cantante malagueño Pablo Alborán. / Juan Carlos Vázquez Osuna

Pablo Alborán (Málaga, 1989) tiene algo que engancha. Es sencillo, directo, mira a los ojos con desparpajo, tiene una conversación amena y expresiva, y detrás de su infantil mirada hay mucho brillo para llevar 12 años ya en el candelero batiéndose en duelo con los mejores. Como si fuese ayer, pandemia por medio inclusive, sigue siendo el mismo que en Youtube se hizo viral en sus inicios conversando con su guitarra o que, sin miedo a ser tachado por su música romántica –y para algunos muy estereotipada–, “escupe” ante el piano lo que siente, sin temor y con largas horas de trabajo detrás. La Cuarta Hoja, su último y más arriesgado disco, dice mucho de él, de esa positividad que te atrapa y desde la que mira para esta entrevista desde la torre más alta de Sevilla, aunque confiese que le dan “miedo las alturas”.

–Cuando se llega a determinados niveles de éxito, ¿siente uno que un trabajo está al 100%?

–No, la verdad es que nunca se está al 100% contento, pero sí que creo que, de vez en cuando, hay que quererse un poquito. Cuando uno es tan exigente y tan perfeccionista con todo te impide avanzar. Sobre todo ahora, que todo es más efímero. Todo va muy rápido y, aunque vaya muy bien, dura una semana, y ya si sale mal, dura un día. Así que lo que hay que hacer es calar en la gente y conectar contigo mismo, porque así es como más honesto va a ser tu trabajo. Como todos los viernes salen cientos de canciones, colarse por ahí es difícil. Lo importante es disfrutarlo todo, aunque no esté como te gustaría.

–¿Es muy duro consigo mismo?

–Soy duro, pero es que soy géminis. Tengo un lado muy cañero y otro muy vividor. Hay que aprovechar, hay que vivir, practicar ese qué más da. Siempre he sido así.

–Para alguien tan metódico, ¿romper con los esquemas es todo un reto?

–Hay una obsesión en los artistas de querer romper todo el rato, de querer innovar. Escuchas la música y ves que lo que sale de un artista una semana, no es lo mismo que lo que sale otra. Eso tiene un lado bueno, la libertad. Un artista no es solo lo que el resto quiere que sea. Tú puedes escribir con tu sello, pero escribir lo que te dé la gana. De un modo u otro sigues siendo tú. Es interesante que el momento que estamos viviendo te permita jugar y divertirte con lo que haces. Es la suerte que tenemos, hacer lo que queremos. Aunque en mi caso es cierto que, haga lo que haga, siempre me exijo mucho.

–Se nota mucho en La Cuarta Hoja ese afán por experimentar.

–Es cierto. En este disco se nota mucho. Viene después de una pandemia en la que nos ha cambiado todo: la manera de trabajar, de comunicarte, de vivir... Es un disco muy vitalista. Me apetecía colaborar con gente que no tenía nada que ver conmigo y, aunque cuando canto no cambio mi forma de cantar, aprendo bastante, me saca de mi zona de confort. Lo que es cierto es que no me paro a pensar en si va a gustar o no, porque entonces no hago nada que no sea lo que siempre ha gustado de mí.

–¿No le da miedo la respuesta del público?

–Para nada. Sobre todo porque tampoco he hecho algo tan disruptivo para que sea un choque brutal. Es cierto que escuchas a mi madre y le gusta una cosa, a mis sobrinas otra,... pero no soy ni un artista ni otro. Sigo siendo el mismo. La misma persona que está en casa lavando platos. Un artista es muchas cosas. A mí me encanta cantar en chiquitito con mi piano y mi guitarra, pero también puedo hacer algo más grande.

–La evolución es obvia en su trabajo. Del Pablo intimista de hace doce años al de ahora hay un cambio evidente... ¿Es algo prefabricado porque los tiempos reclaman otra cosa o ha salido de manera natural?

–Las circunstancias afectan siempre y me parece bien que afecten, para bien o para mal. No vivo en una torre de marfil y soy muy consciente de cómo ha cambiado la forma de consumir música, la manera de comunicarse, y creo que siempre hay un camino donde la emoción está presente. Desde luego lo que no cambia es que tú necesitas decir te quiero, pedir perdón o te odio, aunque la manera de decirlo sea diferente. Yo investigo cómo hacerlo. No hay nada prefabricado.

–El celo que demuestra en las letras que compone choca un poco con lo que se hace hoy.

–Creo que eso tiene un tiempo y, por otro lado, pienso que hay maneras de comunicar diferentes. No digo que todo sea bueno o malo. Escucho a mis sobrinas de 11 y 16, que tienen un buena educación y cultura, y se comunican de otra manera, con un lenguaje diferente que mezcla los idiomas en una misma frase, pero a pesar de eso no pierden sus raíces ni el origen de donde vienen. No me parece que sea malo que uno viva el momento que estamos viviendo, que te impregnes de ello. Lo mismo que las guerras han influido en la pintura, nosotros estamos viviendo una revolución informática y electrónica. Pero claro, como todo tiene su lado bueno y malo. El malo es la velocidad, y eso hace que si las canciones no tienen una letra o un ritmo que cale desaparece a la semana. Yo vivo en una burbuja, para mí la música es otra cosa. Sin embargo, los artistas que empiezan ahora y buscan un lugar se dejan arrastrar por eso que funciona y lo copian. Yo lucho mucho contra eso. Primero encuentra qué quieres ser tú, estudia y prepárate, no dejes de estudiar, y después prueba a hacer cosas, pero antes tienes que saber quién eres. He imitado a muchos artistas cuando empezaba, pero siempre he intentado tener mi sello. Las letras hay que cuidarlas. Hablar de amor o de desamor no es hablar del cielo y las estrellas, es mucho más profundo. Me da miedo que infravaloremos la emoción porque es una forma de comunicarse.

"Me da miedo que infravaloremos la emoción porque es una forma de comunicarse"

–¿Cree que su imagen está un poco estereotipada?

–Puede ser.

–¿Y le molesta?

–No, no, porque yo encasillo también a todo el mundo. ¿Quién no tiene prejuicios? Está claro que hay que quitárselos, pero todos, en algún momento de nuestra vida, hemos tenido un prejuicio, una manera de encasillar. Sé que soy un personaje conocido y si no me conoces de cerca me meterás en un saco u otro, como lo hago yo con cualquiera. Creo que es normal y he aprendido a aceptarlo. En otros momentos me daba rabia. Yo nunca he pretendido ser el chulo de la clase, ni el malote, soy una buena persona, pero no soy tonto. Tengo carácter y no soy perfecto, como todo el mundo.

–De todos modos es cierto que al llegar a su altura profesional es normal mirar desde otra atalaya.

–Bueno, a mí las alturas no me gustan, pero es cierto que tengo mucha tranquilidad.

–Eso le permite crear sin presiones de ningún tipo, ¿no?

–Sí, pero hay también una cuestión de querer experimentar sonidos. Algunos de ellos nunca pensé que iba a poder trabajarlos, pero es cierto que en la música no tengo prejuicios. He escuchado cosas que, a lo mejor, no me gusta la letra, pero a nivel rítmico me lleva a un lugar que a mí me puede sacar algo, o viceversa, canciones que me aburren soberanamente pero las letras me llevan a otro sitio.

"No hay que tener prejuicios a la hora de crear, seas quien seas y estés donde estés"

–Para alguien que transmite tanta positividad y necesidad de sociabilizar, los momentos que vivimos en la pandemia tuvieron que ser muy duros.

–Sobre todo porque tuve que defender Vértigo, el disco que saqué en mitad de la pandemia. Costó mucho trabajo. No podía hacer firmas, ni viajar para hacer entrevistas,... Me afectó bastante porque no sé defender un disco si no canto en directo, si no estoy en vivo de cerca, no entiendo la música de otra manera. Fue un tránsito bastante heavy. Hacer música en tu casa, lejos de los productores, de todo... a mí esa frialdad no me va. Pero, en lo personal, es cierto que pude estar con mis padres. Lo de volver a casa 24 horas tiene sus cosas buenas y malas, pero lo pasamos bien, fue divertido. Yo a mi madre le teñí las canas, iba al mercado cuando nos dejaron, las salidas al jardín en fila india...

–¿Con tanta mascarilla era la primera vez que podría salir de incógnito a la calle?

–Ya te digo, pero en mi pueblo si me reconocían. Allí en Benalmádena hay mucho cariño.

–¿Esa relación con su guitarra sigue siendo la misma?

–Ahora disfruto más con el piano.

–Siempre le ha gustado la música con raíz.

–Siempre, y estoy loco por hacer un disco tremendamente puro.

–¿A qué llama “tremendamente puro”?

–Que sea un disco chiquitito. Que no tenga una gran producción, con pocos instrumentos y donde me pueda, de pronto, marcar un fandango, una bulería, un fado o una balada, pero que tenga tintes clásicos con sonido moderno. Me encantaría colaborar con Vicente Amigo, con Juan Habichuela nieto, con Montse Cortés... con artistas del flamenco. No para hacer flamenco, porque yo no lo hago, pero hacer cosas que me recuerden a lo que escuchaba cuando era chico. La verdad es que tengo muchas cosas en la cabeza, también tengo otro disco muy disruptivo.

–Las colaboraciones están muy asumidas en su música...

–Absolutamente asumidas. Aunque sí estoy en contra de que se tenga que hacer una colaboración para poder sonar, porque es verdad que eso pasa. Yo he discutido mucho porque eso sucede, no puede ser que el mercado nos obligue a hacer algo con otra persona por sumar en el algoritmo. ¿Estamos locos? Con esa premisa, da la casualidad que La Cuarta Hoja es el que más colaboraciones tiene (risas), pero lo he hecho siempre pensando que me sumaba en mi música, que me hace aprender. Siempre lo hago con esa premisa, no porque tenga que hacerlo porque te lo diga alguien. Así no.

–Las redes sociales han influenciado mucho en su carrera. ¿Cómo han afectado a la música?

–Hay canciones últimamente que duran un minuto para que esté solo en el story, y eso me preocupa. Dejan de ser canciones para transformarse en ambientes, para decorar lo que vas a subir, y eso es hacer música para algo que está fuera de ti. La música hay que hacerla para algo que está dentro de ti. Yo hago música para mí y luego deseo que la gente se sienta identificada. Cuando me siento al piano no estoy pensando en las redes sociales. Pienso en desahogarme yo, en escupir lo que siento, sea bueno o malo, si me han hecho daño, si me he enamorao, pero no puedo pensar en cuánto va a durar esta canción. Y eso, desgraciadamente, hoy sí que está pasando, en parte porque las redes invaden mucho con esta forma de trabajar. Pero, por otra parte, te conectan mucho con la gente. Es como todo. La historia es coger siempre el lado sano, que te va a ir muy bien. Puedes hablar con la gente, te mantiene vivo, alerta e informado, pero estar cuatro horas enganchado asusta. No quiero demonizarlo. Hay que aceptarlo, pero que no te anule.

–A un mes de arrancar la gira, ¿cómo la afronta?

–Con muchas ganas. Anímicamente creo que va a ser muy dura, pero quiero disfrutar. Cuando hice la gira de teatros, volver a estudiar las partituras ocho horas diarias al piano fue duro, pero ¡lo disfrutamos tanto! Quiero vivirlo igual. Trabajo con gente que amo, en lo que me gusta, la gira va estupendamente de ventas, ¡cómo no lo voy a disfrutar! No voy a permitir que nada me lo estropee. Ahora estamos en proceso de preparación de luces, de sonido, no quiero perder la cercanía del teatro pero sí jugar con la improvisación y con el espectáculo.

–Para alguien que parece tímido, ¿cómo se afronta un escenario tan impresionante como los suyos? ¿Cómo se siente?

–Siento mucho trabajo y esfuerzo, y con mucha responsabilidad y agradecimiento. Cuando ves a tanta gente dices: “¡Todavía están aquí!” Y, como no me conformo, busco siempre la manera de seguir dándoles algo nuevo. Es único el poder hacer que vean realmente cómo respeto esta profesión, cómo trabajo y cómo disfruto. Soy un afortunado y lo valoro muchísimo. No me subo para cantar cualquier cosa, cobrar e irme. La gente debe salir del concierto reconciliándose con el mundo. Yo lo hago también a través de la música y busco que eso se transmita.

–¿El Grammy es una asignatura pendiente?

–Noooo. Yo soy la asignatura de ellos (risas), pero me encantaría. Son 32 nominaciones, y los propios Grammy me lo dicen, que no entienden el por qué (más risas).

–¿Qué pasa con el mundo de la interpretación?

–Siempre me ha llamado la atención. Empecé teatro pero lo dejé porque se me disparó la música, pero siempre ha estado ahí latiendo. Hace dos años me puse a estudiar Arte Dramático y empecé a prepararme, a estudiar guiones, separatas, a trabajar y luego un representante de autores me dijo: “Hay algo, no a corto plazo pero hay algo”. Y nada, me puse a trabajar y estoy disfrutándolo muchísimo. Me viene muy bien para escribir, me ayuda a conocerme más, a entender otras cosas y es como si hubiera descubierto un color nuevo. Como si de pronto me hubieran quitado un velo. No pensé que en esta etapa de mi vida fuera a encontrar otra cosa que me gustara tanto como la música.

–¿Y le han ofrecido algo?

–Hay cosas, hay cosas...

–¿Nos va a sorprender en breve?

–Puede ser...

–Pero película, serie,...

–No sé, no sé...

–¿No sabe o no quiere decirlo?

–No lo quiero decir por si no sale.

–En la interpretación, ¿siente el Síndrome del Impostor?

–No creo que lo sienta, pero no porque sea lo más, sino porque me estoy preparando, porque respeto mucho el trabajo de la gente. Pero sí que va a ser divertido... A mí me da cosa verme en entrevistas y en las teles, prefiero vivirlo desde mi persona, así que cuando interprete no sé... pero es que no tiene que ver con nada de lo que he hecho, es que te posee. Es un mundo brutal.

–¿No le ha superado la fama?

–No. He aprendido a vivir sin trabas. Hay compañeros que no salen de casa, pero yo voy al supermercado y si me piden una foto la doy. Es parte de mi trabajo. Mis placeres son los mismos que los tuyos. Hoy estoy deseando llegar al hotel y tomar chocolate viendo la tele. Mis placeres no son lujosos, tengo mis caprichos, pero mi felicidad radica en otro lado.

–¿Cómo consigue que se le vea más como persona que como personaje? Mantener al margen su vida privada debe ser difícil.

–No es tan difícil. Yo no he vendido nada y cuido mucho esa parcela. Que otros quieran intentar meterse lo tengo que entender, pero yo voy por mi caminito.

–Pero es difícil mantener el equilibrio, que no te persigan paparazzis y hacer vida normal. ¿Cuál es el secreto?

–No dejar de hacer nunca nada. Que te vean hacer una vida normal, con la bici, comprando el pan, en el campo... no hago nada diferente a lo que hace un chaval de 33 años. Tampoco lo pienso, porque si lo pensara viviría encerrado. Tomo mis precauciones pero lo acepto, si me tengo que ir de algún sitio llegado el momento me voy.

–Ha declarado que no somos ni intocables ni invencibles, ¿es de los que piensan que el cementerio está de imprescindibles lleno?

–Guau (risas). Todos terminaremos donde tenemos que terminar. Hay personalidades que tienen miedo de vivir porque saben que van a morir y otros que es al revés. Yo creo que la vida está hecha para mí y vivo así. Quiero que todo el que esté a mi alrededor piense eso. Todos tenemos miedos, complejos, inseguridades, pero no hay que perder todo este tiempo.

El 20 de mayo arranca la gira en Fuengirola

Pablo Alborán lleva su disco La Cuarta Hoja, cargado de simbolismo, a la carretera. En doce conciertos por España se volverá a encontrar con su público, esta vez libre de restricciones físicas y emocionales para “disfrutar”, que es lo que siempre persigue. El 20 de mayo arranca en el Marenostrum Fuengirola; el 27 estará en Bilbao; el 3 de junio, en Murcia; el 17, en Valencia; el 24, en Pamplona; el 20 de julio, en Badajoz; el 21, en Palos de la Frontera, en el Foro Iberoamericano de La Rábida; el 5 de agosto, en Alicante; el 9 en el Concert Music Festival de Chiclana; el 8 de septiembre, en la plaza de toros de Los Califas de Córdoba; el 16 en la plaza de toros de La Maestranza de Sevilla; el 22, en la plaza de toros de Granada; el 29, en Valladolid; el 30, en La Coruña; el 18 de noviembre, en el Palau Sant Jordi de Barcelona; y el 22, en el WizInk Center de Madrid.

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