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Contra la modernidad

El mayor enemigo de Europa | Crítica

Traducida por Yolanda Morató, la lúcida e inquietante antología de Joseph de Maistre que preparó e introdujo Cioran muestra el genio intempestivo del gran pensador reaccionario

Joseph de Maistre (1753-1821) por Karl Vogel von Vogelstein (c. 1810).

La ficha

El mayor enemigo de Europa y otros textos escogidos. Joseph de Maistre. Ed. e introducción de E.M. Cioran. Trad. de Yolanda Morató. El Paseo. Sevilla, 2020. 262 páginas. 22,95 euros

Entre las voces que clamaron contra el hundimiento y la ruina del Antiguo Régimen, en favor de una causa tan impopular y extemporánea como la reivindicación del viejo orden teocrático, ninguna como la de Joseph de Maistre llevó tan lejos su apología de todos los principios que ya antes de la Revolución francesa, ese acontecimiento satánico que cifraba a su juicio el punto más alto de la abyección y el crimen, habían sido cuestionados por la filosofía ilustrada, despreciada por el autor saboyano para quien el "espíritu del siglo XVIII" había socavado todo lo que quedaba de bueno y noble en la humanidad posterior a la Caída. La radicalidad de sus ideas y su desenvoltura y fiereza a la hora de expresarlas convirtieron a De Maistre, pese a su indudable talento como pensador y polemista, en un maldito de estirpe muy otra a los que después serían calificados bajo esa ambigua etiqueta, pero ni su influjo dejó de proyectarse en la estirpe del conservadurismo más reaccionario ni su rotunda impugnación de la modernidad, concebida desde la nostalgia, resulta del todo ajena a los planteamientos igualmente críticos de ideologías –o mejor dicho creencias– por completo opuestas a su catolicismo ultramontano.

Cioran celebra el ingenio del pensador saboyano sin dejar de señalar sus "barbaridades"

Esta rara actualidad de un escritor tan inactual, tan enemigo de su tiempo y por lo tanto del nuestro, la vio con su habitual lucidez el siempre estimulante Cioran, que en 1957 publicó una colección de textos escogidos entre las principales obras de De Maistre, las Consideraciones sobre Francia (1796) y Las veladas de San Petersburgo (1821), junto a otras menos conocidas y citadas como Estudio sobre la soberanía (1794), Del Papa (1819), De la iglesia galicana (1821) o Cartas a un gentilhombre ruso sobre la Inquisición española (1822), entre ellas varias póstumas y algunas muestras de su correspondencia, donde por cierto el furibundo predicador se muestra de lo más amable. Traducida con su acostumbrada pulcritud por Yolanda Morató, que recrea el afilado estilo del pensador en un castellano inobjetable, la selección ofrece una excelente suma de su filosofía a martillazos, sabiamente espigada por Cioran para producir en los lectores eso que hemos dado en llamar, con toda propiedad, placer culpable. Un De Maistre en píldoras, por lo tanto, que pueden ser excitantes o a veces lisérgicas, precedido del imprescindible prospecto donde el antólogo explica perfectamente, con la brillantez asociada a su gran prosa de ideas, las insospechadas luces que sustentan una visión tan sombría.

De Maistre no desdeña la paradoja ni los recursos panfletarios de los 'philosophes'

Más que prólogo, breviario, la presentación de Cioran se convertiría veinte años después en su célebre Ensayo sobre el pensamiento reaccionario, un texto esclarecedor donde el nihilista rumano, famosamente refractario a todo lo que representa De Maistre, celebra el ingenio del escritor sin dejar de señalar sus "barbaridades". No hubo defensa de lo indefendible que De Maistre no hiciera suya, hasta el punto, sugiere Cioran, de que a veces no estamos seguros de si además de afán provocador, como es evidente, no hay en sus reflexiones, que no desdeñan la paradoja ni los recursos panfletarios de los philosophes, algo parecido a la ironía o un raro humor negro. La ingrata tarea de los verdugos, la guerra que no duda en calificar de "divina", la presencia del mal en el mundo, la ciencia intuitiva de los salvajes, las odiosas desviaciones de la ortodoxia, los santos tormentos de la Inquisición, el desprecio al prestigio de Voltaire, la repulsa del aberrante racionalismo de Bacon o el elogio de la autocracia rusa, son algunos de los temas que acompañan a la condena de la Revolución, leitmotiv de toda su obra, desde una perspectiva tradicionalista que añora al Dios terrible y castigador del Antiguo Testamento.

Para el "último representante de la Contrarreforma", como lo califica Cioran, primero la "úlcera funesta" del protestantismo –el "enemigo de Europa" a que se refiere el título– y después la Ilustración, es decir las dos fuerzas de las que se nutrió la burguesía capitalista, dejaron a la humanidad a oscuras. Su colección de certezas ajadas apenas pudo oponer resistencia al nuevo rumbo de los tiempos. Ahora bien, el pensamiento de De Maistre arremetía contra la incipiente modernidad desde una posición ya entonces desfasada que se expresaba, de ahí su pervivencia, en un lenguaje moderno. En sus excesos se cifra su grandeza. "De haber cedido al espíritu de tolerancia –escribe Cioran–, esta habría asfixiado su genio".

Emil Cioran (Rasinari, 1911-París, 1995).

El lujo del fracaso

Como Chateaubriand o Bonald en la misma Francia, Hamann en Alemania o Edmund Burke en Inglaterra, De Maistre encarnó de modo ejemplar lo que Isaiah Berlin llamó la Contra-Ilustración, que en el país de la Revolución por excelencia se remonta a autores prerrománticos como Rousseau, cuyo influjo puede rastrearse –y no para bien– en la obra primera del autor de Las veladas de San Petersburgo. El término es controvertido porque alude a demasiadas cosas y admite interpretaciones muy distintas e incluso contrarias, pero en general confluye en esa vasta corriente toda una línea que en lo político ha desconfiado del liberalismo, los valores democráticos, las innovaciones y la fe en el progreso, admitiendo desarrollos de signo inverso puesto que al final los absolutismos, como bien anota Cioran, acaban por asemejarse tanto si se inspiran en la reacción como si fían sus esperanzas al desarrollo de utopías improbables. No deja de ser curiosa la nefanda atracción que vincula a ideólogos de posiciones muy alejadas, valga el caso de Carl Schmitt, sin duda una de las cabezas más brillantes de la revolución conservadora, reivindicado hoy por movimientos iliberales que se sitúan –o eso dicen– en la tradición intelectual de la izquierda. Hay con todo, como también explica Cioran, una diferencia no menor entre estas dos clases de pensadores a la contra, los nostálgicos del dogma y los "fanáticos del porvenir", y es que a menudo los segundos, "seguros de que la historia está de su parte, escriben sin arte e incluso sin pasión". Los primeros, en cambio, esto es los conservadores estrictos, "furiosos porque los acontecimientos los contradicen", parecen ser conscientes de que "el estilo es la prerrogativa y algo así como el lujo del fracaso". Dicho de otra manera, no se expresa igual quien cree que el futuro está de su parte que quien piensa, además con razón, que su mundo está perdido. De esta mezcla de rabia y melancolía surge el singular encanto de la prosa de De Maistre.

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