Cantando bajo la 'balacera'
Emilia Pérez | Crítica
La ficha
** 'Emilia Pérez'. Thriller-musical, Francia-EEUU, 2024, 132 min. Dirección y guion: Jacques Audiard. Fotografía: Paul Guilhaume. Música y canciones: Camille y Clément Ducol. Intépretes: Zoe Saldana, Karla Sofía Gascón, Selena Gómez, Adriana Paz, Edgar Ramírez, Mark Ivanir.
Ganadora del Premio del Jurado y el de la mejor interpretación colectiva en Cannes (para sus cuatro actrices Zoe Saldana, Adriana Paz, la española Karla Sofía Gascón y una desastrosa Selena Gómez) y aclamada por un gran sector de la crítica allí reunida, la nueva película de Jacques Audiard se suma a su gusto por la transversalidad, la audacia y la revisión del cine de género (que va del thriller al western pasando por el cómic o el drama social), esta vez a propósito del insólito tratamiento del submundo criminal del narcotráfico mexicano en las claves de un desaforado musical trans protagonizado por mujeres empoderadas y transformadoras.
Más allá del hallazgo y la mezcla improbable de ambientes y registros como principal reclamo (de originalidad y potencia expresiva) para su película, Emilia Pérez se resiente empero de serios problemas en la raíz misma de su macro-concepto: a saber, desde el guion de telenovela barata que no consigue nunca trascender el origen pulp de sus materiales melodramáticos o la tópica mirada al universo de la violencia o la corrupción en México, hasta esas canciones dichas y bailadas cuyas músicas y letras, cortesía de Camille y Clément Ducol, nos hacen sonrojarnos mucho más allá del efecto kitsch que supone su, en ocasiones, caprichosa irrupción para alzar la voz de la conciencia de sus mujeres en busca de redención.
Quiere además Emilia Pérez dar un vuelco a la testosterona habitual del mundo criminal, misógino y feminicida del narco, poniendo en su epicentro a tres mujeres, una de ellas renacida de la prisión del cuerpo para abrazar un nuevo yo en las causas nobles, que se alternan en el escenario móvil de una historia que no consigue nunca la intensidad dramática deseada ni sobrevolar con el estilo y la puesta en escena esa condición folletinesca que algunos han querido emparentar con Almodóvar.
Siempre más pendiente del espectáculo y la superficie netflixiana de sus imágenes que de los flujos internos que mueven las pulsiones y decisiones radicales de sus personajes, Audiard parece demasiado encantado con su artefacto como para plantearse algo más de profundidad en su tratamiento, no digamos ya en ese precipitado desenlace bajo las balas.
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