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Eloy Tizón: “La vida está llena de misterios, pero al arte le exigimos una explicación racional”

Libros

El autor, uno de los maestros del cuento, regresa con ‘Plegaria para pirómanos’, un libro por el que deambulan personajes desubicados y que entiende la literatura como un gozoso extravío

"La literatura no aspira a la perfección"

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El escritor Eloy Tizón, fotografiado hace unas semanas en una visita a Sevilla. / José Ángel García

En el nuevo libro de Eloy Tizón (Madrid, 1964) se asegura que la literatura es "un guijarro solitario arrojado a un estanque", un lanzamiento que origina "una serie de convulsiones perturbadoras", "ondas concéntricas cada vez más amplias, más lentas, más serenas y susurrantes". El lector se adentra en la obra del autor de Velocidad de los jardines o Técnicas de iluminación con la certeza de que le aguardan un impacto, una sacudida, un calambre. Ya desde su singular premisa –los cuentos tienen un hilo conductor, un personaje llamado Erizo, o quizás varios personajes que comparten ese nombre–, Tizón prosigue esa búsqueda valiente e impredecible que le define en Plegaria para pirómanos, editado por Páginas de Espuma.

–En una de las primeras páginas se compara la literatura con un "cachivache precioso pero de complicada ubicación". ¿Qué es la literatura para Eloy Tizón?

–La veo un poco así, la verdad. Creo que la literatura es una experiencia que muchos amamos profundamente, no concebiríamos nuestra vida sin ella, pero tiene un difícil encaje en nuestra realidad del día a día, porque hay obligaciones que nos atan, tenemos que ganarnos la vida. Combinar esas necesidades con la pasión por la escritura y la lectura es como guardar dentro de casa un remo al que no sabemos darle utilidad...

–En otro relato se lee que el mundo "no está bien de los nervios". Y los personajes de este libro andan descentrados, perplejos. ¿Afectó la pandemia al proceso creativo?

–Yo escribo desde la perplejidad, porque no entiendo el mundo, me siento desubicado, y sé que no soy el único. Mis personajes han heredado esa desorientación. Se preguntan y no tienen respuestas, están perdidos. Eso ha ocurrido en mi obra desde hace tiempo, pero es verdad que las circunstancias de la pandemia lo han teñido todo de una textura un poco más angustiosa. Al releer el libro me di cuenta de que hay mucho personaje metido en espacios pequeños, que está esperando algo, que anhela que termine la situación que está viviendo. Psicológicamente es un lugar en el que hemos estado. Ha sido una época de mucha incertidumbre, y la literatura no puede permanecer ajena a eso, aunque no lo refleje de forma literal. Aquí se ha colado la inquietud ante el futuro que sentimos.

"La literatura no es una aplicación del móvil que te dice cómo llegar a un sitio. Al contrario: te ayuda a perderte"

–"Somos basura, de acuerdo, pero basura bellísima". ¿Suscribe la frase que dice uno de los personajes?

–Supongo que sí. Intento enfocar las cosas con lucidez, dentro de mis posibilidades. Y me doy cuenta de que, por un lado, en la vida hay mucha suciedad, mucha basura, en un sentido literal pero también metafórico, y sé que también hay destellos de belleza que la propia vida nos regala. Nos movemos en esa dicotomía entre momentos duros, momentos terribles, y casi un éxtasis de hermosura. En lo que escribo quiero ser justo con ambos, con la aspereza de la existencia y con la fiesta en que consiste la vida a veces.

–Se suele destacar de su obra el elemento poético, la prosa, pero no el humor, un rasgo destacado en este libro.

–Me han dicho que me ha salido un libro muy desolado, algo de lo que no era del todo consciente, pero por suerte hay lectores que destacan el sentido del humor, que para mí es imprescindible en la vida y que quería que estuviese aquí, porque oxigena la oscuridad y proporciona un punto de ligereza que agradezco. Creo que se me da bien captar esas situaciones absurdas en las que todos acabamos metidos y a las que no sabemos muy bien cómo hemos llegado.

Cubierta de 'Plegaria para pirómanos'. / D. S.

Dichosos los ojos, una de las piezas, hace una enumeración de todo lo que tenemos ante nuestra mirada, pero viene a decir que igual no vemos las cosas tal como son.

–Sí, la voz narradora acaba hablando de lo que observará el día que empiece a ver de verdad. La mirada no se acaba nunca, y siempre habrá algo que nos sorprenderá, algo que rompe nuestros esquemas previos. Trasladado a la literatura, eso invita al lector a tener una actitud desprejuiciada, a desconfiar del terreno que pisa. A mí se me escapan muchas cosas de mis relatos, aunque no creo que haya hecho un libro hermético, y he aprendido a no preocuparme demasiado por lo que no entiendo, como autor, como lector y como espectador. Me encanta el cine de David Lynch, por ejemplo. En sus películas hay imágenes que no descifras, pero que te producen un disfrute estético que merece sin duda la pena. No pretendo compararme con él, que es un genio, pero lo pongo como ejemplo de que a menudo pretendemos comprenderlo todo y en ese afán de buscar una lógica cerramos la puerta a la maravilla. Es curioso, porque la vida está llena de misterios, y la aceptamos, pero en el arte nos ponemos nerviosos cuando no se nos proporciona una explicación racional.

–En otro relato se apunta que un autor, al contrario que un atleta, no tiene a quién derrotar, no cuenta realmente con una meta.

–No hay un objetivo más allá de los premios literarios, que es una connotación social que no pertenece estrictamente a la literatura. ¿Qué utilidad inmediata tiene escribir? La literatura opera a largo plazo, trabaja sobre sensibilidades individuales, no tiene una voluntad práctica como una aplicación del móvil que nos dice cómo llegar a un sitio de la ciudad. Al contrario, más bien: la literatura es un mapa que nos ayuda a perdernos. Y es una bendición que sea así, algo que se salga de la esfera de lo productivo.

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