La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Una noche también amenazada por el confort
Ellas cuentan la guerra | Crítica
Ellas cuentan la guerra. Las poetas españolas y la guerra civil. (Antología 1936-2013). Varias autoras. Edición de Reyes Vila-Belda. Renacimiento. Sevilla, 2021. 316 páginas. 21,90 euros
Como ocurrió en todos los conflictos bélicos de la primera mitad del siglo XX, empezando por la Gran Guerra, un hito en la larga lucha del movimiento sufragista, la movilización de los varones introdujo cambios muy relevantes en la estructura de las sociedades involucradas, especialmente reseñables en el caso de las mujeres que comenzaron entonces a salir del ámbito doméstico para adquirir visibilidad en los espacios públicos. El de la Guerra Civil española, sin embargo, constituye un caso especial, porque el tiempo inmediatamente anterior de la Segunda República había supuesto un avance sin precedentes en este terreno y porque el inmediatamente posterior, o sea la dictadura franquista, implicó un brusco retroceso que se extendería por espacio de décadas, en una dirección opuesta a la de la mayoría de las naciones europeas. El corte, como es sabido, se manifestó de muchas maneras, pero en pocos aspectos como el referido a la "cuestión femenina" se tradujo en una quiebra tan acusada, que afectó de manera particular a las escritoras y a su rastro en la reciente historia de la literatura. Desde los trabajos pioneros de Carmen Conde, estudiosos como Luzmaría Jiménez Faro, José María Balcells, Angelina Gatell, María Payeras Grau o Pepa Merlo se han esforzado en rescatar las voces de las poetas del periodo, pero faltaba una aproximación específica que explorara la relación de muchas de las autoras ahora recuperadas con el origen de esa quiebra.
Es lo que propone Reyes Vila-Belda, catedrática de literatura contemporánea en la Universidad de Indiana, en esta antología que refleja el modo en que las poetas españolas dieron cuenta de la experiencia o el recuerdo de la guerra durante o sobre todo después de la contienda. Por lo general, señala la antóloga, las poetas abordan el conflicto "desde una perspectiva femenina y una visión ginocéntrica", menos orientada a los combates que a la vida de la retaguardia. Menos épica, por lo tanto, pues la guerra es un "asunto de hombres", y más volcada en las consecuencias, personales o colectivas, de un trauma que no dejó de serlo porque en su mayor parte –las milicianas fueron retiradas de la primera línea al poco de empezada la guerra– se experimentara desde posiciones alejadas del frente. Frente a la exaltación ideológica y el heroísmo cantado por los poetas de uno y otro bando, sus compañeras de oficio, en la gran mayoría de los casos –con la excepción de Pilar de Valderrama, monárquica y simpatizante de los nacionales– afines o muy comprometidas con las izquierdas republicanas, se centran en las "heridas emocionales", relacionadas con la pérdida de seres queridos, padres, hijos, hermanos, novios o esposos, con la dura vivencia de la posguerra, en la que muchas padecieron no sólo el hambre y las privaciones de un país arruinado, sino también las represalias, la desposesión y el obligado silencio, o con el dolor y la melancolía del desarraigo en el caso de las exiliadas.
El exilio, precisamente, es la marca a la que se acoge Vila-Belda para agrupar a las veinticuatro poetas de la selección en dos partes, antecedidas por un solo poema a modo de preámbulo, el romance de autora de apellido desconocido, Isabel, que fue recogido por Rodríguez Moñino en su célebre Romancero general de la guerra de España: "Madrileña noche triste / con clara luna de invierno...". En primer lugar, las que marcharon al destierro, entre ellas Clementina Arderiu, Rosa Chacel, Concha Méndez, Ernestina de Champourcin, Ana María Martínez Sagi o Concha Zardoya, hermanadas con poetas posteriores como Julia Uceda o Aurora de Albornoz. Y a continuación, las que permanecieron en España, en un principio relegadas al llamado exilio interior, como Lucía Sánchez-Saornil, Ángela Figuera, Concha Lagos, Carmen Conde, Gloria Fuertes o María Beneyto, a las que se suman autoras más jóvenes como Francisca Aguirre o Mariluz Escribano. En ambos grupos figuran poetas de muy distintas generaciones: las que vivieron la guerra adultas, en algunos casos como escritoras reconocidas; las que lo hicieron de niñas o de muchachas, ya conscientes pero sin capacidad todavía de dar expresión a sus sentimientos o reflexiones, que a veces tardaron mucho tiempo en ser reelaboradas, y las que no podían tener recuerdos directos pero se criaron o crecieron a la sombra de la tragedia.
Hubo otras poetas españolas que conocieron la guerra o sufrieron sus efectos, pero no escribieron de ello. Y las que lo hicieron, no siempre la evocaron expresamente, como ocurría en la vida cotidiana en la que sólo tenía cabida el relato mítico de los vencedores. La mayoría, señala Vila-Belda, abordó la escritura "desde el margen", fuera por la lejanía física de España o por el semiconfinamiento que sobre todo durante la primera posguerra volvió a reducir a las mujeres al espacio privado. Entre los más cercanos a los hechos, encontramos en la antología el conocido poema de Chacel sobre los bombardeos en la capital, "¡Alarma!", uno de los pocos que se sirve, como el citado medio anónimo, de la métrica del romancero, o el titulado "La guerra" de Martínez Sagi –"Los buitres devoran / el corazón podrido de los hombres"– donde la también corresponsal de la Columna Durruti transmitió el horror con trazas expresionistas. Entre las aproximaciones tardías, vinculadas a episodios de profundo dramatismo, figuran las de Aguirre, Gatell o Escribano, una de las poetas a las que se ha aplicado, por su exclusión de los medios y los cauces principales, la precisa etiqueta de "literatura sumergida".
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