"La élite económica catalana ha usado a los catalanes como papel higiénico"
Javier Cercas | Escritor
El autor compone en 'Independencia', su novela más enrabietada, un vitriólico viaje a las entrañas del mundo del poder barcelonés en cuyo seno se gestó el "humus moral" de la deriva secesionista
"Haría falta un héroe de la traición que saliera a decir: señores, la puñetera verdad es que todo era mentira", dice sobre el 'procés', al que da por "acabado" desde otoño de 2017
Sevilla/En un futuro muy cercano en el que el procés es ya agua pasada, la alcaldesa de Barcelona acaba de recibir un vídeo sexual en el que aparecen ella y tres hombres. Es una extorsión, claro, un asunto delicadísimo en el que acaba envuelto Melchor Marín, el mosso d'esquadra de cuya complicada vida supimos por primera vez en Terra Alta, la novela con la que Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) ganó el Planeta en 2019 y, de paso, dio un giro a su obra adentrándose en la intriga policial.
En Independencia (Tusquets), una ficción que con frecuencia se parece mucho a la realidad de este presente, el autor, más desatado y con más conciencia de clase que nunca, entrega –como dice la editorial y repite y alaba él, pues le parece "una definición exacta"– un "retrato demoledor de la élite político-económica" catalana y un "furioso alegato contra la tiranía de los dueños del dinero y los amos del mundo".
–Con el título parece que buscaba usted, como se dice por aquí, tocar un poco los costaítos...
–Hay muchas razones por las que puse ese título, una de ellas invitar a que me lo preguntaran. Esa palabra es maravillosa, ¿o no? Ocurre que en Cataluña todas las palabras maravillosas se las han apropiado los secesionistas: democracia, libertad, independencia... Y ya se sabe que si quieres conquistar la realidad, primero debes conquistar el lenguaje.
–¿Van ganando, entonces?
–Por momentos lo parece... pero en otros momentos no. La cuestión es que la palabra ofrecía una polisemia maravillosa. Volviendo a su pregunta, por supuesto que hay algo de provocación en el título, pero hay una razón más profunda. Si usted me pregunta cómo resumiría este libro brevemente, diría que es la historia de un hombre, que se llama Ricky Ramírez, que es la contrafigura exacta de Melchor Marín y tal vez el protagonista secreto de la novela, que busca la independencia personal de manera equivocada. Le dice su madre lo mismo que le dice la madre de Lázaro de Tormes a éste cuando se va de casa: Arrímate a los buenos. Pero él lo que hace es arrimarse a los ricos y poderosos. O sea, a la élite barcelonesa. Y ésta hace con él lo que hacen todas las élites enquistadas en el poder, usarlo para sus propósitos, perversísimos en el caso de esta novela. Lo que no debería esperar nadie de este libro es un relato del procés. La literatura no habla de lo que hablan los periodistas, habla de lo que está debajo, del humus moral. En ese sentido, sí admito que es un libro que admite una lectura política.
–En su novela, el procés es retratado como la huida hacia adelante de una clase dirigente que, incapaz de gestionar los problemas causados en muchos casos por ella misma, decide crear... otro problema.
–¿Qué hace la élite económica con Ricky Ramírez en la novela? Usarlo como papel higiénico. Pues eso mismo ha hecho con todos los catalanes. La peripecia de Ricky Ramírez es una metáfora perfecta de lo que colectivamente nos ha ocurrido a los catalanes en los últimos años. En 2012 Cataluña, España, Europa, Occidente sufren una crisis descomunal, y las élites catalanas intentaron salir de ella como han hecho siempre: presionando al poder político, al Gobierno central en este caso. Había mucha gente enfadada, existían los indignados, ya casi nadie parece acordarse. El legítimo cabreo de la gente fue reorientado hacia Madrid, hacia patrañas como que España roba a Cataluña... Y entonces se ofrece al pueblo lo que alguien ha llamado la utopía disponible, es decir, un país nuevo e independiente donde todo el mundo iba a ser libre, feliz, rubio, alto y guapo. Y la gente se lo creyó y se lo tomó en serio. Y en ese momento a la élite se le fue de las manos.
–Peor remedio aún tiene eso...
–Ese es exactamente el problema. Que la gente se creyó demasiadas promesas imposibles de cumplir que no respondían a otra cosa que a la huida hacia adelante de la clase dirigente con la que, en primer término, toda esa gente debería estar cabreada. Esto es tan antiguo como andar. Ya Tácito hablaba de estas cosas. Y ahora quieren reconducir la situación... ¡pues ya no pueden, no la controlan! Dice el Evangelio que la verdad hace hombres y mujeres libres, y la mentira, esclavos, y el problema ahora es quién coño le cuenta a la gente la verdad. Además de enfadada, mucha gente ahora se siente estafada. Pues claro...
–¿Como es que en su novela el procés es cosa del pasado?
–Es que el procés acabó en 2017. Tal y como se concibió, con las élites liderándolo, con la gente convencida de que Europa estaba esperando un Estado catalán con los brazos abiertos, todo eso se acabó en 2017, cuando esa parte del Estado que es Cataluña choca con el Estado de Derecho, apoyado éste por la Unión Europea. Ahí se acaba el invento. Claro, eso no quiere decir ni muchísimo menos que se haya acabado el problema. Ahora tenemos que lidiar con las consecuencias, que ya digo yo que van para muy largo, hablo de generaciones. Debería haber lo que llamé en otra parte [Anatomía de un instante, sobre el 23-F y la Transición] un héroe de la traición que saliera y dijera, en este caso: señores, les voy a contar la puñetera verdad, todo era mentira.
–¿Ve usted a algún candidato idóneo que se le haya escapado a todos los demás?
–En este momento no se dan las circunstancias, en efecto. Es algo demasiado complejo. Y por otro lado la izquierda, o una parte de la izquierda, asombrosamente parece creer que este movimiento es progresista. Tampoco ayuda tanta confusión. En fin, esto daría para hablar durante horas, por eso mejor hablemos de literatura, que aunque no lo parezca es mucho más importante.
–Volvamos a la novela entonces. Ésta es, con diferencia, la más violenta de todas las suyas. ¿Está usted más enfadado de lo habitual últimamente?
–Yo como persona intento ser razonable, pero no soy un ángel; así somos los seres humanos. El desafío de este ciclo novelesco de Terra Alta es escribir una sola novela, muy amplia, pero en distintos volúmenes, en libros independientes pero a la vez formando parte de un mismo universo, y siempre la pregunta fundamental será en el fondo la misma: ¿es legítima la venganza? Cualquier persona sensata contestaría que no. Pero la ficción no funciona así. Todos llevamos dentro dolor, furia, ansias de venganza, una bestia enjaulada, como decía Bataille, y si dejáramos salir todo eso destruiríamos la vida social y nuestra propia vida. El lugar de esa bestia, de esa parte maldita, es la literatura. Sacar esa furia es lo que en Grecia se llamaba catarsis, algo que purifica. Y por eso yo, a diferencia de cuando era joven, feliz e indocumentado, ahora estoy seguro de que la literatura es útil... siempre y cuando no se proponga ser útil, porque entonces se convierte en propaganda o pedagogía. Claro que este libro está lleno de furia, ¡llenísimo!, por eso no voy luego por la calle quemando contenedores.
–Últimamente se han quemado por Pablo Hásel...
–Lo único que sirve de verdad es tomarnos la democracia en serio. Quemar contenedores sólo sirve para que un pobre hombre pierda su trabajo y a otra pobre mujer le arruinen su tienda. Estamos en una época confusa, como todas las épocas, en realidad... pero es verdad que ésta lo es bastante. Pablo Hásel es un personaje penoso, que por lo demás a mi lado, fíjese, no es más que un socialdemócrata de mierda. Hombre, que él, precisamente él, se convierta en símbolo de la libertad de expresión... Mejor no cuento lo que dicen de él las personas que lo conocen de Lleida. De todos modos, yo estoy a favor de cambiar el Código Penal para que nadie entre en la cárcel por atacar a la Corona, y si alguien me llama terrorista y le ampara la libertad de expresión, pues me aguantaré.
–Hasta criminal de guerra lo han llamado muy recientemente, porque lo han comparado con Karadzic...
–Exactamente. Pero, amigo, vivimos en una democracia que protege la libertad de expresión. Ahora, de ahí a convertir a Pablo Hásel en héroe, pues no sé, lo mismo tenemos que pensar mejor los símbolos que elegimos.
–Su novela parece por momentos un suceso real. No sé si eso habla mejor de su oficio o peor de la política que padecemos actualmente...
–Si los políticos no se toman la democracia en serio, es por nuestra culpa. Esto hay que tenerlo clarísimo. Tomarse la democracia en serio significa que la democracia no es sólo votar cada cuatro años. La democracia se hace cada día. ¿Por qué aceptamos la mentira, la demagogia...? Tampoco es verdad que todos sean iguales, los hay mejores que otros, y perfecto no hay nadie, tampoco en la literatura o el periodismo. ¿Es insuficiente la democracia que tenemos? Totalmente. La democracia perfecta no existe; una democracia perfecta es una dictadura. La de Franco, por ejemplo, se hacía llamar orgánica y era tan perfecta que no se podía tocar, en cuanto le cambiaron una coma se cayó. Hay un verso de Dylan que dice "el que no está ocupado en hacer, está ocupado en morir". Fantástico. Pues la democracia igual: o mejora o empeora. Se hace cada día, no está hecha ya, para siempre. Es cosa de todos, es decir, nuestra también, por supuesto, y no podemos culpar siempre a los demás.
–En su novela también hay un gurú de la comunicación política. Están muy de moda ahora, curiosamente cuando más pobre es la capacidad de argumentar y defender ideas complejas...
–Hay mucha politics y muy poca policy, en la definición de los ingleses. La politics se ocupa de cómo llegar al poder, la policy es qué se hace con el poder. Y aquí debo decir que el periodismo español no es ajeno a esto, porque prácticamente sólo se ocupa de la politics, que si éste hace esto, que si allí hay no sé qué congreso provincial, que si éste dice una cosa y el otro, otra... Claro que para poder hacer política tienes que ganar las próximas elecciones, pero la política no es sólo conseguir el poder, y ahora parece que sólo preocupa eso. La cuestión es para qué diablos quieres ganar las próximas elecciones. Eso no está tan claro, porque la policy, es decir, qué hacemos con la sanidad, con la educación, con las pensiones, de eso no habla nadie en realidad. Ahora hay gente que da espectáculo, personajes televisivos, tertulianos metidos a políticos, Pablo Casado y Pedro Sánchez mandándose a la mierda, y dado que no son capaces de mejorar nada, se dedican a montar guerras ridículas: que si el fascismo, que si el comunismo... Películas, películas, películas. Y series de televisión. Y de todo esto, siento tener que decirlo de nuevo, alguna culpa tendrá también, y yo digo que mucha, el periodismo. Y el que pone el canal donde se gritan más los unos a los otros. O sea, todos.
–Ya me han dicho desde su editorial que de su último episodio con la órbita independentista, ese vídeo sacado de contexto, no quiere comentar nada...
–Un bulo, un bulo intimidatorio es lo que es. Y en efecto prefiero no hablar, ya he dicho todo lo que tenía que decir al respecto y no estoy dispuesto a convertirme en un espectáculo.
–¿Sigue usted pasando parte del año en ese pueblecito apartado de todo y de mayoría independentista?
–Vivo allí la mayor parte del año, de hecho. Mire, una cosa es la vida real y otra cosa la vida política y sobre todo las redes sociales. Ese pueblo no es que sea de mayoría independentista, como dice usted, es que es unánimemente independentista. Y me encuentro allí maravillosamente, jamás he tenido un problema. Hay gente de la política y de los medios de comunicación que quieren crear un clima difícil, como el que se creó en 2017, un clima guerracivilista, vamos. Pero afortunadamente eso no baja a la realidad, o sólo baja a la realidad en momentos excepcionales, y cuando eso ocurre el peligro es total. Bajó, por ejemplo, en el otoño de 2017, y en aquel momento lo cierto es que yo preferí no ir al pueblo.
–No se ha mordido nunca la lengua al hablar del procés, digamos que no todas las figuras públicas catalanas con prestigio y repercusión en el resto del país han sido en los últimos años tan claros y categóricos como usted. ¿Se ha sentido usted un poco solo?
–[Largo silencio] Yo sobre esto no voy a opinar. Yo hago lo que creo que debo hacer, y nada más, ni voy de nada ni pretendo dar lecciones a nadie. Simplemente soy un escritor, uno que se toma muy en serio su trabajo, y antes que nada escritor, pero también soy un ciudadano, no vivo en una torre de marfil porque, como dijo Borges, eso es una pieza del ajedrez y ahí no vive nadie. Sólo añadiré que nada más lejos de mi intención que convertirme en un polemista. Lo mejor que yo tengo que decir, eso se lo aseguro, lo digo en mis libros. Y no aspiro a nada más que a pelearme con las palabras cuando me siento a escribir.
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