La maternidad contra la ley

Siempre en la cuerda floja de la verosimilitud, El sexto hijo aborda asuntos como el deseo imperioso (y casi patológico) de maternidad y los complejos vericuetos legales de la adopción uniendo en improbable alianza mutuamente interesada a una pareja de abogados y a una familia numerosa gitana para plantear algunas cuestiones de actualidad social e índole moral.

Léopold Legrand opta siempre por narrar a buen ritmo y sin mirar atrás tal vez para no confrontar el tiempo de la duda o el perfil profundo de esos personajes que actúan antes por impulsos que fruto de la reflexión. A un lado, un padre intenta buscarse la vida sorteando la ley para mantener a su esposa y a sus cinco hijos a la espera de otro más. Al otro, el abogado que lo defiende tras cometer un delito empatiza con él hasta el punto de que éste le ofrece a su hijo por nacer a cambio de dinero.

Lo que hasta ese momento era un asunto de hombres, pasa pronto a convertirse en buena lógica en un asunto de mujeres: por un lado, la esposa en irrefrenable tentación de aceptar el trato después de múltiples intentos fallidos de quedar embarazada y un diagnóstico psicológico que la incapacita para la adopción; por otro, una madre atrapada entre la fe y la precariedad, dispuesta a dar a su hijo a una mujer con la que poco a poco ha establecido una buena relación.

De forma bastante sorprendente y por momentos incluso caprichosa, El sexto hijo consigue llegar al parto entre dudas y crisis de pareja, revisiones médicas e incluso una ridícula escena de bombo artificial en un restaurante. Tal vez se trataba de eso, de consumar el hecho a toda costa y afrontar las consecuencias. La película se convierte entonces, lastrada por los residuos del folletín, en una suerte de drama bressoniano sobre la culpa, la empatía y la vida que se abre paso a pesar de las malas decisiones.