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La herencia del mal

El llanto | Crítica

Malena Villa en una imagen del filme.

La ficha

*** 'El llanto'. Terror-Drama, Esp-Arg-Fra, 2024, 107 min. Dirección: Pedro Martín-Calero. Guion: P. M. Calero e Isabel Peña. Fotografía: Constanza Sandoval. Música: Olivier Arson. Intérpretes: Ester Expósito, Malena Villa, Mathilde Ollivier, Sonia Almarcha, Álex Monner, Tomás del Estal. 

Con Isabel Peña en el guion y la producción de El Caballo, a saber, con medio equipo de Rodrigo Sorogoyen detrás, El llanto viene a reivindicar su hueco entre ese cine de terror de nuevo cuño que busca la estilización de autor de las viejas marcas y derivas del género para darle un baño de prestigio adulto (ahí está el premio a la dirección en San Sebastián para confirmarlo) que vaya más allá del exploit juvenil.

Entre España y Argentina, El llanto convoca la herencia genética y el estigma del mal en tres mujeres jóvenes (Expósito, Ollivier y Villa) de dos generaciones asediadas en la sombra por una siniestra figura (¿alguien dijo el viejo patriarcado?) que impone su violencia y controla sus destinos, una figura que, como ocurría en el J-Horror japonés, sólo se materializa cuando es filmada por las cámaras de vídeo o los teléfonos móviles, pretexto para un trampantojo de pantallas, rebobinados y pausas que buscan el golpe de efecto en la propia materia y los códigos de la imagen.

Sobre una estructura narrativa dislocada que va siempre por delante del espectador, el debutante Pedro Martín-Calero asimila bien sus múltiples referencias postmodernas y hace de los gestos de puesta en escena, los interiores en penumbra, los encuadres descentrados y el tratamiento sonoro (con una inquietante música de Olivier Arson) las principales bazas para una sugestión ambiental que se dilata sin apenas necesidad de diálogos y en una dosificada escalada de tensión y mostración frontal del horror. Es ahí, muy especialmente en su segundo tramo argentino, donde la película se hace fuerte lejos de los chats de móvil, las figuras agazapadas en la sombra y el sustrato edípico que subyace como foco de un contagioso virus de la locura femenina expuesto a múltiples interpretaciones. 

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