Épica charnega

El 47 | Crítica

Eduard Fernández es Manolo Vital en 'El 47'.

La ficha

*** 'El 47'. Drama, España, 2024, 110 min. Dirección: Marcel Barrena. Guion: Marcel Barrena, Alberto Marini. Fotografía: Isaac Vila. Música: Arnau Bataller. Intérpretes: Eduard Fernández, Clara Segura, Zoe Bonafonte, Salva Reina, Óscar de la Fuente, Vicente Romero, David Verdaguer, Aimar Vega, Carlos Cuevas.  

Entre la Barcelona de acogida charnega de 1958 y la de los estertores del franquismo en plena Transición, El 47 se antoja como la película soñada para inaugurar los mandatos de Illa y Collboni. Un filme que enarbola la bandera de la dignidad y la lucha de los parias asentados en barracas y chabolas del extrarradio urbano en la piel curtida y el acento extremeño de un personaje real, Manolo Vital, inmigrante a su pesar, conductor de autobuses urbanos y prudente siempre en su pulso contra la autoridad y el poder.

Eduard Fernández le presta las hechuras, el sobrepeso, la paciencia y el deje para encarnar a un héroe moral del lumpen capaz de irradiar en la comunidad olvidada ese impulso necesario para superar el miedo y la marginación, subiendo y bajando las callejuelas y carriles que separan el centro de su barrio de Torre Baró, enamorando a la primera a su monja profesora, educando a una hija que le sirve como espejo de coraje y determinación de cambio, recordando siempre las raíces y el legado del padre y, por supuesto, aprendiendo y hablando catalán en la intimidad.

Tirando de texturas analógicas y archivo intercalado, Marcel Barrena (100 metros, Mediterráneo, Hermano caballo) consigue una buena ambientación de época en la superficie pero se deja llevar también por los excesos en algunos quiebros dramáticos y en el trazo de algunos personajes, sobre todo el del amigo que (mal)interpreta Salva Reina y el gris de manual que encarna Vicente Romero, flecos más visibles de ese forzamiento melodramático con el que la película amenaza siempre con desmadrarse.

Con todo, El 47 sale airosa en su escalada épica de resistencia, su celebración del orgullo de clase y su batalla cívica para acabar mirando de frente, al son del Gallo rojo, gallo negro, a una historia de regeneración urbana (quién dijo democrática) previa al lavado de cara olímpico y a los honorables comisionistas convergentes del 3%.  

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