OBITUARIO
Muere Teresa Barrio, madre de Alberto Jiménez Becerril

El ejército inerme

de libros

M. G. González

30 de mayo 2017 - 06:00

La ficha

'Pícaros y picaresca'. Marcel Bataillon. Trad. Francisco Rodríguez Vadillo. Athenaica. Sevilla, 2017. 213 págs. 20 euros. Ebook: 9.99.

Como la profesora Natalia Palomino señala oportunamente en su prólogo, hay que poner en relación esta obra de Bataillon con su anterior Erasmo y España (y quizá con aquel Erasmo, la Contrarreforma yel espíritu moderno que Lucien Febvre publicó, póstumamente, en 1957). Aún así, cabe también relacionarla con el tardío Erasmo y el erasmismo de Bataillon, obra con la que acaso guarde un vínculo más difuso, por cuanto Bataillon vuelve en ella, de algún modo, sobre su tesis inicial. Una tesis en la que el hispanista insistía en el entorno social y cultural que propició la picaresca, y no tanto en la importancia de la honra, de la pureza de sangre, sugerida por don Américo Castro.

Es esta tesis última la que Bataillon va a defender en las presentes páginas, ayudado de un minucioso análisis de La pícara Justina, libro anómalo y oscuro, de fuerte simbolismo, atribuido erróneamente al dominico fray Andrés Pérez, pero cuyo autor no es otro que el médico y cortesano Francisco López de Úbeda. Sea como fuere, Bataillon no olvida lo que había sostenido anteriormente,y donde volverá a detenerse en los 70: el problema de la mendicidad que aflige a los burgos del XV-XVI, y que llevará a Luis Vives, amigo de Bacon y de Erasmo, a redactar su De subventione pauperum. También es fácil obtener en La nave de los necios de Brant, o en la pintura de Brueguel y de El Bosco, noticias de este ejército inerme que angustia a la Europa bajomedieval y las repúblicas renacentistas. Es ahí, en esa desazón, donde don Marcelo sitúa la flor áspera y arrimadiza del pícaro. No sin señalar antes que es el libre albedrío, defendido por la Contrarreforma, el que vuelve a poner en los caminos a tan pavorosa tropa.

Fuera por lo uno o por lo otro, lo cierto es que Bataillon delinea y acota un enorme problema de la modernidad: el del individuo, palpitante y anónimo, que se ha sustanciado, al picaresco modo, ante la mirada perpleja de su siglo.

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