De egos, miedos y trazos
'El hombre de la arena'. E.T.A. Hoffmann. Metropolisiana. Sevilla, 2011. 80 páginas. 25 euros.
Si el relato ilustrado vive una época dorada –o al menos goza de mayor respeto– en las bibliotecas, más allá del mercado infantil, es, sin duda, gracias a joyas como la presentada ayer en Sevilla por parte de los responsables de la editorial Metropolisiana, una aventura en la que se embarcaron, hace casi cuatro años, el impresor Antonio Álvarez, el diseñador Manuel Ortiz y el poeta José Daniel Moreno Serrallé. Con la publicación de El hombre de la arena, el cuento más célebre de Ernest Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822) en su Colección Particular, Metropolisiana mantiene su afán por “dejar la mirada de nuestro tiempo sobre relatos clásicos de cualquier época o lengua a través de ilustraciones encargadas ex profeso, traducciones inéditas y estudios novedosos llevados a cabo por grandes escritores y especialistas”, en palabras de Serrallé.
Aquí el relato de E.T.A. Hoffmann –músico, pintor, dramaturgo, arquitecto, traductor, compositor, escritor y una decena de ocupaciones más que convertían a este jurista por empeño familiar en un verdadero hombre renacentista de su tiempo– cobra vida, una nueva vida, de la mano de las ilustraciones, delicadas y firmes, de Lidia Ortega (Bilbao, 1963) y la traducción y revisión del filólogo, poeta y ensayista peruano Diego Valverde (Lima, 1967).
Publicado en 1817 dentro de sus Piezas nocturnas, El hombre de la arena es una de las primeras apariciones en la literatura de forma poderosa de la figura del autómata y la variante germánica del coco que robó, en los países de habla hispana, el sueño de los niños. El relato narra la vida de un estudiante, Nathanaël, quien está traumatizado por la muerte de su padre, ocurrida durante su infancia. A pesar de estar comprometido, se enamora de una autómata, Olimpia y el descubrimiento del truco, de la maquinaria, lo lleva a la locura, y a la muerte.
Esta reinvención del mito de Pigmalión es además, en palabras de su traductor, “un compendio de motivos de la literatura fantástica y también un vademécum para sumergirse en la Europa de Hoffman, con la pugna entre la Ilustración y Romanticismo, la Revolución francesa y las guerras napoleónicas”. En el epílogo que cierra el volumen de esta edición, Valverde da las claves para entender no sólo la hondura de la obra en cuanto al retrato del héroe romántico –ése de pasionales arrebatosy graves discursos que vive entregado a sus excesos–, sino su huella en obras muy posteriores, de ámbitos tan diversos como la literatura, la danza, la música o el cine: desde el ensayo de Freud sobre Lo siniestro, la ópera Los cuentos de Hoffmann de Jacques Offenbach, el ballet Coppélia de Léo Delibes y películas de inquietante fascinación como La ventana indiscreta o Vértigo de Hitchcock o el clásico de la ciencia ficción Blade Runner así como la obra completa de Poe.
Las novelas de Hoffmann, explica Alberto Marina Castillo, profesor de Humanidades en la Universidad Pablo de Olavide y presentador ayer del volumen en Sevilla, “están a medio camino entre la sátira y la la novela del arte que rendía tributo a las figuras de la época”. No en vano, junto con Aldelbert Von Chamisso, vecino de tumba en el cementerio de Jerusalem en el barrio berlinés de Kreuzberg, Hoffmann es un titán de la literatura fantástica, aquella que desde el misterio y el horror, desde lo raro y lo desconocido, indaga en los arcanos de la condición humana.
Y una obra que se puede interprertar ahora a través del lenguaje “muy cinematográfico” de los trazos de Lidia Ortega, que ha rescatado la mirada de Bette Davis para los ojos de la mujer fatal del cuento. Con una vida a caballo entre Sevilla, su Bilbao natal y Madrid, desde sus inicios compagina la ilustración editorial con el diseño gráfico y el cine de animación, aparte de coqueteos con los cuentos –ilustrados, claro– en títulos como Calvita o Cuento de los aquíes “en busca de editor”, bromea. “Cuando ilustro una obra que no es mía soy profundamente respetuosa porque no quiero que mis dibujos sean una interferencia ni que orienten de alguna manera la lectura”, explica sobre el modo en que aborda su trabajo que en el sello Metropolisiana tiene una dimensión diferente, mayor. “Es de agradecer que te den un sitio como autor, que en el terreno de la literatura ilustrada no suele pasar. Normalmente, el dibujo va en función del relato”, explica quien gracias a este encargo se ha encontrado “a un autor que ahonda en los miedos, en esas veces en que te dejas atrapar por las oscuridades y las obsesiones que arrastramos”, que, confiesa, a veces también le atenazan.
Y como quiera que las obsesiones no siempre son dolorosas, Ortega disfruta trabajando con los materiales que nos acompañaron toda la vida “los que te manchan las manos”, frente a la asepsia de lo digital: lápices, pinturas, recortes, telas y hasta mercromina. “Pensé hacer los dibujos (todos trazos rojos) con mercromina pero al final me decidí por el lápiz,pero me gusta, sí, es como el color de la sangre”, dice.
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