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La apuesta de Dios | Crítica
La apuesta de Dios. José Antonio Gómez Marín. Renacimiento. Sevilla, 2021. 320 págs. 21,90 €
Como recordará el lector curioso de tales asuntos, así tituló Safranski su libro dedicado a la cuestión del Mal (El mal o el drama de la libertad), siendo lo cierto que el escritor y académico de Bellas Letras, José Antonio Gómez Marín amplía su búsqueda, en varios sentidos, pero sin separarse en exceso del pensamiento alemán que le daría cuerpo del XVIII al XX; incluido aquel hecho radical -el exterminio sistemático del prójimo- que llevaría a Adorno, a Celan, a Harendt, al propio Heidegger, y a muchos otros pensadores del XX, a interrogarse sobre la naturaleza del Mal y las consecuencias de un hecho inconcebible. El Mal, pues, que se aborda aquí de modo circunvalar, y apoyado en una corpulenta erudición, no es tanto la indagatoria sobre una tradición varias veces milenaria, no es tanto el abocetamiento de Dios y su vínculo con la maldad, cuanto la expresión y el cerco de una idea de lo humano, cuya encarnadura concreta Gómez Marín sustancia en Job.
¿Por qué Job? Quizá porque en Adán, en Eva y en la Sierpe, la libertad del hombre queda acotada, queda ensombrecida por la identificación de la maldad con cierta idea del Saber. No en vano, el Árbol del Bien y del Mal, cuyo fruto queda excluido de los jóvenes amantes del Edén, es también el Árbol del conocimiento. En la fábula de Job no existen, sin embargo, ni el candor de los primeros padres ni el noble apetito del saber, cuyos resultados serán, no obstante, la muerte, el dolor, el obligado errar, el infinito oprobio. En Job es, sencillamente, una apuesta entre divinidades adversas, entre Yavhé y Satán (de ahí el título de la obra), la que determina tanto la existencia del Mal, cuanto la libertad del hombre para desecharlo. Aun cuando el individuo conoce la injusticia de los males recibidos.
En este “aun”, de libre determinación por el afligido personaje bíblico, es donde Gómez Marín parece encontrar la agónica y maltrecha grandeza del ser humano, así como una altiva razón para la esperanza. En ese reconocer y deplorar el Mal es donde Gómez Marín sitúa la aventura del hombre.
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