OBITUARIO
Muere Teresa Barrio, madre de Alberto Jiménez Becerril

El drama de la identidad traicionada

Guido y Bianca brindan por su amor en presencia del marido engañado.
Andrés Moreno Mengíbar

25 de mayo 2008 - 05:00

Ha tenido que llegar al Maestranza la música "degenerada" de Alexander von Zemlinsky para que la temporada lírica levantase el alicaído vuelo que venía desplegando. De hecho, es la propuesta más interesante y redonda de los dos últimos años cuanto menos, pues prácticamente todos los factores se conjugaron en un espectáculo de muy alto nivel de calidad.

La dirección de escena de Samel es una de las más cuidadas y bien resueltas que hemos visto, con enorme atención al movimiento de los actores, a los gestos y a su intencionalidad dramática. Esto último fue especialmente eficaz en Una tragedia florentina, donde los gestos de Simone ratificaban, por encima de lo intranscendente de las palabras, las premoniciones trágicas de la música. Por ello no entiendo que Samel le dé la vuelta al final, haciendo que Bianca mate a su marido en vez de descubrir en él el Deseo. Es convertir un drama simbolista sobre el descubrimiento del Yo en el Otro y sobre la epifanía de la Pasión, en un drama verista, en una vulgar trama de celos y violencia. Con ello demuestra no haber comprendido en absoluto el sentido del texto de Wilde. En esta primera obra, además, se deja pasar la oportunidad para cerrar con un bello efecto de luces con el resplandor de la Luna iluminando la cara de Bianca.

En El enano tuvimos algo tan inusual hoy día como es una puesta en escena luminosa y brillante, con bellos efectos plásticos en los reflejos de los trajes de las meninas y en las sombras proyectadas sobre un lateral.

Pedro Halffter demostró una vez más su plena sintonía con la estética decadente y a caballo entre el ultrarromanticismo y el expresionismo del mundo germano de las primeras décadas del siglo XX. La maravillosa partitura orquestal de Zemlinsky se desenvolvió en sus manos con todo el sentido lujurioso y envolvente que requiere, con gran atención a los detalles instrumentales y a su sentido dramático, haciendo que el foso adquiera categoría de personaje que interactúa con la escena. Fue magnífico el crescendo de la escena del duelo de Una tragedia, aunque en algunos momentos llegó a tapar las voces.

En la primera parte, casi un monólogo, Johnson cantó con un impresionante sentido dramático, moldeando cada frase y dominando con su poderosa voz toda la obra. Künzli estuvo a su altura y Gumos pasó sin pena ni gloria. A pesar de algún estrangulamiento en la zona superior, Bronder cantó con pasión su terrorífica parte, transmitiendo con la voz la ternura que desprende el personaje. Weber, con problemas de proyección del mezzoforte para abajo, dio sin embargo la medida vocal en el dúo central. Discretos los demás y las chicas del coro.

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