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El don de la transparencia

Arte

'El estudio del pintor', 2007. Acuarela y acrílico sobre papel.
Juan Bosco Díaz Urmeneta

28 de marzo 2008 - 05:00

Las técnicas empleadas por un pintor no son caprichosas. Obedecen a lo que quiere decir o pretende sugerir al espectador. Miki Leal (Sevilla, 1974) ofrece en esta exposición ese rasgo de madurez artística. En sus pinturas sobre papel, formato superior al medio, une el acrílico con la acuarela y logra un lenguaje fresco y directo que llega a hacer olvidar la dificultad de la técnica empleada. En los grabados, expuestos en la entreplanta de la galería, el lenguaje es del todo diferente: son obras severas, acordes a la obra de Truman Capote (A sangre fría) en la que se apoyan. En ellas, el trazo escueto construye interiores ahogados o exteriores vacíos.

En las pinturas las cosas van en otra dirección: el espacio construido en Viento de Cara revela la misma soltura del dibujo pero empleada aquí en un paisaje abierto con un tratamiento del color leve pero eficaz. Pese a ser atractivo, no es éste el mejor trabajo de la muestra. Destacan sobre todo otras dos obras: Las Negras y El estudio del pintor. Esta última no posee sólo el color sensual de un cálido paisaje, sino que fusiona elementos reales y pintados, y es así un homenaje a la pintura o, mejor, a la imaginación pictórica. Las negras es un nocturno, casi monocromo: las tonalidades oscuras, muy trabajadas, se interrumpen con una imaginaria constelación que establece un sugerente contraste.

En otro orden, interesa Summer Vacation. Una acampada junto a un río que no tendría mayor complicación de no ser porque la corriente, un gran triángulo en el primer plano del cuadro, es oscura, viscosa y arrastra todo tipo de desperdicios. En esta obra hay más atrevimiento que crítica porque lo que llama la atención es el desenfado con que se lleva al cuadro lo que no debería formar parte de él. Este mismo desenfado se advierte en las dos piezas tituladas Vivir el Zen, técnicamente bien construidas.

La exposición tiene algo de alternativa, si se me permite el símil taurino. Leal pertenece a una generación que, en comparación con las que le precedieron, apenas disfrutó en sus inicios de apoyos privados u oficiales. Fueron por libre. Comenzaron con la Richard Channig Foundation: los jóvenes autores presentaban sus obras en el contexto de inolvidables potajes; más tarde, con SaladeStar, abrieron un espacio alternativo para exposiciones, maratones de vídeos, recitales poéticos o simplemente para hablar y discutir de arte.

Mientras las otras generaciones contaron con revistas ambiciosas (Separata, Figura) ésta sólo dispuso de breves aunque imaginativas hojas. Al principio del proceso quizá hubo un catalizador: Pasearte, una iniciativa del CAAC, aunque realizada sólo por el empeño de Esther Regueira, que abrió durante un día al público los estudios de diversos autores. Todos esos afanes, sólo tardíamente apoyados por las instituciones, han fraguado en un grupo de artistas ya reconocidos. La obra de Leal en la galería Rafael Ortiz sintetiza de algún modo tal reconocimiento de Sevilla, de la ciudad (antes ya había recibido Leal el premio Altadis y contaba con notable aceptación en el mercado).

La pintura expuesta posee, en suma, buena construcción, exactitud en el dibujo, sensualidad en el color y dosis de desenfado. Es una pintura fresca, directa, propia del artista que Schiller llamó ingenuo porque su obra posee el don de la transparencia. Un don no exento de riesgos y que exige a quien lo posee cautela, no sea que la facilidad y el gozo de pintar se adelanten en exceso a la reflexión.

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