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"A escribir uno aprende viendo, leyendo y escuchando, no analizando"

Domingo Villar | escritor

El autor gallego se sumerge en su género favorito con 'Algunos cuentos completos', en una selección ilustrada por Carlos Baonza

El escritor Domingo Villar (Vigo, 1971). / D.S.
Pilar Vera

07 de noviembre 2021 - 06:00

La mayor parte de los textos que integran Algunos cuentos completos Algunos cuentos completos(Siruela), nacieron sin pretensión de ver la luz, pensados para la oralidad. Por eso, su autor, Domingo Villar (Vigo, 1971) asegura que se resistió como “gato panza arriba” a la hora de plasmarlos en papel. Un libro que no sería el que es sin las ilustraciones de tono africano de Carlos Baonza, que le toma la medida al espíritu de cada historia: “Tienen un aire de Durero, son ilustraciones expresivas y llenas de matices y sorpresas. No es sólo que casen bien con lo que se cuenta –afirma–, sino que las ensalzan de tal forma que no queda claro quién subraya a quien, o qué fue hecho primero”, comenta Villar.

Hacer un título así, fuera del catálogo habitual, ha contribuido también a su carácter de inesperado: “La mayor parte de los libros tienen una gestación y un parto, a veces doloroso, a veces liberador. Pero estos cuentos los habré podido ir escribiendo a lo largo de los últimos quince años, ya los había contado a mis amigos muchas veces y ahora lo que he notado es lo que sentían ellos al otro lado. También, asistir a lo que Carlos Baonza iba componiendo con sus linograbados ha sido una novedad”, indica el escritor.

El título se inspira en una carpeta de apuntes y reflexiones que guardaba el padre del autor: “Digamos que homenajeo cuando queremos decir que le plagio el nombre –explica–. Mi padre empezó a reunir todo lo que había escrito en la vida y lo guardó en una carpeta y, como no era capaz de reunirlos todos, lo título ‘Algunas obras completas’. Es un nombre que me hacía mucha gracia y me parecía muy tierno”. Algunos de estos textos estaban dirigidos a su hijo, pero la idea general era “recrear la vida con las letras, y por eso escribió desde siempre, desde poesía a coplas o sonetos que hacía en cada cumpleaños. Nosotros éramos cuatro y yo he pasado 43 años con él, así que imagina todo lo que le dio tiempo a guardar, obras de teatro, canciones... de todo”. El padre de Villar era bodeguero, pero “despejaba la vida con las letras. De hecho, todos sus amigos decían que lo mío al escribir era una especie de vocación vicaria”.

"Lo que cambia de un cuento a una novela es la dimensión, pero no es una magia mejor"

Autor de novelas extensas, como La playa de los ahogados o El último barco –protagonizadas por el inspector Leo Caldas–, Domingo Villar asegura que es el cuento, sin embargo, el género en el que se siente más cómodo: “De acuerdo, he escrito novelas de 700 páginas, pero no las abordo así, como una línea continuada, sino que tengo los arrestos para arrancar y dejar un capítulo como un cuento –explica–. Es a base de pequeños esfuerzos: ver si soy capaz de subir un peldaño y lo subo con toda la ilusión del mundo, y con todas las armas que puedo emplear. Pero si afrontase todas esas escaleras como una única tarea, sería incapaz”.

“Pienso que, al fin y al cabo, los adultos no somos más que niños metidos en cuerpos distintos –prosigue–. Y nos gusta que haya una historia, que se desarrolle, que nos haga sentir y nos haga crecer. Lo que cambia de un cuento a una novela es la dimensión en la página, pero no es la magia de un cuento, no es una magia mejor” .

Algunos de los relatos de esta entrega aparecieron en su momento en prensa, sí, pero también lo hicieron casi por accidente: el director de Opinión de La voz de Galicia persiguió a Villar “durante años” para que colaborase con el periódico y, una vez lo consiguió, el autor se encontró con que “cedía el plazo, y le mandé unos cuentos, los mismos que les mandaba a mis amigos. Al final, terminaron celebrándose, y el tema se repitió unas cuantas veces”.

La cuestión de la oralidad se tomó en serio: hay cuentos que llegaron a presentarse en público, con un piano, como sesiones de cine mudo. “Carlos Bounza me requirió varias veces, coincidiendo con exposiciones que hacía en Madrid: una veces yo leía y él, dibujaba, y trabajábamos acompasadamente. Otra veces, no le daba tiempo a esbozar nada en la lectura y preparaba algo con anterioridad, e iba proyectando imágenes. Otra, Sami, un amigo finés, nos acompañaba al piano. Lo que hemos pretendido en este libro es reproducir esos momentos felices y lúdicos que hemos tenido con la excusa de mis cuentos, que no tenían otra pretensión que celebrar la vida y la amistad y replicar instantes de risas, alegrías y brindis”.

"Cierro los ojos y me siento a escribir en lenguas verdes de mar y ría, soy incapaz de hacer otra cosa"

Precisamente, uno de los relatos, Mabel y el cine sonoro, juega con el poder evocador del primer cine y privilegia al relato leído y oral, otro puntal de lo gallego, “así como la función del lector o del oyente como creador por encima del espectador, porque hay una función fundamental cuando leemos que es la función creativa: nos olvidamos de la importancia que tiene la lectura como génesis”, desarrolla el escritor.

“Uno de los problemas que pienso tenemos en el sistema educativo –prosigue– es que a los niños se les viene a enseñar que lengua y literatura son lo mismo, de hecho se dan como lo mismo, y no lo son; una es cartesiana y lógica; y la otra es creativa y un tanto intuitiva. La lengua se estudia para hablar pero a escribir una aprende viendo, leyendo y escuchando, no analizando”.

Lo fantástico dentro de lo posible con una capa de ternura, cuentos con aires de Cunqueiro, “e imagino que de Castelao, Rivas, Torrente, Julio Camba... Es natural que muchas de estas lecturas estén presentes aquí, cierro los ojos y me siento a escribir en lenguas verdes, de mar y ría, y soy incapaz de escribir sobre otra cosa”, añade Domingo Villar.

Y con referentes que también son inevitables: el campo, el cura, los muertos, el indiano, en el núcleo del realismo mágico. “Es inevitable, porque Galicia es así –continúa–. En las historias de los mayores, hay sirenas que se sientan a la mesa, aparecen también los muertos y lo santos y los seres sobrenaturales, y no se sabe cuál de las realidades es la más cierta, la que se está ensoñando o la que los ojos muestran. Al final, como casi siempre, la verdad está en el término medio”.

En esas historias de lo fantástico posible, inmigrantes y retornados ofrecían un material especial, ya que son “metáfora del mundo al que llegan buscando vida nueva, o del que se marchan porque tenían una expectativa mayor. En ese sentido, Cádiz, como Galicia, es también una tierra de aluvión, de vida nueva, con un puerto al que lo niños miran como esperanza de una aventura distinta, que los aleje del día a día”, afirma Villar.

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