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El discurso incesante

Fiel a sus obsesiones y procedimientos, la nueva novela de Marías plantea un conflicto moral que pone de relieve las contradicciones y debilidades de la condición humana

Javier Marías (Madrid, 1951) regresa con una novela en la que predominan los tonos sombríos.
Ignacio F. Garmendia

20 de abril 2011 - 05:00

Los enamoramientos. Javier Marías. Alfaguara. Madrid, 2011. 402 páginas. 19,50 euros.

Javier Marías es desde hace tiempo uno de los autores imprescindibles de la narrativa española contemporánea y un referente de primer orden en la literatura europea de las últimas décadas. Puede o no gustar su forma deliberadamente artificiosa de hacer novela, pero a estas alturas de su trayectoria las objeciones a propósito del supuesto carácter extranjerizante de su escritura han quedado disminuidas hasta lo irrisorio. Han pasado cuarenta años desde su temprano debut con la recién reeditada Los dominios del lobo, y apenas tres desde la publicación del cierre de su formidable trilogía Tu rostro mañana, cuya larga redacción llevó al novelista a afirmar que no sabía si volvería a incurrir en el género. Los enamoramientos desmiente aquel amago de retirada y ofrece a sus lectores la oportunidad de reencontrarse con un territorio familiar, donde vuelven a aparecer algunos de sus temas predilectos, las habituales referencias shakespeareanas o el peculiar modo de narración digresiva que el autor ha convertido en el rasgo más apreciable de su estilo.

El propio Marías ha hecho notar que es la primera vez -si exceptuamos un relato incluido en Cuando fui mortal- que asume una voz de mujer, pero este giro no supone una novedad significativa, pues desde el comienzo mismo de la novela reconocemos un modo de contar cuya singularidad va más allá de la condición del personaje. No quiere esto decir que la voz de la narradora no resulte verosímil como voz femenina, sino que es indistinguible de la de los demás personajes -pocos, por otra parte- que comparecen en la trama, dado que casi todos ellos hablan o piensan de la misma sutilísima manera. No es Marías de los escritores que desaparecen detrás de sus personajes, a los que convierte en portavoces de sus obsesiones recurrentes. Para apreciar su exigente propuesta narrativa, que linda en muchos momentos con la meditación o el ensayo, es obligado dar por buena esta omnipresencia del novelista.

Los enamoramientos parte de un episodio anecdótico, la muerte de un ejecutivo a manos de un desequilibrado, y va creciendo a medida que las circunstancias de lo que parecía un crimen absurdo, producto de la mala fortuna, se aclaran o complican o ambas cosas al mismo tiempo. El muerto y su viuda, Luisa, representaban la pareja perfecta a ojos de la narradora, María Dolz, que solía coincidir con ellos a la hora del desayuno. Ellas y un tercer personaje, Javier, íntimo amigo de la pareja y en particular del marido, son los protagonistas de una intriga hilvanada por igual con hechos y especulaciones, de la que se extraen reflexiones que trascienden con mucho el homicidio y su estela melodramática. La verdad de lo ocurrido, siempre incierta y escurridiza y sometida a examen permanente por parte de la narradora, es iluminada por alusiones precisas a Macbeth, a una nouvelle de Balzac -El coronel Chabert, recién publicada en Reino de Redonda- o a Los tres mosqueteros de Dumas, que lejos de ser referencias decorativas se ofrecen como lúcidas propuestas de interpretación, a modo de historias complementarias que amplían el marco narrativo para explorar las contradicciones y debilidades de la condición humana.

El amor y la muerte, pero también el azar, la envidia, la traición o la impunidad, la necesidad y la imposibilidad de saber, la complicidad distante o indeseada, la inercia que conduce al olvido... Marías plantea un conflicto moral que no se resuelve o no del todo, porque no es el crimen lo que interesa, sino las oscuras causas que lo provocaron y sus perdurables consecuencias para los personajes implicados, de las que vamos sabiendo muy poco a poco, por obra de sucesivas hipótesis y conjeturas en las que el pensamiento ocupa casi tanto espacio como el diálogo. Hay momentos cómicos, pero predominan los tonos sombríos. Tanto la descripción de los caprichos de los escritores engolados, a los que la protagonista trata por su trabajo de editora, como el ya tradicional cameo del profesor Rico, sirven para relajar el peso de una trama absorbente que llega a hacerse opresiva, pues de algún modo el lector siente que lo narrado le concierne o más aún le interpela, de una manera directa y casi física.

Como de costumbre, Marías despliega un discurso denso, potente, sinuoso y reiterativo, que dosifica la intriga de acuerdo con su proverbial estrategia dilatoria. Pero Los enamoramientos no es exactamente una novela de intriga, o lo es de un modo que se refiere al orden universal de las ideas y los sentimientos, de ahí que los planos de otras ficciones puedan superponerse sobre los hechos relatados. Al margen de sus tics y peculiaridades, es ese discurso incesante, esa permanente inquisición en las motivaciones expresas o soterradas de sus personajes lo que confiere a la prosa de Marías una profundidad verdaderamente admirable.

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