Todas las direcciones de la poesía
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Juan Lamillar publica 'Ley de fugas', en el que reflexiona en torno a la música, la pintura o la filosofía
La ficha
Ley de fugas. Juan Lamillar. Reino de Cordelia, 2024. 120 páginas. 14.95 euros
Una cualidad principal de la poesía es la fuga, es decir, la posibilidad que nos ofrecen tanto la palabra como sus expresiones para llevarte hacia un ángulo insólito, hacia una verdad que conmueve o asombra. El poema es el vehículo que, a través de la imagen o la metáfora, te traslada al destino jamás planeado. Intuimos que mucho de este principio hay en la poesía –delicada, elegante, sabia- de Juan Lamillar, quien acaba de publicar Ley de fugas (editorial Reino de Cordelia).
Lamillar nos propone nombres –otra cualidad de la poesía es la exactitud de la palabra- a esas fugas. Para el poeta son la música, la pintura, la filosofía y el paso del tiempo. En el conocidísimo poema de Miguel Hernández, el poema viene con tres heridas –la del amor, la de la muerte y la de la vida-. Lamillar reformula ese criterio, y sustituye esos tres ejes por cuatro puntos cardinales que orientan el mapa –infinito- de la poesía.
En el primer apartado de este poemario, dedicado al tiempo que transcurre, nos detenemos en el poema Jardín de instantes, con su cadencia solemne y sosegada, en un tono que nos recuerda a los poemas de siempre –y para siempre-. Dice así: “No te prosigas, Tiempo, no prodigues / tu oscuridad en este laberinto / del que apenas sabemos la salida, / perdidos como estamos en senderos / de minutos lentísimos, / en las lindes de las horas más rápidas, / en las fuentes pausadas de los días: / un jardín que el instante construye / y que miramos con avidez, con miedo, / tropezando en las ramas / que el viento ha derribado”. Es un ejemplo del estilo y la estética de Juan Lamillar: la reflexión, lo introspectivo, la indagación.
Para el poeta, leemos, “las cosas siguen siendo / cautelosos enigmas”, sin embargo ese misterio se nos desvela –desvelar el misterio es otra cualidad del poema- a lo largo del conjunto, a lo largo de Ley de fugas. Un ejemplo es el espléndido Silencio con nombre, en cuya brevedad se incluye una inmensa certeza: “Cuando acaba su música, / el silencio que llega / también se llama Mozart”. Es una observación que se podría aplicar a cualquier obra notable. Esas que no concluyen en sus límites, sino que se prolongan más allá. En el silencio o en la memoria.
Un hallazgo de la poesía de Lamillar es su tono prudente –que suena entre verdades graves-. El poeta anuncia, pero no pontifica ni sentencia. Es una casi imperceptible diferencia de registros; sin embargo, quizá esto sea decisivo a la hora del acierto o del error respecto del poema. El humor, de nuevo sin estridencias, es otra nota destacada del poemario. “Espíritu desnudo. Mucho frío. / Mandar razonamientos que lo abriguen. / Urgente. Muy urgente. / Si no, descenderemos / a las oscuras llamas del sofisma”, leemos en Telegrama a Descartes. Casi de cierre de este libro, Lamillar nos reserva unos espléndidos heptasílabos en El viaje, que empieza así: “La muerta es una obra / de un solo personaje”.
Reflexión, emoción, humor, virtuosismo técnico. Son los puntos cardinales de este poemario que a su vez señala a todas las direcciones –esas fugas- de la poesía. A sus principales cualidades.
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